Sueños.

Yo estaba en un pueblo que no conocía, visitándolo. Eramos cuatro amigos, a uno sólo lo reconocí. Las otras dos mujeres no sé quienes eran.
Yo sentí que teníamos que visitar un lugar específico, cerca de una plaza grande. Era la casa de un hombre, la casa más chica del mundo. Una sola habitación, había una mesa chica y muchos desniveles. Tenía mil colores. Yo entré segunda y lo escuché decir:
-Yo vivo acá, solo. La gente dice que debe ser feo vivir solo y sin cosas. Pero yo solo puedo hacer una fiesta acá.
Mi amiga asintió. Yo también estuve de acuerdo. Nos presentó a alguien.
-Esa de ahí- señaló a una pared, que era roja y sucia, y estaba muy cerca mío- es mi zarigüeya.
Yo vi a un pedazo de tela de araña pegoteado, colgando de un alambre, separarse en dos y caer. Se levantó y empezó a moverse, era simpático y perverso.
Empecé a marearme, no me sentía nada bien. Entonces me dije: "Esto no puede estar pasando, esto no debería estar pasando". Entonces intenté salir.
Habían pasado muchas horas, eran las siete de la tarde y nosotros habíamos entrado a las tres. La gente de la plaza ya no estaba. Y yo no me sentía aturdida. Llamé a los gritos a mis amigos, les dije que afuera había cosas fantásticas para ver. Algo malo ocurría en esa habitación, el hombre no podía ser bueno. No, no.
Ellos salieron y yo le hice notar, desesperada, que ya no se sentían mareados, que no había nada maravilloso alrededor. Y corrimos, lejos de ahí.

Búho supo lo que estaba pasando en mi psiquis y me llamó. Gracias, Búho. Un sueño estremecedor.

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