En Ningún Lado.

Que bajonera que soy, eh. Increíble. Un momento estoy bien, de repente veo una mínima cosita y ya le entro al llanto como la mejor. Todavía me pregunto qué es lo que necesito para estar bien. Pero vamos, que me dijeron que escribo lindo pero triste y a mi me gustaría no ser una persona tan así, como escribo. Aunque creo que ya una vez dije esto: uno escribe siempre determinado por aquello que alquila un cuartito en su mente. El inquilino, en este caso el desamor, el odio y el cansancio, pide pista. Por otro lado, caer en un determinismo estructural siempre me deja descontenta y más ahora que estoy bajonera y enferma. Pero supongamos que en realidad es de día y no llueve. Supongamos, por un segundo, que amo la vida con todos sus altibajos y que tengo ganas de cantar y bailotear loca sobre pasto verde:
¿De qué me sirve? A mi escritura le resulta inútil. También a Anónima, que en realidad se ve enriquecida y se empapa y liba del dolor.
Puede que mi destino -o, mejor dicho, la ruta más fructífera- sea hundirme en la infelicidad más profunda para crear y ser arte, y ser consuelo, y ser yo misma.

Espejitos sucios.

Hoy me estuve leyendo toda la tarde. Encontré a varios muchachos que quise bastante o un poquito. Quiero hacer un descargo: De todos ellos, sólo tres o cuatro fueron realmente importantes. Uno de ellos, Fiera, a veces se me cruza. Que deberíamos volver a vernos y a charlar aunque yo lo haya detestado tanto tiempo. Nunca nos dijimos que nos amábamos pero no era necesario, y ahora lo digo. Solía amarlo, don, con sus buzos enormes en los que me podía esconder del viento, con las locuras y las poesías dementes que quiero creer que yo soplaba a su oído.
Todavía extraño un poquito el recuerdo que se acostó a dormir en una esquinita de mi alma hace ya muchos meses. Se despelota porque me pide información y yo se la niego. Qué sé yo a dónde está su antiguo dueño, la Fiera, en qué parte del mundo. No voy a preguntar ni eso ni si encontró al amor en otra mujer (¡Pobre mujer!) que le soportara los mambos.
Una vez nos soñamos como conejos blancos. Quién lo iba a decir.
Se duerme. Se despierta. Oscuro, oscuro. Ya no sos la luz clara, fulgurante, a la que le tenía tanto miedo. Ya no sos nada más que un espejito sucio.

Muertos que duelen.

Eso pasa: Estoy viva. Viva de olores, de calores, viva de vapor y bronca y paz y sol. Viva de todo y un poco muerta por el pasado que todavía cosquillea en la boca del estómago o en los tobillos. Pero más que nada, importa la parte que se revuelve loca ahí adentro. A veces acaricia, a veces rompe. Siempre, siempre se mueve y revolea las patitas y los dientes mientras cierra los ojos muy chicos o abre la boca muy grande. Canta, o grita.

Temblor.

Ahí se remueve algo. Es el monstruo, otra vez. Susurra como para que lo escuche sólo yo: "Acá estoy. Hola. No te olvides". Y pasa una garra por la zona del pecho, pero del lado de adentro.
El monstruo entrecierra los ojos que difícilmente entran en el cráneo maltrecho y se ríe bajito. Es un verdadero hijo de puta.
Pero yo le tiro cachitos de pan como para que nunca se muera. Entonces la hija de puta vengo a ser yo.
Me siento en un rincón y lloro, lloro hasta quedarme sin sal. Me seco y, sin embargo, sigo siendo una esponjita que chupa la mentira y el dolor. A lo bueno lo dejo afuera. Ya no tengo más lugar para eso. Y creo que nunca lo tuve. El monstruo ocupa gran parte de lo que viene a ser mi cuerpo y se amolda a mis músculos. Es él- y soy yo- el que se queda quieto cuando me tengo que mover. El que trepida violentamente cuando alguien me dice algo lindo. Él escupe veneno y dice: "Es mentira. No servís para nada. Y cuando te quejes de eso, te van a decir que sí servís. Y también va a ser mentira".
A veces pone una garra sobre el obturador y chilla, pícaro, que ni lo intente, total no me va a salir. A veces me agarra del tobillo y tironea. No hace falta que haga mucha fuerza, ya me tiene entrenada. Él me desanima, yo obedezco. Yo me desanimo, él sonríe.
Entonces me entran ganas de quedarme acostada en mi cama hasta que todo pase, pero sé que no va a pasar. Y maldigo a aquello que me hizo así, a aquello que una vez me dijo que era una inútil. Y me maldigo a mí, por creerle. Realmente, una hija de puta.

Día vertical.

La oscuridad se come tus ojos. Yo sé que me estás mirando porque te gusta mirarme, pero me evita la selva castaña que se desprende de tus cuencas, ahora vacías, ahora negras. Te escucho respirar a escasos centímetros de mi pelo en una vorágine de vapores, el día vertical se horizontalizó entre tus sábanas otra vez, y vos rozás cada pedacito de piel con ansias locas y yo sé que me estás mirando. Aunque no te veo.
Te perdés en la noche pero no todo vos sino tus ojos, no puedo creer que me falte justo eso, tu mirada juntándose en fundición perfecta con la mía mientras yo también acarició tu cuello y tu pecho, buscando en un estado de leve desesperación el cachito perfecto de piel que sé que debe esconderse en algún lado, mientras una francesa canta bajito, afuera suena la lluvia y medianoche nos cubre con sombras irregulares. Faltan los truenos para que sea un paisaje soberbio. Y faltan tus ojos.

Todas las cosas son de color azul.

Yo no voy a mentir una habilidad magistral a la hora de escribir que no tengo. ¡Pero cómo me molesta! Me molestás vos, y eso que te quiero. Sos increíblemente vulgar, no tenés poesía y, como si fuera poco (o para peor, no me decidí todavía) estoy algo envidiosa -endiviosa- de tu felicidad. Como si yo no fuera feliz, no sé. Vivís la vida en ignorancia, no sabiendo lo que es escribir por amor o por la falta del mismísimo. No es por desmerecer, pero das todo premasticado.
No es una cuestión de escribir bien o mal, de que me guste o no cómo tratás los temas. Me molestás vos. Con tus faltas de ortografía que ya dejé de considerar un delito grave, con tus obvias alusiones, con tu felicidad estúpida. Y con tus pensamientos similares a los míos pero menos enroscados.
Ahora me toca a mi:
Me hiciste reír. Contestabas rápido a mis comentarios un poco leves, como si vos anduvieras en caballo y yo en una mulita bebé con el caparazón roto. Yo no podía parar de mirarte a los ojos y tenía miedo de desnudar demasiado mi alma y que no quisieras verme más. Estuve todo el día colgada al abismo que mi celular representaba, y a cada mensaje bobo, a cada sonido pachanguero, yo saltaba loca de contenta y veía, instantes después y cubierta de desilusión ("Te has cubierto de gloria") que no eras vos quien se había acordado de mí.
Después me olvidé yo de todo y me dolió la cabeza por un lapso de una hora y media, porque no le hace bien a mi alma eso de revolver en cachitos azules de saberes rojos. Volví a casa. Había regalos, había cactos (¡Cactos!), había música, comida, papás, agua, había muchos pares de manos más que las mías. Y había, esperándome, una notita que rezaba virtualmente que me querías ver. Vos, el de los ojos lindos, tenía ganas de verme a mi, la de los ojos normales. ¿Quién lo diría?
Ahora llueve, y mañana nos vemos y yo amo la lluvia y creo que voy a terminar amando verte.
Pero amando en el sentido en que yo lo uso, tranquilos.

Amares

"(...)cualquiera nos reconoce por las hondas ojeras, que delatan la falta de sueño, o por nuestra insoportable necesidad de decir estupideces."

Cuatro plantas en cinco tubos de ensayo.

Las gotas se abrazaban a la ventanilla del auto que vos manejabas, mirando siempre al frente. Yo te ofrecía un mate y vos tanteabas buscando, en la oscuridad de la noche y de la tormenta, mi mano. Sobre tu sien se reflejaban los últimos rayos de luz que no sé si eran naturales o de algún destellos que yo te proyectaba en el alma. Manejaste mucho tiempo con mis ojos clavados ya en la neblina, ya en vos. Hablabas de cosas que no entendía, me sentía un poco tonta y un poco intimidada ante tantísima inteligencia. Te reías con movimientos de muñeco, con risa de hiena avergonzada, y yo no podía dejar de mirarte entre las luces de mentira y las gotas.
Comimos en silencio, todavía me embobabas con tus dedos regordetes acariciando los cubiertos y por qué no a mi. Después me llevaste a tu cama y me rozaste los poros durante un rato. Yo me dormí entre tus brazos mientras vos mirabas arriba, siempre a la noche, siempre a la tormenta.

Allá lejos y hace tiempo.

¿Me podés explicar qué hacés vos allá o yo acá (que para el caso es lo mismo) y por qué razón no nos casamos aquella vez que te lo propuse? Las volteretas locas de la vida pueden dejarnos muy lejos y hasta en décadas diferentes, pero voy a pelear por darte un beso alguna tarde entre mates y Dientes de León.
No concibo la idea de que vos estés acá y yo esté allá y no nos pongamos a discutir sobre los tantos temas que tenemos en común o sobre la socialización primaria que ahora ya sé bien cómo es (y yo tenía razón, petiso) o de que simplemente nos quedemos callados mirando cada uno a un lado y sabiendo que en el fondo nos queremos más de lo que nos decimos.
"Que Humo venga cuando quiera, decile que la adoro porque te hace feliz".
Un honor, doña. Me voy a seguir pasando a visitarla seguidito.

Lemon pie.

Pero qué cosa. Esto es vida: Estudios varios y felices, lindos proyectos, un viaje a dos pasos, y a uno nomás, un muchacho. Cocinero. Petiso, de anteojos. Me hace acordar a un personaje de película pero no me hace acordar del nombre del personaje de película. Tiene unas manos increíbles.
Del viaje tengo más cosas que decir. Hace unos días, me llamó mi alma de diamante y a mi se me escaparon, locas, las ganas de ordenar un poco lo que se supone que va a ser mi presente en unos cuatro o cinco meses. Uruguay por tierra o por agua. ¿Bolivia? Dale, que tengo ganas. Y desde Viedma hasta bahía, dios proveerá.
Pero yo quiero estar comprándome la mochila. Haciendo lista. Contando la ínfima cantidad de plata que supongo que voy a llevar. Cosiendo ropa y todos esos imponderables que me voy a ir cruzando.

Buenas nuevas.

Se me ocurrió que por ahí puedo mezclar en el mismo espacio las artes de las que me suelo ocupar cuando ando necesitando consuelo o respiro.
Se me ocurrió que, dado que tengo el mismo número de meses fotografiando que de años escribiendo, podría embeber el blog con algunas fotos -algunitas, nomás, que son pocas las que saco- y tenía ganas de empezar con un proyecto un poco cruel que hace un tiempo que me viene trayendo loca. Ya veremos qué consigo.
Por otro lado, debería escribir esto para la posteridad: Tengo la sensación de estar a dos pasos de considerar el hecho de enamorarme otra vez de alguien. No es que sea irremediable, pero conocí a una persona que es inteligente y tiene unos ojos de infarto. Entre otras cosas buenas, por supuesto. Así que me anda dando vueltas en la cabeza el petiso trasnochado que se me cuela en las clases de historia y en clown y en arte y por qué no, en los sueños.
Que petiso meterete.

Buenos Aires, marzo de 1976: las negruras y los soles.

"(...)Esta vez me llamaba para contarme que estaba enamorada. Me dijo que por fin había encontrado lo que había estado buscando sin saber qué buscaba y que necesitaba decírselo a alguien y que disculpara la molestia y que ella había descubierto que se podían compartir las cosas de más adentro y quería contártelo porque es una buena noticia, ¿no?, y no tengo a quién decírsela y pensé...
Me contó que habían ido juntos al hipódromo por primera vez en la vida y los había deslumbrado el brillo de los caballos y las blusas de seda. Tenían unos pocos pesos y se los habían jugado muy seguros de que ganarían porque era la primera vez, y habían apostado a los caballos más simpáticos y a los que tenían los nombres más cómicos. Habían perdido todo y se habían vuelto a pie y absolutamente felices por la hermosura de los animales y la emoción de las carreras y porque ellos también eran jóvenes y hermosos y capaces de todo. Ahora mismo, me dijo, me muero de ganas de salir a la calle, tocar la trompeta, abrazar a la gente, gritar que lo quiero y que nacer es una suerte."

Arrugando.

Te engaño y te digo que tenés cara de foto. Contestás un poco incómodo, puede que nunca te hayan pedido un retrato. Y puede que nunca haya sido este pedido una excusa para verte a solas, para acercarme en un primer plano a tu boca -que, por cierto, sí es digna de foto-, para ver como se mueven los músculos de tu sonrisa formando hoyitos a cada lado.
Me contás algo a lo que yo no sé contestar. Me pongo tan nerviosa desde la última vez... Esa que me dejó totalmente inmóvil en estos trámites amorosos. Tengo miedo, para qué voy a mentir. Tengo miedo de que otra vez no me quieran.

Romper.

Esto es un descargo, nada más. Es gritarlo acá o a quien le corresponde, que nunca es bueno.
Dejen de atarme, estoy cansada de hacer fuerza pero, sépanlo, no voy a dejar de hacerla. Incluso voy a gritar más fuerte cuanto más intente pararme. Yo no soy lo que ustedes quieren que sea. Mala suerte. Yo soy yo, así, y ya demasiado me cuesta aceptar que soy alguien. Así que les pediría que no me coarten más, que no me repriman más, que no me miren con lástima cuando me ven bajar las escaleras con pollera o cuando les digo que voy de estatua viviente a la Mitre.
Suéltenme, no soy una "nena", como dijiste vos. No soporto cuando me preguntás si me queda mucho de vestirme así. ¿Y si sí me queda mucho, qué? ¿Te molesta? Y bueno, cométela.
La cantidad de hilo que me queda en el carrete es tanta... no voy a desperdiciarla en vivencias que los contenten a ustedes, si no a mi. Ustedes no viven según mis reglas, yo no tengo porqué vivir según las suyas.
Dejen de arañarme los tobillos cuando quiero saltar a mi vida. No quiero cercarme. No quiero usar la última opción.
Déjenme en paz, déjenme sola. Yo puedo.

BUENOS AIRES, JULIO DE 1975: VOLVIENDO DEL SUR.

"(...) Largando tristezas, me habló de Pacha:
—Una noche llegué muy tarde y me acosté sin hacer ruido ni encender la luz. Pacha no estaba en la cama. La busqué en el baño y en el cuarto donde dormía el hijo. No estaba. Encontré cerrada la puerta del comedor. Fui a abrirla y me di cuenta: al otro lado estaban las cobijas en el suelo. A la mañana siguiente la esperé en la cocina, para matear como siempre. Pacha no hizo ningún comentario. Yo tampoco. Charlamos algo, las cosas de siempre, lo lindo o lo feo que está el tiempo y lo brava que viene la mano política o dame que doy vuelta la yerba para que no se lave. Y cuando llegué, de noche, encontré vacía la cama. Otra vez la puerta del comedor estaba cerrada. Puse la oreja y me pareció que le oía la respiración. De mañana, temprano, nos sentamos en la cocina a tomar mate. Ella no dijo nada y yo no pregunté. A las ocho y media llegaron los alumnos de ella, como todos los días. Y así durante una semana: la cama sin ella, la puerta cerrada. Hasta que una mañanita, cuando me alcanzó el último mate, le dije: `Mira, Pacha. Yo sé que es muy incómodo dormir en el piso. Así que esta noche venite a la cama, nomás, que yo no voy a estar´. Y no volví nunca."
Uma se dio cuenta de la clase de grupo en la que se había metido cuando uno de los compañeros apareció con neumonía y el otro con traumatismo de cráneo y ocho puntos.
El primero andaba a media máquina, el segundo estaba blanco de muerte. Pero se presentaron a la clase y trabajaron hasta donde podían, sacaron lo mejor de ellos aún cuando se les debe haber hecho cuesta arriba. Lo mejor de todo es que ese "hasta donde podían" fue tan maravilloso que Uma salió del establecimiento con la sonrisa más grande en la cara, charleteando con una compañera y notando la puntualidad del grupo que, por primera vez, había llegado todito antes de las tres en punto.
Está Jero, que junto con Edu hacen un dúo magnífico. Es hilarante la contraposición de personalidades. Uno, loco, animado y burlón; el otro, pacífico, tranquilo, lánguido. Pero cualquiera de los dos con Juan tampoco se quedan atrás.
Pez es la payasa más pierrot del mundo. Se le nota en los gestos que tiene ese almita triste pero que no se permite perder las esperanza.

Sueños II

Estaba en un laberinto o algo similar, con dos hombres. Uno de ellos me regalaba un par de libros y yo pensaba "¿y cómo hago ahora para no besarlo?". Al no encontrar respuesta, le agradecí el regalo de tal forma. El otro hombre se perdió en mi ensueño y nos quedamos nosotros dos solos, caminando por el laberinto sin buscar la salida y presiento que perdiéndonos un poco más a cada paso. Pero no nos preocupaba demasiado. Paseábamos abrazados entre palabras sabias porque, por lo visto, este hombre era algo así como un erudito y en mi sueño yo también.
De pronto Búho apareció. No sé muy bien por qué estaba ahí, no era funcional a la trama, pero ayudó un poco más a la sensación de paz que se estaba gestando en mí.

Este Búho... siempre aparece en los momentos más indicados.

REVISIÓN: También soñé (y acabo de acordarme) que mi señora madre me decía que era a ella a la que le correspondía pagarme las fotocopias. Eso es tener sueños intrascendentes, eh.

Sueños.

Yo estaba en un pueblo que no conocía, visitándolo. Eramos cuatro amigos, a uno sólo lo reconocí. Las otras dos mujeres no sé quienes eran.
Yo sentí que teníamos que visitar un lugar específico, cerca de una plaza grande. Era la casa de un hombre, la casa más chica del mundo. Una sola habitación, había una mesa chica y muchos desniveles. Tenía mil colores. Yo entré segunda y lo escuché decir:
-Yo vivo acá, solo. La gente dice que debe ser feo vivir solo y sin cosas. Pero yo solo puedo hacer una fiesta acá.
Mi amiga asintió. Yo también estuve de acuerdo. Nos presentó a alguien.
-Esa de ahí- señaló a una pared, que era roja y sucia, y estaba muy cerca mío- es mi zarigüeya.
Yo vi a un pedazo de tela de araña pegoteado, colgando de un alambre, separarse en dos y caer. Se levantó y empezó a moverse, era simpático y perverso.
Empecé a marearme, no me sentía nada bien. Entonces me dije: "Esto no puede estar pasando, esto no debería estar pasando". Entonces intenté salir.
Habían pasado muchas horas, eran las siete de la tarde y nosotros habíamos entrado a las tres. La gente de la plaza ya no estaba. Y yo no me sentía aturdida. Llamé a los gritos a mis amigos, les dije que afuera había cosas fantásticas para ver. Algo malo ocurría en esa habitación, el hombre no podía ser bueno. No, no.
Ellos salieron y yo le hice notar, desesperada, que ya no se sentían mareados, que no había nada maravilloso alrededor. Y corrimos, lejos de ahí.

Búho supo lo que estaba pasando en mi psiquis y me llamó. Gracias, Búho. Un sueño estremecedor.
¿Y sobre qué voy a escribir? ¿Sobre mis planes bobos? ¿Sobre el poco tiempo que me empuja y crece y termino haciendo cosas que en realidad no debería hacer? ¿Sobre vos?
Me dijeron que sos bueno, y me dijeron que sos malo.
Que tenés vetas francesas y de fotógrafo. Que te caracterizás por tu egoísmo. Que tenés una grave psicosis. Que resultás adoráblemente vulnerable, que te escapaste por mal de amores de una ciudad tan llena de recuerdos que da miedo.
Recuerdos como los míos, pero en esquinas opuestas. Bajo fachadas diferentes. Sobre medianeras dispares. Pero inmortalizando el mismo dolor en la espalda que cruza hasta el pecho y llega a la boca.
De todas formas... dejé de imaginarme de la mano de alguien hace ya varios meses.
Y ya casi no se me para el corazón cuando leo tu nombre.

Juan Ramón.

"Por el balcón abierto a brumas estrelladas, venía un viento triste de mundos invisibles... Ella me preguntaba de cosas ignoradas y yo le respondía de cosas imposibles..."

Neruda

"Me hizo falta la luz de tu energía y miré devorando la esperanza, miré el vacío que es sin ti una casa, no quedan sino trágicas ventanas."
Pienso que todos tiene su forma especial e intrigántemente imitable. Y yo no.
¿Qué soy? ¿Un cúmulo de frases célebres? ¿De lugares comunes, palabras tontas? ¿Por qué no digo cosas geniales como todo el mundo? Me estanco, me estanco, a pesar de ver como todas las aguas corren o quizás por esa misma razón.
Tampoco quiero una pantalla:
Que sí, que últimamente la falta de un señor al lado no me mueve ni una hebra, ni una vena, pero ahí sigue la puta inseguridad. No es que alguien pueda tocarme. Soy yo, o por ahí mi pasado o por ahí mi neurosis, la que se tira abajo.
Que no, no escribo excepcionalmente a pesar de los, no sé, calculo que seis o siete años de no parar. Que no saco fotos maravillosas que hacen que la gente llore y se emocione hasta convulsionar.
No, no tengo ni una forma ni una visión ni nada tan particular como me gustaría.
Una vez, un ex me dijo que lo único que yo buscaba era diferenciarme. Pero ese ex es un imbécil.
Otra vez, hace poco, un señor con el que andaba comentó que lo más raro que tengo es mi cuarto pintarrajeado, escrito a rayones, con un ratón corriendo adentro. Pero él también es un imbécil.
Lo más raro tiene que ser la cuna, el huevo de donde salió este cuarto.
La cuna soy yo. La cuna es mi mente encendida, mi alma roja y verde. Mis alas grises.

El corazón pesado como una montaña.

No me importa que sigas supurando poesía. Sé que soy yo la que te la pinta, la que te la salpica.
Hoy volvieron, cabizbajas, las cosas que te había prestado. Volvieron llorando un poco de extrañarte, un poco de extrañarme. Las abracé con fuerza. Pobres, la que deben haber pasado en tus garras. Lo sé porque yo también estuve entre esos dientes y puedo asegurar que duele cuando aprietan.
Pero yo quería ser altiva frente a mis bebés-objeto, y me costó mucho cuando las toqué, porque desprendieron olor a hombre y hace mucho que no me lastima tanto el hecho de que un hombre huela o que me devuelvan mis cosas o que un libro tenga un perfume que no es el mío.

Ojo de mosca.

¿Cuántas noches al año te romperás la cabeza contra la almohada pensando en mí, en mi vida, en mis éxitos? ¿Te arrepentirás de las decisiones que tomaste? Me refiero a esas que hicieron de vos y de todas mis personalidades algo diferente, algo externo. A esas decisiones que hicieron que yo hoy no esté en esa almohada contra la que te rompés la cabeza.

Estamos aquí reunidos...

Te tengo entre ceja y ceja, petiso. Hoy me preguntaron por vos y yo me mordí los labios y me quise matar. Se me escapó la oportunidad más servida que tenía.
En Enero, agarrate.

REVISIÓN: Está bueno saber que es mutuo.

Pomme d'amour.‏

Puede ser que ese chabón alto, encorvado, de pelo largo y ropa larga, seas vos. Me muevo inquieta, jugueteo con los dedos entre mi pelo, entre la ropa. Ahora lo pienso, en retrospectiva: Definitivamente esperé mucho tiempo, me morí mucho tiempo. Y estoy enamorada, fui fiel son proponérmelo, mucho más fiel de lo que fui con todos los demás.

Pero no quiero perderme en cavilaciones cursis, porque vos estás por llegar y necesito tranquilizarme. Si yo tengo estas expectativas, vos debés tener más o menos las mismas, y eso me pone a mi -y por consiguiente, a vos- en una posición un poco de diosa pero yo sé que no sé llevar ese sayo. Y de vuelta, caí en digresiones.¿Qué más voy a hacer, si no sé dónde estás? Puede que no seas puntual, no conozco tus prácticas. Y mirá que extraño, ya me quiero hasta mudar con vos. Te vi poco y nada, te escuché la voz un poco más pero me hablaste con los dedos -de la peor manera posible- durante el tiempo suficiente. Y ¡BUM! Me enamoré el mismo día, o quizás al siguiente, en que me dijiste que volvías. Pero faltan unos minutos para la cita.

Que voy a hacer cuando me toques, cuando me mires. Toco la vida con las yemas porque no puedo tocarte a vos. Vas a acercarte sonriendo estupendamente, no me decido si con lujuria o felicidad. Pero es lo único que sé, no tengo idea de lo que vas a rozar primero. Si es un abrazo, me voy a fundir con lo que, imagino, será tu piel. Me voy a dormir en tu nuevo calor, escuchándote -y viéndote- respirar, con los dedos en toda mi cáscara, entre mi pelo, intentando abarcarme de punta a punta.

Y si es un beso... bueno, es difícil explicar al Apocalipsis en un párrafo escrito con lápiz. Pero supongamos, por un segundo, que no sufro pequeños derrames cerebrales cada vez que recuerdo tus labios. Entonces yo vería dar vueltas el mundo a través de los ojos, siempre cerrados; olería tu olor; me aguijonearía tu tacto agudo, y escucharía mi propio corazón directamente en los oídos. Estaría dispuesta a todo, porque transpiro un poco amor, un poco deseo.

Y después me llevarías de la mano pero yo estaría convencida de que no me basta al tacto y que sólo me bastaría si estuviésemos desnudos y entrelazados, sin sábanas que turben mis ojos extasiados entre tantísima extensión corporal.

Sin tontos preámbulos, deberías conducirme a tu casa que en este punto no me importa si existe o no, desvestirme entre besos dulces y no tan dulces, enloquecerme los puntos débiles con la respiración y tocar acá sí, acá no, dejándome con las ganas de un todo acá sí.

Y vos vas a, en la realidad más real, volarme de un soplido la etiqueta de Platoncita para dejarme el pecho abierto y poner ahí lo que queramos y nos quede más cómodo y poético. Yo me tiro por compañeros, no sé vos. ¿Después? No tengo idea. Todavía no llegaste pero ya estamos viviéndonos.

Ay... no sos vos ese alto.

Esto es viejo. Más exactamente de Junio. Al final, lo que escribí es inmensamente más lindo de lo que terminé viviendo. No me arrepiento de nada.

Pierrot se llama Anónima.

Un pierrot solito en carnaval. Camina despacio por la calle y la gente lo mira y se ríe.
-Gran disfraz- le dicen. Nadie sabe que el pierrot no está disfrazado sino triste.

Awake my Soul.

Levanto y abro las alas del alma para empezar a viajar desde la tierra frío y oscura hasta donde es todo rojo y agua.

¿Vos sabés dónde quedan los mejores besos que diste?

Me acuerdo de que, hace un tiempo, pensé que se me había volado el amor de nena que siempre tuve. Me quedé vacía de luz, de crayones, de caramelos media hora.
Me quedé ciega y tuve que tantear con las manos otras manos hasta que me dí cuenta de que era inútil contar garras.
Alguien me sopló las pestañas y mil luciérnagas iluminaron la habitación. No sé, puede que haya sido una mala idea, porque pude verle la sonrisa diabólica al señor que me andaba acompañando. Mentira de patas largas.
Fiesta en mi honor. Hoy todo es mío. Y ya sé que es lo primero que voy a reclamar.
La puta... Hace siete meses que estoy sola. Nunca duré tanto (y es una suerte que no le tenga que rendir cuentas a nadie)
Me voy embriagando de colores y, a riesgo de sonar un poco tonta o un poco optimista sin remedio, de restos viejos de sueños que jamás pude cumplir. Era porque no tenía ganas, ahora lo sé. Que con la facultad todavía me queda tiempo para payasear, bailar, fotografiar y no dejar de dormir en el intento.
Hoy tengo canilla libre de recuerdos, en el aire se huele algo dulce que es como una premonición de viajes nuevos de la mano del Buho (aprovecho para decirte que te extraño, sabiendo de antemano que pasas por acá cada tantito), viajes locos de ruta polvorienta, bajo el sol del norte que renguea como yo. La mochila pesa, ya lo sé.
Buho, te cuento ahora que andamos desencontrados: Soñé que veníamos viajando cerca del límite con el país hermano al que visitaste el otro día. Pateábamos animadamente, entre risas de esas que nos adornaban las tardes hace un tiempo. A pocos metros de lo que en mi sueño era una linea divisora entre Argentina y Uruguay, yo te apoyaba la mano en el pecho, mirando al horizonte, y te decía:
-No, esperá. Entremos bailando.
Y nos movíamos casi convulsionando, ya sabés como somos nosotros con el cuerpo. Malos.
Y como quien oye llover, me desentiendo de algunas personitas tristes, enojadas, maliciosas. Pobres de ellas. Yo alguna vez fui así, no se lo deseo a nadie. A casi nadie.
Salgamos a jugar, que hoy hubo sol.
Todo es Absurdo, difícil, hermoso.

Pasitos.

Me siento una nena aprendiendo y aprehendiendo a caminar. ¿Sabés qué? Yo, de niña, para no caerme, apoyaba mi peso en un libro. Un libro que, por supuesto, no se sostenía a nada. Cuando por alguna razón el aparatejo se resbalaba de mis manitos regordetas y torpes, yo me dejaba caer, haciendo un ruido entre sordo y gracioso, a pañal arrugado.
Quizá nunca dejé de caminar ayudándome de eso.

Curioso.

Es chistoso.
Algo interesante tengo que tener encima, porque si no, no se explica.
Me encuentro miradas, me encuentro sonrisas. Reset de metas: dejarle el número a un desconocido.

El mismo temblor.

No me juegues a eso, querido. No me digas amor porque pierdo la cabeza entre tus brazos.

Mutantes.

Truena. Pero acá no truena nunca. Llueve ceniza sobre la ciudad bonita en donde no pasa nada.
Hay miedo general y la gente se amotina en la puerta del supermercado que ya está aumentando los precios y la presión. Pánico general: La grande peur renació pero ya no como representación del hambre y la desesperación, sino como una anomalía bonita y gris.
Bájenme un cambio, saquen TN. Disfruten, disfruten la lluviecita de nieve disfrazada de carnaval, vístanse del Eternauta y salgan a bailar.
Vuelvan a casa sin esas bolsas abarrotadas de agua, pan, carne y barbijos.
Tontos, que el pan se endurece.

Manzana con azúcar.

Yo creo que los hombres no sufren por amor.
Toda la vida tuve amigas tristes y amigas contentas de haberseseparado/queelseñornolesdierabola/etc. pero jamás un amigo se me acercó con problemas amoriles enfrascados en el alma. Un par de veces se quejaron, y son de esos rezongos de quien quiere llamar la atención, como cuando un nene viene diciendo que le duele acá y después lo ves jugar lo más tranquilo en un rincón.
Además un hombre suele llorar más porque está solo en general, no solo en particular de alguna señora.
Yo quiero saber si algún muchacho me sufrió a mi. Quiero saber si cada tanto se acuerda de mi estampa y le agarra un no-sé-qué en la panza como los que me agarran a la noche. Si algo fuerte evoca en ellos un leve dolor de muelas y piensan, como pienso yo: Hay que joderse.
¿Me extraña alguno de los señores, alguno de los ex? ¿Se vuelven y se revuelven locos en la cama el día, un año después, que nos conocimos? Yo sí, y no conozco hombres que sufran por amor. Sí conozco, pero me gusta ignorarlos como viles mutaciones de la especie humana.

En otro orden de cosas (o no, todos saben que yo sólo escribo y pienso en el mismo orden):
Estoy des-enamorada. Menamoro, como dije, pero en un segundo tiro todo al carajo y ya está, qué me importa si el tipo que tengo al lado es un pobre pibe al que le tuve que esquivar un beso de varias leguas pero me interesaría echarle el ojo a su amiguito rarísimo en casi todos los aspectos y que puede que no me caiga del todo bien, pero su lenguaje corporal me dice que yo sí le caigo bien, me tienta a seguir los pasos perfectamente estudiados por la naturaleza durante tantos siglos, pasos que esa mismísima naturaleza nos susurra casi en secreto, casi a los gritos.
Y no llegamos a tocarnos las manos pero yo sé que vos estás tan atento como yo a esa cercanía centimétrica celestial en el apoyabrazos del sillón. Lo sé porque mirás de reojo cada movimiento que hago y también puede que tengas extrema conciencia de las células que se acercan un poco más que las otras a mi piel llena de células que se estiran para alcanzar a tu piel.
Y las piernas apuntando al centro de interés que en este caso no era la película sino nosotros. Yo no fui del todo activa porque no se me cantó, ni del todo pasiva porque no podía aguantarme. Puto superego.

-¿Por qué no te conocí antes?
-Cada uno tiene sus neurosis.

Adentro.

Inseguridad.
No de no poder salir a andar en bici porque te la pueden robar.
No de no tener el celular a mano en el bondi porque alguien puede intentar sacártelo.
Tampoco de que sea imposible olvidarse la llave del auto adentro del mismo.
Ni de que la noche este prohibida para pasear a solas.

Inseguridad del alma. Inseguridad que carcome hasta lo más íntimo. Inseguridad hambrienta, loca de ira, furiosa porque no puede encontrar nada más que comer.
Inseguridad que se alimenta de las entrañas. Pero de las entrañas de uno.
No es externa. Se esconde bien adentro, allá en lo más oscuro, y silba.
Un silbido, dos silbidos. Ahí está, pero no se ve. Se intuye atrás de los escombros. Se revuelve con los ojos desorbitados. Todos los monstruos tienen los ojos desorbitados, deberían saberlo.
Sonrisa triste.
Espíritu melancólico.
E inseguridad por todos lados. No del cuerpo, sino del alma.

La voz suave del mar.

Tengo los dedos amoratados, las zapatillas llenas de arena, los ojos cansados y el cuerpo no me da más. Me agarró la tarde con frío y tantas ganas de vivir que dan miedo.
Ojala me dure el brío, ojala me sacuda la modorra de una vez y para siempre. Ojala termine siendo como yo quiero que sea.
Hoy me levanté con ganas, salí de casa contenta y contenta me encontré con gente amiga que me hizo reír entre helados y playa como si fuera un día de verano, al más puro estilo patagónico.
Entonces se me ocurrió sacar a pasear a Azuzena que ahora se llama Aurora y pasamos a buscar a Bianchi con su dueña. Pobre Bianchi.
Bajamos a la playa, nos perdimos, tuvimos sed y volvimos a casa.
El último saludo fue hermoso. Ambas volteando para agitar la mano sonriendo. A la vez.
Llegué a casa exhausta y feliz. Como debería ser siempre.

Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche, borracho, me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.

Me confundís, petiso.
¿Qué se supone que yo tendría que entender de todo este jugueteo intenso pero sólo lúdico?
Ains... Otra marca más en la pared.

Sobre el abismo.

Medio segundo de pensarlo y ya me doy cuenta de que estuvo mal.
Entre mi bendita compulsión a la repetición, entre la compañía y las no-ganas reales... bingo.

Que no se vaya nunca el eco de los bombos.

Viviendo en blanco y negro. Camino entre lineas. Soy un poco abstracta, un poco cubista. Muy expresionista.
Sueño en Sol Fa.
Sigo a rajatabla la Doctrina del Amor Natural.
Qué te pasa, pierrot, que andás con la sonrisa dada vuelta.
Hoy me enamoré en la calle de un payasito que jugaba a ser un nene. Tenía el pantalón lleno de remiendos, la nariz pintada, el pelo locamente armado en un abanico rojo. Pero me llamó la atención la boca enorme, la cara de feliz cumpleaños, los ojos ricos de alegría.
Me di vuelta y me fui caminando despacito. Una lástima, debería haberle dicho algo.

Losing you is like somebody just turned all the lights off

Si hay alguien del que nunca voy a desenamorarme es del Reaccionario. Era, por suerte, perfecto y lejano. Jamás va a decepcionarme porque es un dios humano, por eso suave e intocable.
Es una invocación constante.
Todos saben lo probable que es que lo habitantes de ambos mundos se crucen: Yo lo viví en carne propia. Un día de locura le pregunté como no se daba cuenta de que me volvía loca. Creo que me desmayé con su respuesta.
Pasó el tiempo y volvimos a vernos, empapados, igual, de algo parecido a nada. Nunca me planteé qué éramos. Tampoco nos llevabamos muy bien, y por eso es un beneficio el cartel de platónico colgado en su cuello.
Sí... Esta noche voy a soñar con vos.

Purasangre.

Me acuerdo que andaba caminando sola, y eso que nunca camino sola de noche. Me da miedo (y con razón, veo ahora) de que algo me ataque.
Hasta hace poco, siempre pensé que eran ideas irracionales mías. ¿Qué podía esconderse con el simple objetivo de esperar a que pasara para abalanzarse sobre mi cuerpecito tibio, palpitante? No, no podía ser. Y menos por el bosquecito por el que andaba.
Por eso me manejaba tranquila, con los ojos casi cerrados por la fría ventisca que se empeñaba en tirarme pinocha a la cara. Estaba muy oscuro, recuerdo. Yo paseaba pensando en cosas un poco tristes, como casi siempre; con frío, como casi siempre.
"Plic". "Pájaros". Alcé la cámara. Me volteé muy lentamente, con la intención de poder capturar alguna imagen, por simple que fuese. Digamos que nunca hago fotos demasiado trabajadas.
Pero no, ni pájaro ni araña ni nada. Podría haber sido yo misma, incluso. No me preocupé.
Dí unos pasos más y, de vuelta, ruiditos a mis espaldas. Pero todos saben que yo no me volteo más de una vez y menos si es algo poco interesante. Maldita la hora en que me planteé ser así.
Sentí un golpe fuerte en la cabeza y el cuello. Y un poco en el pecho, si no me equivoco. Pero todo es tan borroso, no podría diferenciar muy bien lo ocurrido con lo que fantaseé, por varias razones. Cuando me desperté (porque en algún momento entre los manotazos desesperados y los gritos, caí al suelo inconsciente) estaba amaneciendo. Tenía la ropa rasgada en pequeños pedazos. Hubiera sido sexy si no hubiese estado completamente cubierta de sangre seca. Abrí los ojos con una sensación más parecida a resaca que a dolor físico. En plena confusión, tanteé a mi alrededor. No tenía ni el celular ni la billetera encima.
Me incorporé despacio, no fuese cosa de tener terribles heridas internas y no haberme dado cuenta. ¿Estaría en estado de shock? No dolía.
A unos cuantos metros me pareció ver el morral marrón que suelo llevar. Caminé con cuidado hasta él y revolví en su interior. Ahí estaba la cámara, los hilos del macramé, mis guantes verdes, el enorme buzo que me cubre casi hasta las rodillas. Gracias a dios por ese enorme buzo que me cubre casi hasta las rodillas. Me lo puse de inmediato, ya empezaba a darle más importancia a mis defectos a nivel corporal que a mis heridas. Me colgué, también, el morral.
Fue en ese instante en el que me pregunté que me había pasado unas horas antes. Llevé las manos a mi cara y la acaricié, intentado sentir con las yemas de los dedos alguna marca nueva. Nada. Seguí con el cuello y obtuve el mismo resultado. Me levanté la ropa y observé. Quitando la sangre seca, no había escamas preocupantes. Extrañadísima, empecé a caminar por el sendero que había tomado varias horas antes. Todo seguía en el mismo estado que la noche anterior. Un enorme desconcierto empezó a ocupar toda mi mente, toda mi alma. ¿Qué cosa podía haberme cubierto de sangre sin dejarme ni una sola herida? Tonta de mi, en ese instante no podría haber solucionado el acertijo.
Volví a mi casa. Mamá y papá corrieron preocupados hasta la puerta cuando me vieron llegar. Me preguntaron a dónde había estado, qué hacía cubierta de sangre, si me dolía, si me acordaba de algo. No supe qué responder. Les dije que necesitaba dormir, no me sentía nada bien. Les dije eso y mentí.
No tengo perdón ni excusa.
Sé que no hubiera cambiado nada si en vez de esa noche, el asesinato hubiera sido a las dos semanas o al mes. Pero no puedo sacarme de la cabeza la última imagen que tengo de mis viejos vivos. Preguntándome entre sollozos qué carajo me había pasado. No puedo...
Me desperté a la noche, de nuevo. Desnuda. Supuse que mamá me habría sacado la ropa para que descansara más cómoda. O que me la habría sacado yo entre sueños. Lo que menos me pregunté en ese momento fue eso.
-¡Ma! - no obtuve respuestas- ¡Pa!
Miré la hora en mi celular: 6.37.
Dios, la sangre. Quería bañarme. Me pareció que estaba todavía más cubierta, más sucia. ¿Por qué no me la había limpiado antes? Pero bueno, estaba atónita, pasmada.
Bajé las escaleras con la idea de ir hasta el baño. Que estúpida.
Debe haber sido todo un espectáculo mi cara. Con luces y animadores. Ahí, frente a la cocina, estaba mi papá, acostado como un muñeco, articulado y roto. Bueno, es una forma de decir. No estaba completo. Todo el cuarto era un cuadro de Pollock pero color rojo. Igual de pésimo. Mamá estaba unos metros más allá. No pude ver mucho más porque me atacaron, primero, unas terribles ganas de vomitar, llorar, gritar, morirme. Me senté en el suelo con los ojos cerrados. Otra vez la sensación de resaca, pero mil veces peor, como si estuviera, a la vez, enferma y muy cansada. Me levanté, busqué mi morral y corrí afuera de la casa.
No sé qué parte de mi cerebro me lo gritó en ese momento, y supongo que debe haberlo gritado muchas veces antes de eso, pero pude escucharlo. Algo resonó en mi memoria. Debe de haber sido un cúmulo extraordinario de películas de terror.

Siempre fui habilidosa para encontrar grupos a los que pertenecer. Nunca antes había buscado uno tan particular. Los Purasangre, se decían, y vivían cerca del cause de un río seco cerca de Córdoba. Los miembros se sumaban a menudo. Disfrutaban, como yo aprendí a disfrutar, de convertir a personas normales teniendo sexo con ellas. Es, sin duda, la forma más divertida de crear hombres lobo.

¿Qué tipo de bicho malo sos?

Quiero que esta sea la última vez que sufro. Lo más probable es que no lo sea, pero estoy tan harta de olvidarme que prometo que, si recaigo, la dejo por un buen rato.
Yo soy un poco endeble, ya sé, pero no quiero que me traten como un saco de boxeo ni mucho menos.
Igual, con todo el miedo que tengo y esas cosas feas, me las arreglo bastante bien. Aún con las manos atadas y la cabeza bajo tierra.
Aún con el corazón roto y la mente en tempestad.

En cada esquina.

Ñah.
Lindos besos, los tuyos. Besos de nene enorme, con toda la timidez de tu lado. Y yo buscándote las manos, soy un pequeño asco, pensando en cómo sería andar con vos en otro trámites.
Estuviste presente en mis dos dolores. El primero, sucio y triste. El segundo, dignísimo, de señora mayor cansada de acariciarse las joyas. Pero ahí estabas vos, agarrándome del hombro, rozándome los labios.
Te usé, y mucho. Perdón.
Dos veces, en mis dos infiernos, me salvaste la vida. No, un clavo no saca a otro clavo, pero por lo menos entretiene un rato. Andaba haragana, no podía levantarme sola.
Pero me diste la mano, me ayudaste a correr, a querer.
Después se gastó, como se gastan todos los amores, pero no me dolió verte esa última vez arriba del bondi, saludándome con una sonrisa incomoda. Debés haber pensado que otra vez te dejaba yo. Ironías de la vida, mi amor.
El otro día te vi desde atrás de un té. Caminabas con frío, como si sufrieras cada paso. No dudo que en realidad lo hicieras. Me acordé de todo lo lindo. Y no te deseé más.

Para Buho.

Querido Buho: Hoy fue un día feliz para Humo, o para Luna de Hollín, que viene a ser lo mismo.
No estamos en aquella festividad en la que vos me escribiste a mi y sin embargo te extraño, quizá más que ese mismísimo día, quizás no.
Lloré un poco cuando me dí cuenta de que esos sentimientos incompletos de los que me hablaste te llevaron a escribirme a mi, que tan egoísta soy al recordar una sola persona regalándome su alma en un papel.
Te cuento, querido, que no puedo pensar en vos sin la mochila en la espalda, lleno de Tierra, cansado y feliz. No puedo evocar tu imagen de otra forma que no sea la que yo quiero que se me presente la próxima vez que nos veámos.
¿Te acordás de la buena amistad a pesar de las malas fotos? ¿Te acordás de la voz partida cuando te llamé aquel día un poco fatídico en el que te fuiste? Triste, triste, sentada en el cordón de la vereda viendo como te alejabas vos por un lado y la pelirrojita por el otro, con un pucho entre los dedos y la pollera volando-intentando animarme.
El libro sigue ahí, esperando que a mi mente se le ocurra alguna novedad, pero eso no me pasa nunca. Por eso me cuesta levantar el peso de la mediocridad, por eso busco romperla lo más pronto, lo más violentamente posible.
Dale, en la época de polleras libres, de mar demente comiéndose a la arena entre olas y nenes, vámonos a patear rutinas, embebido vos en tragos desconocidos, yo en malabares esquineros.
No necesito dos alas para volar. La que tengo es simbólica e ideológica.
Si no, iría muerta con la pica. Que a veces sé disfrutar del amor. A veces nomás.
Qué te parece si rumbeamos para el norte en vacaciones.

Es increíble lo fuerte que silbo.

Caigo. Soy boba. Menamoro.
Es tentador enamorisquearme de un segundo al otro y perder la cabeza justo antes de irme a dormir.
Creo que, esta vez, no voy a pecar de ilusa. Digamos que el punto está bien lejos.

Ains...

Aylén. Dejá de masoquearte.
¿Qué es eso de abrir heridas viejas? Revolviendo las fotos te pasaste. Y esa música, ¡Por favor!
¿Qué es lo que te duele? Ya no te quiere pero en este tiempo te quiso otra gente (que tampoco te quiere, pero en este momento lastiman otros recuerdos). No sabés, no. Y sin embargo, ahí está la púa en el medio del pecho, haciendo que respirar no sea amable. Ahí están las esquinas, está la pared escrita -bueno, eso lo tapé al instante, es un avance-, está el cajón lleno de sus cosas, está tu diario rebosante de historias de amor, está él en cada rincón que alguna vez tocamos.
Están los recuerdos.

Esto de que un clavo saca a otro clavo es mentira.

Confesionario.

Ay... Anoche.
¿Qué puedo decir?

Anoche necesité algo cotidiano y no supe qué hacer. Opté por la radio luego de descartar la escritura, el tejido, la pintura, el té. Y dormir.
Entonces busqué un dial de voz amena que aunque no dijera nada inteligente me trajera un poco de paz. Ahí estaba. El hombre soltó que, a esas horas de la madrugada, la radio era un confesionario para el locutor pero ante todo para el escucha. Fue lo único en lo que tuvo razón.

Es de noche en la playa y allá, a unos metros nomás, se termina el mundo.

Yo empecé siendo una petisa petacona pero con el paso de los días fui alzándome cada vez más hasta llegar a tocar el cielo con la nariz.
Con cada metro yo me hacía más alta pero la carne y la piel se estiraban y sabe dios lo que dolía.

Monigotes.

Un novio siempre trae problemas. Que veámonos hoy, que dame acá, que tenía yo.
Pero mi neurosis no entiende razones. Histérica como es (como soy) grita pataleando:
-Buscá pareja- silabea.
-No otra vez. Vos sos más estúpida que yo, eh- le respondo de mala manera. Se da cuenta de que así no va a seducirme.
-Buscá pareja- me ronronea despacio.
No, no voy a caer otra vez. Tontita.

Does anyone know that you are this way?

Tonta de mí.
La hiena peleó con la fiera que peleó con el mundo. El mundo soy yo.

Gurí.

Cómo te hubiera rozado las manos. Cómo me hubiera dejado llevar por tu mirada y por la mía, que se escapaba a tus labios.
Me tenté, no voy a mentir. Fue una tarde maravillosa, ésta que pasé con vos.
Yo no sé nada, básicamente. Pero verte confundido, escuchar un "¿Nos vemos mañana? No, el viernes", cuando en ningún momento nos propusimos una tercera cita, fue demasiado obvio. Por lo menos para mi mentecita loca.
Cómo hubiera caminado un paso más, dos pasos más, mil pasos más. Cómo te hubiera llevado conmigo.

Tarde fuego y color negro.

¿Cómo me dijiste que hacías para que no se te caiga la cara de vergüenza?
Yo creo que debés, o deberías, sentirte muy mal. Sos una pésima persona, y lo sabés muy bien.
Realmente, te merecés todos los males que la bonita Pandora eligió liberar. Y si yo fuese Pandora, primero te hubiera roto la nariz con la caja.
Pero no lo soy, tengo que vivir con mis limitaciones. Ojala fuese el ser más malo de la tierra, parece ser que son ellos a los que las cosas les terminan saliendo bien.
Yo no voy a cambiar mi forma de ser, sólo quiero darle el lugar que se merecen a mis grandes fracasos. Sáquenme ahora las ganas de matar, de andar arrancando dientes y uñas, de cortar con gillette la planta de lo pies. Te molería los huesos, querido, con todo el amor con el que soy capaz de hacerlo.
Espero que se te claven las cuerdas de la guitarra en los dedos y tengas que llorar y arrastrarte buscando ayuda. Y espero que nadie te la brinde.
Yo voy a ser feliz cuando te vea destrozado. Que sí, que soy repulsiva, pero vos sos peor. A mi me da verguenza ser como soy, vos estás orgulloso de pisotearnos. Ya te voy a ir yo con taco aguja. Y alfileres. Y un poco de fuego, quizás.

¿Quién te había limado la cabeza, querido? No entendés nada. Pero yo soy de hacerle la gamba a mis detractores. Y parece que vos querés letra.
A eso vamos.
Hasta pronto.
Sombra macabra, fantasma. A veces te encuentro espiándome tras alguna ventana, tras alguna taza de té. Te deformas con el vapor y la brisa; con un leve pestañeo, desapareces.
Me hago cargo: soy yo la que te invoca con pensamientos a veces lúgubres, a veces de animal salvaje.
Será que te protege un íncubo, se posa sobre tu alma y la devora y me devora.
O será que en realidad me topé con el diablo hecho carne que busca a donde morderme.
Yo misma opté por dejarte pasar, y ahora tengo que cuidarme porque, una vez dentro, es fácil romper.
Oscilo entre correr escapando y entre quedarme con la capa de mujer cubriéndome el cuerpo desnudo, lleno de dientes y garras. Pero no sé qué me tienta más.

Tonta de descontento.

Te corresponde una biblia. Pero no sería tan extensa, interesante y, por sobre todo, mentirosa con vos. Y me recomendaron que no me enganche, pero... es imposible a este punto. Voy a imaginar que todavía puedo con mi genio.
Hoy, cuando iba a asesinar bolas de telgopor, pedazos de tela y témpera a cuchilladas, la vi. Estaba hermosamente vestida, peinada, con un gesto un poco enojoso pero no más que eso. Parecía molestarle el viento. Tuve un lindo pensamiento a pesar de las malas sensaciones.
La coincidencia, noté, no era haberla encontrado en el lugar obvio, en el momento obvio. Era no haberla encontrado hasta ese día.

¡No corrás!

¿Cómo habrás llegado a ver tan hondo? ¿Con qué objetivo?
Y yo, que te conocía como humano pero quería abstenerme de conocerte como hombre, hice el mismo trabajo exhaustivo que vos. Y descubrí que tenés lindos labios. Y hace por lo menos medio año que no pienso eso de alguien.

REVISIÓN: Que hombre raro que sos. Menos mal que troté más rápido que vos.

Trapitos sucios.

Aunque te lo dije una sola vez en dos años de relación, seguís siendo tan fulero como cuando estábamos atados.
Nací límpida y me corrompí con el paso del tiempo.
Nací sana y me llené de heridas que fueron ya curándose, ya infectándose.
Nací recta y me fui torciendo.

Con el paso de los amores me volví un poquito más gris y por ahí un poquito menos confiada, menos entregada y por supuesto menos abierta.
Me hago acordar al cuento de Las mil y una noches del genio que había sido encerrado en una vasija y por cada mil años que él pasaba ahí adentro, la pesadilla para el que lo liberara era peor. Pobrecillo el que se interne en las selvas enmarañadas de mi querer si las cosas siguen así.
Tengo dos o tres pedidos para mí misma en este momento:
-Ser una perra cruel y despechada de ahora en más, porque induzco que es lo que debo hacer. Esto no me está dando resultados.
-Ser una soltera empedernida hasta que me canse o me enamore (que va a ser más difícil por el punto uno) Y desprendiéndome de éste:
-Tener un amor torrentoso y rápido con el ser más zaparrastroso posible. Si hace malabares en una esquina, mejor.

Destruí la coraza de cartón para empezar con una en serio, de hierro y bronca.

Dos, tres. Fin.

Cada hora que pasa me convenzo más de que lo que debería hacer es dejarme dominar por la razón sin escuchar al resto del cuerpo.
La razón me indica que voy a estar bien sin él, que es literalmente peligroso, que tiene razón y que no necesito nada de lo que él tiene para darme (salvo Amares, que el Diosdiablo es una de mis pocas razones de vivir). Y logra persuadirme.
El cuerpo me dice que me mintió, me prometió falsedades y me dejó esperando, panza arriba y maniatada. Que dejó mil compromisos envueltos en aire viscoso, chasquidos al viento. Que van a ser todos los días de no encontrarnos en París. Que la lista larga de películas va a chamuscarse de furia si algún día se cumple. Y agrega, como si realmente valiera de algo, que todavía lo quiero. El muy macabro sabe que eso pesa en mi balanza.
Ay... miente, miente, que algo quedará.
Pero no. Ya no. Porque cada hora me convenzo de que no vale la pena sufrir por dos semanas, una semana, dos días perfectos de comienzo de amor.
Que lástima que no llegamos a amarnos en ningún sentido.
"Te quiero. Que te baste, al menos hasta la próxima vez". No hay próxima vez, Lobo, porque sos en serio muy peligroso para mi. Y tengo que cuidarme de una puta vez. A ver, Señorita Ayli: si empezamos así... no te quieras imaginar dentro de un tiempito.
Sólo estaría dispuesta a correr un nuevo riesgo si tuviera verdadera fe en que cambiaría algo. Sólo así lucharía.

Ergo.
Fiera, si pasa por acá, le pido cordialmente que no me hable más.

Te amo con todo el intestino delgado.

Hoy me entretuve viendo fotos nostálgicas que me daban miedo.
Me acordé de que éramos felices y no parábamos de reírnos, y volví a preguntarme que nos pasó.
La lógica me dijo que no se le ocurría nada, todavía. Muchos meses buscando explicaciones para no obtener ninguna respuesta. "La tripa" me comentó que ya no me querías cuando decidiste dejarme sola. Que ya no te reías. Peleábamos más a menudo, nos veíamos menos. Pero yo no me dí cuenta de todo eso hasta que me lo diste envuelto en un paquete.
Ya no te tengo rencor pero debo reconocer que me duele, porque todos tus defectos se llevaban de maravilla con los míos.
Por suerte no fuiste vos el que me tatuó la pica. Por suerte fuiste vos el que me tatuó el ala.
A medio año de no verte, me siguen faltando algunas caricias. Yo pensé que el dolor no duraba tanto. Que los demás exageraban.
No te veo, no te recuerdo, no te espero (por Dios que no te espero). Y, que extraño... Me asaltó la melancolía con las fotos nostálgicas que ya no me dan miedo.

Paso lista.

Mamífero carnívoro. Se revuelve en la jaula. Ronronea a veces, gruñe siempre. Grita, trota, rasguña, mata: ¿Qué importa?
El cuidador le alcanza la llave y le dice:
-Sos libre de usarla, pero no para salir, sino para dejar entrar a otros.
La bestia, que tiene pulgares oponibles porque no se sabe si es una Quimera o el Ave Garuda u otro animal -mitológico, por supuesto- cierra la puerta y se sienta en un rincón, mirando con mirada un poco tonta.
Llueve.
Mamífero guarda la llave en uno de sus tantos bolsillos y espera. Una hora, dos horas. El cuidador ya debe haber avisado que la fiera tiene la llave. ¿Por qué nadie se acerca a verlo? ¿No saben que es horrendamente bueno? Llora un poco. Está desesperado y triste.
Pero no, viene alguien, lejos en el camino. Bestia espera.
-Hola. ¿Está abierto?- No contesta.- Bueno, permiso, paso- la personita tira de la manija en vano.
Y Mamífero Carnívoro, Bestia, Fiera, se desgañita en insultos porque ahora nadie respeta su espacio personal y se siente invadido a más no poder. La personita se aleja corriendo, con las enormes mangas del buzo apretadas contra la cara.
-Una falta de respeto- concluye.
Cuando la caja de chocolates que él te regaló dura más que su interés, vamos muertas.

¿Cómo estás, gato con botas? ¿Con la sonrisa dada vuelta?

No hay, en mi conocimiento humano, una metáfora que explique lo que se sufre cuando de pronto nos arrebatan las ilusiones que una ya sabía en juego.
No hay nada, a mi criterio, que magnifique realmente lo que es perder de un día a otro a la persona en la que confiábamos casi plenamente.
No lo sé y por eso no intento explicarlo, por una parte. Por la otra, no lo creo necesario.
¿A quién, si no a mi, le interesa la procesión de pequeñas velas incandescentes que chamuscan por dentro sin siquiera imaginarse el poco dolor que me causan? No dudo que intenten desgarrar. Vamos, inténtenlo otra vez, no sería la primera, hubo mejores y peores pero hoy estoy armada hasta los dientes.
Adentro, bien adentro, está la nena todavía. ¿Que hace ahí? Se esconde para que hoy no la castigue como bien se lo merece y no la destierre de inmediato e indefectiblemente; y que el vacío sea completo de una vez para sentirme triste y viva y quebrada y hueca.
Abro la puertas: Salgan de una vez todos los sentimientos y déjenme sola en la casa grande que es mi alma desnuda de ardores.
Voy a aprender, a fuerza de vivirlo, el ciclo más terrible del dolor: el mío.

¿Ya puedo decir lo indecible? Pues no, porque no se me da la gana.
Admito que la comisura de tus labios aún me tiene sin dormir, pero hoy estoy de vuelta en el desengaño. Bienvenido a los recuerdos.

3 Strikes and you're out!

Tic, tac.
¿A dónde vas? No te apures. Vos ya sabés.
La calma viene de la mano de la música y de los viajes, y vos tenés unas semanas libres.
René, la preferida, se toma el recreo más largo que puedo ofrecerle. Se va a tener que comer todas las palabras del fin, el último "tonta" iba para ella que está un poco cansada de confiar demasiado y mucho más cansada está de darle mil vueltas a la vida. Esta vez, es la última vez.
Y que no salten los pesimistas. De triste no tiene ni las lágrimas. Lo que le pasa es puro agotamiento de caer en las mismas ilusiones bobas de siempre.

Mi música, a veces chata y de onda corta; mi arte, intocable y perfecto (sí, con sus bordes desprolijos, arañando y mordiendo a quien lo acaricia con las garras, defendiéndose a los gritos agresivos y violentos); mis planes locos de volar rozando dientes de león con la yema de los dedos (ahora quemada, al rojo, que arde cuando la tocan hasta las hojas de los libros). Todo eso me voy a llevar en el pecho.

Buho. Soltá amarras que no creo que me tengas por mucho tiempo.

Pobre Amor.

Una cree que tiene un par de certezas sobre las que erigirse. Bien, viene preparada, ya sabe dónde pisar firme, sabe dónde poner el escudo.
Camina con decisión porque nada va a tomarla por sorpresa esta vez, aprendió con tantas derrotas. ¿O no?
Se encuentra a un enemigo débil, con cara de conejo blanco, que la espera sonriente. No entiende muy bien. Quizá estaba confundida. Es literalmente adorable, no entiende cómo intentó cuidarse de un pobre ser pequeño, amable, risueño, un poco raro. No, cayó en un simplismo: extravagante hasta el extremo.
Entonces se acurruca bajo el ala protectora de lo que otrora representara al Némesis más temible y él la abraza y le susurra al oído que la quiere. "Mentiroso", piensa ella, "es más que cariño". Pero no dice nada.

Se duerme. Se despierta.
Oscuro, oscuro. Él no está y ella no debería haber dejado la coraza.
No aprende más.

De lo mal que me hace revolver cajones.

Leía, buscaba, revolvía, borroneaba. Encontré un par de hojas que hacía rato que venía intentando recordar. Escuchaba a Aristimuño, mientras tanto, y tenía la cabeza mareada de recuerdos. Me puse a leer.
En retrospectiva, sé que fui mala porque no tenía idea de cómo reaccionar. No voy a mentir, me había pasado antes, pero nunca con vos.
¿Cómo pude ser tan fría, si te quise -y te quiero- con todo el alma? Me decías lobo, me decías que me querías y un poco más, quizás, que querías tenerme en las manos y verte reflejado en mis ojos. Que querías cuidar mi corazón para que yo volviera a reír como antes.

No sé de qué forma terminaba la carta porque me inundé de lágrimas, un poco por tristeza, un poco por extrañar. Y además, porque corrí a escribirte antes de que se me escaparan las palabras, que últimamente me quedé sin.
Perdón.
-No mires.
-No miro- Mentira. Estoy espiando por entre los dedos aunque me tape los ojos con las manos.

Un cansancio que no deberías tener a tu edad.

No sé por qué reviví este espacio. No sé por qué lo desempolvé, le saqué las telarañas, lo maquillé un poco. Será porque antes este era el lugar donde yo me vomitaba un poco, lugar lleno de magulladuras y arañazos, de rojo sangre, de puro veneno. Y también de cosas prohibidas: nunca hablo de adicciones, ni se sexo, ni de ninguna cosa divertida y mala.

Pero esto es nuevo. Antes todo era una oscuridad casi negra, casi blanca. Oscuridad que odio con todo mi ser y por eso mismo me atrae, me enloquece mi parte más asquerosa. Pero no es de esto de lo que yo iba a hablar, siempre termino yéndome por las ramas. Putas digresiones.
A lo que iba es a que este retoque en la cara de mi espacio de escribir se traduce en un retoque en mi propia casa, que es el cuerpo, y por qué no en el alma.
Creo que le dejo el deber a una personita completamente desconocida, de mundos diferentes, que siente como yo pero escribe de puta madre. Ella tampoco se quiere, pero es tan abierto ese miedo que no tiene problemas en hablar de que es lesbiana y se enamora de una que no la quiere, y de una que no va a quererla por siempre, y deja de querer a aquella que sí va a hacerlo.
Yo no. Yo me tengo miedo, me doy vergüenza, me odio un poco. No creo en mi y por tanto nadie cree en mi. O eso percibo.
Ah. Me acordé de que hace bastante que no le escribo a la fiera. Hace un poco menos de eso que no pienso en él. Es una suerte, pero ¿Qué me pasa? ¿Le cambié la cara a esto para seguir escribiendo tonteras? ¿Se la cambié justamente por esa razón? Triste intento de eliminar la parte negra de mi vida. Pues no, no sólo vive acá. Vive en mí, en cada pensamiento de hija de puta, de ganas de matar, de planes de venganzas nunca llevados a cabo.
Ah. También me acordé de Aquel que hace tanto que no me deja vivir en paz. Cómo será su vida sin mi, ¿No? Preciosa, supongo. Que imposible debo haber hecho su vida para que actuara como actuó, ya hace muchos meses atrás...
Y sin embargo todavía me asaltan las ganas locas de encontrarte, de poder saludarte con la mano y una sonrisa, que yo sé de antemano que va a ser falsa. Y cuando más triste estoy, me tiento y quiero hablarte, llenarme la boca de disculpas...
Y yo intentando buscar coincidencias que no van a servirme, al fin y al cabo, de nada. Nadie tiene tu maldita complexión -repeticiónconversión- a vivir historias pasadas por agua, a reforzar la neurosis enamorándose peligrosamente de energúmenos poco recomendables. Y de Aquel.
¿Llorando otra vez, tonta? Dale, no saques tu locura a estas horas de la madrugada (hora Pi) que después se hace una maraña horrible y no sabés como guardarla de nuevo. ¡Pero por favor, sacá la música de una condenada vez! "Su" tema, ¿No? Y sigo "su" y no su porque él nunca fue amante de los detalles entonces no le importaba si The only exception era la canción que sonaba en la primera vez en la que se acostaron o si era una de los Pimpinela, o de Nirvana. Tampoco le molestaba comerse el último pedacito de trenza vienesa y no te escuchó cuando le dijiste que nunca sabías si lo que hacías estaba bien o mal. Primer round, esa vez. El segundo, cuando te dijo que no entendés nada. Por dios, le arrancaste los ojos ese día. Mal, estuviste mal.
Un mes después, se diluyó como una gotita de sangre en un charco de agua sucia. Él, yo no, yo todavía viví un tiempo más y con viví me refiero a descerrajarme tiros en la cien cada dos por tres ante alguna vidriera en la que vimos algo o en la calle esa en la que jugábamos a no pisar los vidriecitos pegados en el cemento y que las bolitas de color rojo nos quitaban vida. Una vez, triste en el colectivo, me apoyé con la parte interior del codo panza arriba y me acordé de que él no podía ponerlo así. Fue el punto en el que me dí cuenta de que soy una enferma sin remedio.
Quizá seguir escribiéndote (y, mirá que curioso, esto está expresamente dirigido a vos) sea una forma macabra de catarsis. Esta vez sé que no me leés. Menos mal, puro suicidio.

Ains... la parte fea sigue ahí. No se borra ni con lavandina.

CostaTierra.

Definitivamente es Miranda la que te extraña en este momento, porque se muere por la luz que se prende en el celular y sueña con que es un mensaje tuyo, porque no tenemos otra forma de tocarnos. Todavía.
Y es Miranda, sí, casi seguro, lo noto en las bonitas pesadillas que me asaltan cada noche, no encuentro tu mano cuando tanteo entre las sábanas.
Yo ya sé que estás ocupado. No me molesta. Pero me gustaría que sea una mentira atroz, porque, secretamente, espero tenerte antes al lado mío. Dos semanas.
¿Dos semanas?
René no sabía hasta qué punto lo tenía cada día porque desde hacía mucho tiempo que no sentía la ausencia. Miranda le recordó lo lindo de estar acompañada, gritando, como siempre. Y René le contestó que sí, pero que ahora le faltaban abrazos. "Falta poco", retrucó Miranda. "Falta mucho", la contradijo.
Discutieron, ya con énfasis, ya con pesar. Los contraargumentos no lograban confundirlas.
"Tonta", le recriminó una a la otra, pero no sabemos quién a quien.
No, solamente la foto del beso.
Eso sí dolió.
Pero creo que es porque no leí en inglés.

Sobremesa.

Jugando, jugando, con los dedos locos sobre el mantel. Se aburre mientras los grandes charlan seriedades, porque él es un nene y a los nenes no les gustan los adultos.
Los dedos rechonchos dejan la mesa y caminan a pasitos bebés por la jarra de agua hasta que mamá dice que no, que la va a tirar. Pero él no la va a tirar, no hace tanta fuerza. Entonces los deditos corretean ofuscados por arriba de la servilleta y después patean un pedazo de pan que se esconde abajo del plato. Los dedos no abandonan, buscan el pan y lo patean hasta deformarlo, iracundos porque mamá no los deja jugar con las irregularidades que el cristal y el agua le hacen a los dedos. El pan, rogando clemencia, se ve asediado ahora por la boca rosa y blanca y sabe que no va a vivir mucho más tiempo, entonces se hace una bolita de masa y llora un poco, porque ya es tarde. Porque la boca, aliada con los malignos dedos rechonchos del diablo, lo engulle, no hay nada más que hacer, el pan ha muerto y los dedos ríen macabros mientras la boca calla y planea la terrible venganza, porque mamá no me ha dejado jugar con la jarra de agua.

Oleos.

Me acuerdo de que, hace un tiempo, pensé que se me había volado el amor de nena que siempre tuve. Me quedé vacía de luz, de crayones, de caramelos media hora.
Me quedé ciega y tuve que tantear con las manos otras manos hasta que me dí cuenta de que era inútil contar garras.
El Lobo me sopló las pestañas y volvió la luz, los crayones y los caramelos. Entonces volvió el amor de nena que pide que le cuenten una historia para antes de dormir, que le bajen las persianas, que la hamaquen y le besen las rodillas llenas de pasto y sangre.

Envidia.

Uma odia no tener una reflex, odia a los que las tienen y más si son de Nikon.
La tarada de Uma no sabe decir envidia y le sale endivia, entonces se siente más tarada. No sabe decirlo y hasta hace poco no sabía sentirlo. Pero la fotografía despierta sus más bajos instintos; ella no es buena y odia a los que sí lo son.
Envidia de la más pura, de la más puta.
Por eso se envenena cuando ve a los genios contemporáneos. No la ayuda a superarse. Se ahoga en el veneno.

Hubo una noche, el invierno anterior, en la que me escondí en el último asiento del último bondi. Venía de tu casa cerca del agua y me iba al otro lado del mundo, al bosque. Llovía -lluvia- desde que nos encontramos en la puerta de una librería y todo el trayecto hasta que me abriste la puerta y yo entré.
"Linda casa para un cuento", te dije. Y era verdad: Paredes roídas, casi sin muebles. Un sillón, una mesa y una cama. Nada más.
Yo tenía frío y mucha ropa mojada que no podía sacarme. Pusiste música, me diste un té y me criticaste el azúcar. Ahora le pongo miel.
Creo que te cambiaste, creo que te espié por la cerradura. Una nunca sabe.
René le empieza a ver la parte linda a la vida. René no es tanto Miranda, porque no es tonta. Ni es Ella, porque no está enojada.
René es la parte triste de Humo pero como toda Humo, también es la esperanza y las ganas de estar bien.
Ya le quedan chicas las paredes que conoce. Y es René la que se tatuó un alita, no es ninguna de las otras.
Si estás entre dar un paso atrás o morirte de pena, morite de pena. Si planeas replantearte la vida, que ninguna flecha me toque. Ya tuve demasiado cuando me las arrancaste todas.
Si, por alguna razón, diste vuelta la cabeza y me viste a mi, si algún reflejo de espejos malvados te recordó mi existencia, borrala, por dios, en un instante. Que no quiero volver a vivirte a vos, tus dedos no se comparan con mis dedos.
Nunca fue tan malo, si abandonaste, fue por cobarde. O no, pero supongamos que sí. Yo me acuerdo de algo así como que me reía.
No puedo acordarme de cómo me tocabas. Me esfuerzo y me esfuerzo y no me sale. Será cosa de volver a vivirte.

Breve historia de Ficción.

Eso me pasa por pegarle patadas voladoras a las torres de bloques. Ahora tengo que poner las muñecas para que vean que hablo en serio. No me hago mucho problema, evidentemente, por eso repito la patada y me pongo a ordenar.

Siempre pasa por adelante de la puerta del Vecinito. No lo conoce, nunca lo vio, pero escucha sonar su bandoneón desde el quinto C y sueña con un bohemio loco de amores.
A decir verdad, la loca es ella, que se enamora de un bandoneón y unas poquitas ropas que vio tendidas alguna vez.
Pero pasa siempre e intenta encontrarle los ojos atrás de la cortina o las manos y el bandoneón, moviéndose acompasadas.
Y le late el corazón cuando ve salir a alguien del edificio, y piensa: "¿Será ese el músico?" Pero no. Lo descarta porque en su imaginario él es un muchacho raro y con anteojos, más bien extravagante, por ahí, con el pelo largo o no, no le importa tanto.
Y hoy el Vecinito no toca el bandoneón, tiene tumbadoras nuevas, se nota que son nuevas porque le sale un ritmo irregular y bastante malo. Pero el corazón de la gurisa late igual, sabe que a las tumbadoras las tocan las mismas manos y piensa que aunque ahora esté intentando terminar un trabajo para el diario y el ruido sea un poco molesto, el Vecinito va a aprender y quizás un día ella le diga que siempre lo escucha y que le enseñe.
Pero no se va a animar, ya sabe, porque una historia inconclusa de amor es siempre mejor que el desengaño.

Y me gustó que me preguntaras quién era el señorcito ese que ya no importa.
Y me gustó soñarte como al vecino, tocando las tumbadoras que me decías que te habías comprado. Pero vos tocabas bien, porque debés tener manos de alas que van a encastrar muy bien con mis tobillos de alas y por qué no con el resto de mi alma. Seamos una pluma. Volemos alto, volemos.

El lunes a las 19 hs. en la mitad, en Roca.

No estabas, mi amor, en mis momentos importantes. Ahora me acuerdo que no estabas casi nunca y que cuando estabas, no se notaba demasiado.
Y si yo estaba feliz, era porque eras mi amigo. Repito: Eras.

Te escribo porque ya no me dolés, porque puedo respirar y te juro que no entiendo cómo hice para dar dos pasos al costado y sobrevivir.
Supongo que me ayudó el gurí. Y los otros, para qué mentir, cuando el gurí se me pasó. Que sé yo.
Pero retomo la idea: te escribo porque si te hubiera escrito en ese momento, me cortaba las venas con la pluma. Pero ya estoy bien, y lo noto por el amor nuevo que me brota -difícil de decir esa palabrita, amor- y también en esa risita que me agarra cuando me acuerdo de lo que dejé porque me dejaste y me entran ganas de volver a ser amiga de mis amigos y de volver a ser la enamoradita loca esa a la que no le importa demasiado el resto de la vida cuando está enamorada.
Pensándolo mejor: Soy la enamoradita esa. Yo me calzo las alas y la mochila y me voy a buscarlo al señor que por ahí anda. Supongo que ahora debe estar tocando la guitarra o jugando con cables y pinzas o durmiendo o con amigos.
Qué importan lo pequeños detalles. Qué importan cuando hay un mundo de coincidencias mediando entre los pequeños detalles y vos.
Es muy linda la poesía de los pequeños detalles pero son incomparables cuando tengo adelante música y seda y sal y vino y hierbas y fruta y vidrio. Y sos vos.

Y la nieve me va a hacer acordar a vos.

¿Qué será? Espero, espero. Está bien esperar. Además, con un pucho y las uñas comidas no se nota tanto.
Pensá en positivo, Humo: un mes. Cuatro-semanas. Treinta-días. Nada más. Si se alarga, bueno. Espero, espero. Está bien esperar.
¿Dónde está esa habilidad que yo tengo para hacerle mal a la gente? Porque hoy me siento una justiciera.
A veces las personas no hace las cosas bien, a veces yo no hago las cosas bien. Pero así es la vida y todos tenemos nuestras consecuencias. Pero no puedo encontrar mi puta habilidad para escabullirme del tema principal, del tema que genera el problemita, para patear en los órganos de más al fondo, esos que no tienen nada que ver pero puede que estén adoloridos.
Lo que pasa es que, al herir al otro, me lo encuentro arrodillado, llorando y pidiendo -rogando- perdón. Entonces yo me siento tan, pero tan superior... es difícil no aprovecharse. Últimamente estoy aprendiendo a ponerme un freno en el punto justo. Pero hoy no encuentro mi arte entonces estoy haciendo las cosas mal, sacando de la galera a varios conejos rabiosos pero sin una trama coherente. Por Dios... ¡No la encuentro!

Ah. Por fin. Acá está.

Sal y aceite.

Voy a agarrar a mi ratón y sus juegos. Voy a llenar mi mochila de libros y música, a tomar varias fotos, un poco de subsistencia, algo de respeto o dignidad (tendría que elegir) zapatillas de lona, un jean y una remera negra para salir a andar con eso. A donde me sangren los pies me voy a quedar. Rumbeando para el norte, al calor de Buenos Aires o Córdoba. Si llego, a Uruguay. El celular no me lo voy a olvidar, lo voy a dejar a propósito. Total, la gente que me quiere sabe a donde voy a parar. Pateando por la ruta, ni en moto, ni a dedo, ni a caballito. Yo sola, como siempre, eso me gusta.

Ayer, al amanecer, noté que estaba sola en esa cama y sola en esa habitación fría. Necesito dormir con alguien. Noté también que aclaraba afuera y en general a esas horas la noche sigue comiéndose a las luces. Y por consiguiente noté, además de que era sumamente extraño, que el invierno se acercaba, el clima iba a ser todavía más inclemente con mi cuerpecito. Y te necesité.

Dios no me existe. El karma, el destino ya escrito, no me existen. Pero que ésto sea coincidencia es demasiado.

Si yo no hubiera insistido para viajar en el auto de mi amor de verano, si yo hubiera insistido lo suficiente como para lograr que me siguieran, si él no hubiera tenido que asesinar las desdichas, si él no me hubiera visto. Si él me recordara.

¿Acaso fue la suerte la que me llevó ese día a verlo, fumando apacible a un costado de las vías del tren? Lo dudo, y sin embargo no tengo ninguna explicación mejor.

Hace un tiempo escribí "Tengo que dejar de esperarte". Las viejas palabras todavía se amontonan en mi cabeza e intentan salir en el mismo orden. Y lo logran.

Me tenes cada vez más confundida. Todo en códigos, todo armado para descifrar. No me gusta perder el tiempo, por eso yo pongo las cartas sobre la mesa. Entendé, entendeme. Sos difícil, con tus misterios y tus rehuidas, con las cosas a media luz.

Mirala vos a la hienita riendose de sus maldades. Mirala, ahí, caminando altiva con un pedazo de carne en la boca, otro pedazo de carne nuevo.
Se bambolea, atrayente, como ninguna hiena sabe hacer. Puede llamarte sin llamarte, podés ir sin ir. Pero de una u otra forma, va a hincarte un diente hasta que te desangres, despacito despacito, y caigas en sus garras de persona, de diva, de asquerosa mujer.
Pero cuidado, en el reino animal hay otras especies peligrosas. Como yo.
Mirame. Mirame dormir con una sonrisita que sos vos en los labios, mientras me corrés un mechón de la cara y tu mirada se pierde en una infinita ternura, como vos me dijiste. Y yo no duermo porque te siento más cerca que nunca y me siento más nena que nunca, vulnerable pero confiada hasta el punto en que te dejo mirarme dormir con una sonrisa que soy yo en la cara y te dejo correrme un mechón de los labios con infinita ternura como decís vos.

Peligrosamente vedado.

Se me están acabando las palabras. Pensé que nunca llegaría a rozar el fondo entre "gato", "tabaco" y "te.", entre "mar", "caramelo" y "te."
Y no puedo armar una oración coherente que me exprese la cabeza con tres letras. Para decir todo, pero todito, necesito las manos, el pelo, la boca, los ojos, las piernas, el pecho, el vientre, el alma.
Me retracto. Puedo armar una oración coherente que me exprese la cabeza con tres letras y "te.".

Artesaneando su vida.

Nuevas perspectivas de subir y subir para caer en picada loca pero de la mano de alguien.
Tatuaje que es menos doloroso que el otro.
Personita que es menos dolorosa que la otra.
¡Proyectos! ¡Proyectos por montones! Fotografía, trabajo, ayuda social de cocinerita, amigos nuevos y buenos.
Personita. Sí. Lo mejor.

Me extraño a mi.

-Te digo que no me estoy negando. Yo estoy abierta a que nazca, pero no está.

-A lo mejor está, a lo mejor no lo ves. Lo esencial es invisible a los ojos.

-Desear un cordero es prueba de que se existe.

-¿Y negarlo?

-Uno no puede negar un cordero.

-No, pero puede aprender a disfrutarlos.

-Yo sé disfrutar a mis corderos.

-Ojo con los lobos.

Voy a salir nena a buscarte, y vas a ver cuando te encuentre.

El músico y la escritora se mueven por la casa como si el otro no existiera. No por falta de amor, sino por descuido. Ellos, los artistas, se desplazan con cierta ligereza de espíritu, se rondan sin verse, pero tocándose con todas las manos del cuerpo y del alma, con todos los poros. Él la saborea con la yema de los dedos, curtidas de tanto arpeggio.
Saben que no tienen razones para dirigirse la palabra. Un beso basta.
Por eso se hablan y se hablan hasta quedarse sin palabras en los dedos cuando no están tocándose, para acortar distancias inútiles y macabras que, por lo menos a la escritora, no van a marcarla en lo más mínimo.
Ya sabe ser fuerte.

El Diablo, que conoce mil lugares donde hay minas y algo como amor.

Es como apostar lo que no tengo, como creerlo pluma que me roza las manos cuando cae y me da tantas cosquillas que termino riéndome sentada en el suelo, agarrándome la barriga que se quiere escapar de mi ser. Riéndome más por felicidad que por otra cosa.
Es algo así como planear lo implaneable, decir lo indecible, saltar árboles caídos de tres metros y medio sin siquiera agitarse.
Y sí, será loco. Pero será.
El hijo de la bruja me regala un piropo y yo lo siento superfluo y de más.
El chico de las flores, o sea el Lobo, lo mete en mi ojal, lo hace pasar desapercibido, y me enamora.
¡Que tendenciosa, por Dios!

Everywhere I go no one understands me.

Buenas tardes. Estoy enamorada.
No sé por qué, ni por cuándo. No sé nada. Pero estoy feliz y enamorada. No quiero preguntarme nada más.

Pero a la gente no le gusta ser feliz, es una pena.

Nunca te escribí, a pesar de que estás constantemente presente. A pesar de que me ayudás y de que yo te escucho las aventuras romanticonas de poesía infinita. A pesar de saberte una persona buena, inteligente, asquerosamente selectiva, talentosa (odio que toques mis artes y las hagas mejor que yo, carajo).
Y a pesar de la relación estrechísima que tenemos, nunca te escribí.
Pesimista por vocación, la vida te dio algunas patadas difíciles de remontar. Entonces te construiste una cuevecita para no salir de ahí. Y desde tu lugar, mirás el sol salir y esconderse una y otra vez.
Tocás manos suaves que a veces se animan a adentrarse entre las piedras, las telas de araña y los rasguñones. Manos valientes, por lo tanto: todos saben que a las mujeres no suele gustarles la bravura.
En fin. Nunca te escribí y quería enmendar mi error. Sos una de las personas más importantes de mi vida y, por lo tanto, te tengo familiarizado. Este es el punto en el que me extraño de tu persona y te dedico unos parrafitos sucios, mal escritos, de los que sos musa.
Buena suerte, Horacio. La maga está en todas las esquinas.
Anda sin buscarte pero sabiendo que anda para encontrarte. Y te va a calar hasta los huesos, como la lluvia que te agarra cuando salís de un recital.

Revisión: El otro día se mandó una frasecita del diablo: "Bolero eventual para mujer desesperada". Y no me la olvidé.

Otro título.

Y ellos charletearon toda la tarde tomados de la mano como dos viejos amantes que más que amantes son amigos. Se miraron a los ojos y rieron y él le enseñó su alma vaciada sobre una pequeña libreta amarilla con elástico.
A ella le gustaba leerlo de esas hojas maltrechas de palabras sucias de carbón pintadas. No tanto por la poesía sino por lo que eso significaba: confianza.
Y él le acarició el pelo varias horas, ensimismado, mientras ella leía y leía y sentía.
Pero cerca de la noche, se despidieron. Él iba al encuentro de un amigo. Ella, de hojas en donde la historia es más importante que el amor.
Y se fueron olvidándose la libreta amarilla llena de recuerdos. Ella vio que se había olvidado la parte de "amantes" varias noches atrás.
Yo me tengo que pegar una panzada de Galeano antes de aprender a escribir. Me muerde el alma y, si no, hago todo mal.

Clasificado.

Busco hombrecito de pelo negro y corto, aro en la oreja izquierda, alto, flaco, ojos verdes y rojos y marrones, que se quedó dormido en el segundo asiento de la fila de dos el día lunes a las diez treinta mientras leía Verne. Agradecería cualquier información.
Atentamente, la petisita que ya había preparado un papel con su número de teléfono y que dejó pasar su parada para bajarse con vos y terminó bien lejos bien tarde.

Cortazar.

Discurso del Oso.

Soy el oso de los caños de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños.

Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños. A veces saco una pata por la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado, y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano, después con la otra, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.

Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso; por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír como roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.
"La adquisición de conocimientos hace que nos acerquemos a la verdad. Cuando se trata del conocimiento de lo que se ama, y en ningún otro caso." S. Weil.

A través de mí.

Hoy me entretuve con digresiones poco interesantes y más bien bajón. ¿Que por qué? Bueno, porque me pasó algo lindo y si no, me aburro.
A ver, lo lindo, lo eso, fue más o menos que tuve una noche a oscuras, con banda sonora (otra vez, y muy afortunada, como la anterior). Una oportunidad que no podía desaprovechar. ¿Cuántas veces le pasa a una la situación más adecuada? Y por sobre todo, ¿Cuántas veces me pasa a mí? Porque yo, en mi vida pasada, debo haber sido una perra. Y me están cobrando todas las deudas ahora.
Por otra parte encontré, también ayer, la Fierro del mes pasado. Me la perdí por problemas monetarios/financieros. Pero estaba ahí, asomando entre tímida y picara, desde abajo de una pila de otras cosas no necesariamente interesantes. Bendita coincidencia que hizo que me comprara, horas antes, la del mes que corre. Pude entender mis historias.
En ese manjar de lectodibujos encontré una fracesita por demás acertada y muy, muy, feliz. Me hablaba a mí. Sí, decía Dora, pero no importa. Minaverry me estaba hablando. Está bien, Señor. Voy a hacerle caso.

Ciclotímica.

¿Y si puedo?
No me voy a contentar con esto. No puedo, no debo. Y ya sé que tengo mis capacidades.

"Soy un tipo serio y centrado. Pero me parece que te clavo 24 besos por segundo.
Fin del comunicado."

Gracias por la inyección de autoestima.

Yo me quiero ir, nada más.

Quiero llorar porque se me llena la garganta de lágrimas y los ojos caen, caen bajo, caen lejos.
No puedo dar un paso adelante si tengo al monstruo tirándome de los talones. Y no puedo dar un paso adelante si tengo una enorme pared enfrente.
Otra vez, como el pasado julio, no tengo fuerzas para levantarme. No tengo con quién contar. Conmigo misma, por supuesto que sí, pero no me sirve de nada. Los amigos están, la pareja existe.
Pero me falta una mochila al hombro, el Lobo y mil pasados que no son el mio.
Voy a soñar con el amor, por fin, amor del bueno. Dios, nunca me dieron eso. Lo único que me queda es un tallo seco, henchido de espinas que me desgarran.
Y si me voy, es para correr y esconderme de los recuerdos que me generan las esquinas, para no tener miedo de cruzarte en el colectivo, para dormir en una cama en la que no nos acostamos juntos, para pintar el cielo de otro color.
Quiero girar loca en un campo amplio, con polleras, donde no me duela el cuerpo por el frío ni el alma por la soledad. Caminar despacito por gusto. Caminar para donde tenga ganas.

Pero si el capitán Beto se perdió triste... ¿Qué queda para mí?

Payasito.

Siete meses de vacas gordas.
Siete meses de vacas flacas.
Nostalgias, de Cobián. Como anillo al dedo.
Y yo me preparo para vivir aunque el monstruo ese de los ojos locos me ataque de abajo. Y me tironee, me muerda, me sacuda, me arrastre.
Me preparo con nueva banda sonora. Esperando ir con un lobo herido a cuestas, tan herido como yo.
Él debe saber que le escribo continuamente.



Tic, tac. No me querés más.

El más dulce de los problemas.

Duele, aunque lo diga bajito. O aunque no lo diga. Duele que no pienses en mí. Duele aunque lo soporte, me preocupe, teclee despacio y sin fuerza porque en realidad no quiero teclear nada, quiero tomarme un tren o ir caminando si hace falta, para verte.
Somos algo. No sé qué, no sé nada. Me confundís con tus idas de cordero.
Y ambos sabemos que necesito un abrazo y que necesitás un abrazo. ¿Porqué no nos lo damos? Que barrera idiota la de la distancia.
Es curioso como te conocí. Una nunca espera encontrarse a su cien por ciento en la otra esquina.

Paz, cuando era. 25/08/2010

Me gusta saber que con el paso de los días mi almita se llena más de felicidad, comprensión, buenos recuerdos y salud. Me gusta verme mejor, con la sonrisa guardada en un frasquito pero no porque no puedo usarla o me la roban, sino porque siempre, pero siempre, tengo una de repuesto.
Me gusta ir dejando atrás al miedo, al miedo malo que me muerde los talones y las ideas, que tiene ojos saltones y cara de maniático. Y lo pinto así sólo porque ya no me sigue tan de cerca, que sino es el monstruo más temible.
Es agradable verme sin los antiguos miedos, sin las persecuciones, sin los agravios, la vergüenza, la violencia, la muerte que llevaba marcada en el pecho y que se me tatuó en el cuello. Nunca voy a olvidarme de lo que hiciste. Arruinaste la relación de dos mujeres que podrían no haberse conocido nunca. Me arruinaste el pasado, porque ya no voy a poder mirar para atrás sin que la cosquilla tenebrosa que me causa que tu presencia se avive y me traiga lágrimas a la vida, aunque sea de noche cuando nadie me escucha ni me ve ni me siente. Porque yo era terriblemente infeliz antes y ahora mi felicidad me da culpa porque es tan perfecto que a veces tengo miedo (y otra vez con el miedo) de que se me rompa el castillito de cristal en el que vivo y yo me caiga a un pozo tan profundo que, como dije una vez, tenga que arrastrar mi cuerpo hasta no tener más sangre, tenga que romper la piel de mis manos y hacerme migajas para subir.
Pero después me acuerdo que ya estuve abajo. Y ahora estoy arriba. Y es demasiado probable que vuelva una vez más a mis orígenes. En todo sentido.
Y ahí vuelvo a ser feliz sin restricciones, al lado del hombre que amo, intentando no en vano alejarme de los que me hacen mal, de cambiar, de vengarme. Y sí, algún defecto tenía que poner.

La noche I

No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

Mañana.

Me calzo las botitas marrones del Doctor Martens. Un gorro, por supuesto. En la mochila, no mucho más que la cámara y el aerosol.

Vamos a escribir frases por la ciudad. Yo propongo al Dios Diablo. Mi letra desordenada, más parecida a un cronopio que a un alfabeto, va a inundar pequeños rincones sureños del fin del mundo. Va a morder transeúntes desprevenidos con los dientes recién hechos.

Él puede ganarme una discusión. Y, por eso, lo dejo pagarme el café.

Ritual del cuerpo, ritual del alma.

Hoy voy a hacer mi ritual de recuperación. De limpieza. Ya lo hice antes, cuando no dolía nada. Esta vez es diferente. Lo necesito.
Encontré tus cosas, la felicidad que yo vivía. Vos nunca fuiste feliz conmigo
Hoy voy a embeber los papeles en dolor y los voy a encender. Voy a verlos ardiendo. Disolviéndose en un Humo tan mío como vos fuiste alguna vez.
Es decir, nada.

Garúa.

"Hace frío", pensó. "Y pronto va a llover". Se fundió en el sobretodo violeta y apretó el paso. Ya sabemos que el invierno en Londres puede ser cruel.
Su pronto no se dejó esperar. Una gota ínfima le mordió la nariz. Otra, la nuca. Una tercera, el ruedo del pantalón. Y estaba muy lejos de casa.
La lluvia puede ser muy hermosa o muy hija de puta. En este caso, se cumplía la segunda condición.
René corrió un poco, pero se dio cuenta de que no había cambios, o se cansó, o tal vez las dos cosas.
Era de noche, muy oscura por cierto, sin estrellas.
Callecita va, callecita viene, encontró a un hombre solo. Se puso a su lado y le habló en perfecto inglés:
-Terrible noche, ¿No es así?- y el desconocido le dijo, en un inglés muy defectuoso, que no hablaba inglés.
-Eso es obvio. ¿Español?- el hombrecito afirmó con la cabeza. Se contaron sus procedencias y sus planes. Y, no muchos portales más allá, estaban besándose enloquecidos, buscando sabor a uruguayo en sus bocas.
Buscaron una habitación; es sabido que en Latinoamérica el amor es bueno y en verdad vale vivirlo.
Ella se sacó la ropa mojada y la estiró en la cama. Él besó su cuello y su cuerpo y se amaron como se aman los desconocidos, con fuego y miedo.
René despertó sola en una cama de hotel. Ya no llovía en la ciudad.
Ya sabemos que un hombre en Londres puede ser muy cruel.

¿Sabés que me pone muy feliz? Cuando se me presenta el pasado de la forma más amigable que conozco, en forma de hombre.

Cualquier persona que diga conocerme tiene que, por respeto, saber al menos sobre una cosa mía: Mis habilidades para jugar con la memoria.
Tenemos una relación amor-odio, porque ella se niega a sostenerme casi cualquier recuerdo. Cuando me olvido de mi aniversario en pareja, me odio. Cuando me olvido de lo que hubiera sido mi aniversario, ahora soltera, nos amamos locamente.
Es como si ese guardián pusiera un velo gris ahumado sobre todo lo que alguna vez toqué. Los recuerdos lindos no arden con el fuego loco de lo hermoso. No cortan tampoco las memorias de hielo y viento.
Y es gratificante verme tanteando en el trastero de todo lo que una vez fui sin añorar nada. Y es gratificante rozar el dolor con la yema dulce de los dedos y pensar: "Gracias, ya no duele tanto".
No te vi, pero imaginemos que sí.
Me noté el corazón acelerado, los labios abiertos, las palmas apretadas, el pecho a punto de estallar, las ideas locas y revueltas, los ojos entrecerrados y risueños. Me noté volando bien alto, con los globos, allá lejos en donde ni las garras tiran y la gravedad funciona.
Necesito un beso.

¿Vocabulario? No, gracias. II

Uma, la triste, bohemia, bucólica Uma se sacudió las ropas de estudiante secundaria.
Se las quitó, se hundió en un sueño profundo que le duró varios meses.
Cuando despertó, vio lo que era la vida y reemprendió el viaje.
Se supo valiosa, quizás (y siempre quizás), apta.
Entró al arte por la puerta delantera, altiva, con cara de asco y superioridad, que es lo mismo. Se encontró desarmada, porque no tenía idea de fotografía, la pobre. Pero supo que, en algún lugar, todavía estaba el profesor insatisfecho y el compañero mediocre.
La descolocó el nuevo hábitat. Se sintió fundida en la sillita, en el cuartito, en el pequeño mundo.
Y fue feliz en su infelicidad.
Si hay algo que me molesta mucho, es que mis gatas se le cuelguen a mi ratón. Me pone furiosa, rabiosa, violenta, loca de ira. Pero todo esto desencadena, casi al instante, un salvajismo que creía extinto. Salvajismo que muta, casi por completo, a la más desesperada pasión.
Y, de pronto, nada es complejo, mis instintos brotan sin barrera que los detenga (o sí, pero vienen tan locos que se llevan por delante lo que sea), y yo puedo gritar que te odio, que no me importa nada más que esta vida nueva, que el gurí me salvó y se merece la recompensa que le quiero dar.
La vida es muy perra, yo soy muy perra. Tanto que quiero hacerle mal a los que me hicieron mal. Pero también quiero hacerle bien a los que me hicieron bien.
Ahora me tengo que cuidar porque me lee el Gurí.
Lindo, fundirme en tus brazos.

Le nacen cosas en el corazón, cosas que no puede reconocer. Se deja enamorisquear. Tiene un lunar en el tobillo.
Miranda mira el mundo sin ver. Rebosa felicidad, se entromete por los poros, y todo alrededor se llena de luces locas. Luces que rozan, lamen, se apoyan, escurren y revuelcan.
Miranda está bien. Por fin.

Es esa tan conocida sensación de volver a empezar. Me asalta descuidada en un rincón, y yo, que quiero prepararme para saludarla, no puedo.
Hoy llegó de sorpresa. De muchos planes, diría. De buena vida, ésta que me toca ahora vivir.
Y la tarde de lluvia pasó, pero no es invierno. Las cosas no se terminan tan rápido para mi.

Extrañamente te amo, extrañamente me odio. Extrañamente puedo creerme y creerte y creernos invencibles para cambiar de opinión un segundo después y pensar: "Alguien invencible cae, pero cae poco". Y yo sé que caigo más.