Sal y aceite.
Voy a agarrar a mi ratón y sus juegos. Voy a llenar mi mochila de libros y música, a tomar varias fotos, un poco de subsistencia, algo de respeto o dignidad (tendría que elegir) zapatillas de lona, un jean y una remera negra para salir a andar con eso. A donde me sangren los pies me voy a quedar. Rumbeando para el norte, al calor de Buenos Aires o Córdoba. Si llego, a Uruguay. El celular no me lo voy a olvidar, lo voy a dejar a propósito. Total, la gente que me quiere sabe a donde voy a parar. Pateando por la ruta, ni en moto, ni a dedo, ni a caballito. Yo sola, como siempre, eso me gusta.
Dios no me existe. El karma, el destino ya escrito, no me existen. Pero que ésto sea coincidencia es demasiado.
Si yo no hubiera insistido para viajar en el auto de mi amor de verano, si yo hubiera insistido lo suficiente como para lograr que me siguieran, si él no hubiera tenido que asesinar las desdichas, si él no me hubiera visto. Si él me recordara.
¿Acaso fue la suerte la que me llevó ese día a verlo, fumando apacible a un costado de las vías del tren? Lo dudo, y sin embargo no tengo ninguna explicación mejor.
Hace un tiempo escribí "Tengo que dejar de esperarte". Las viejas palabras todavía se amontonan en mi cabeza e intentan salir en el mismo orden. Y lo logran.
Me tenes cada vez más confundida. Todo en códigos, todo armado para descifrar. No me gusta perder el tiempo, por eso yo pongo las cartas sobre la mesa. Entendé, entendeme. Sos difícil, con tus misterios y tus rehuidas, con las cosas a media luz.
Peligrosamente vedado.
Artesaneando su vida.
Me extraño a mi.
-Te digo que no me estoy negando. Yo estoy abierta a que nazca, pero no está.
-A lo mejor está, a lo mejor no lo ves. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Desear un cordero es prueba de que se existe.
-¿Y negarlo?
-Uno no puede negar un cordero.
-No, pero puede aprender a disfrutarlos.
-Yo sé disfrutar a mis corderos.
-Ojo con los lobos.