Minúsculas gotitas de sangre salada rodaron por el empeine derecho de Verónica. Afuera del agua vio la herida y no le dio mucha importancia, pues sólo se había cortado con la tabla de surf.
Se hacía de noche en la playa y los amigos tenían que irse. Ella los convenció de una última fogata antes de que terminaran las vacaciones de verano. Ellos, melancólicos, aceptaron.
Entonces encendieron algunos papeles que encendieron algunas ramitas que encendieron algunos troncos de tamaño mediano. Y asaron malvaviscos, contaron historia de terror, entonces el monstruo, e hicieron obviedades adolescentes en las costas de Malibú.
Verónica besó a su amigo Charles, cosa que a él pareció no molestarle. Y a eso de las diez tuvo que irse, al día siguiente debía ir a su agonizante trabajo de cajera.
Se vistió la remera violeta y una zapatilla, la izquierda, porque el pie descalzo empezaba a dolerle luego del pisotón que el idiota de James le había propinado, reabriendo su herida.
Caminó por una callecita desierta sin miedo, no tenía porqué tenerlo. Pero no dejó de notar el ruido rápido que se producía cada vez que ella volteaba. No le dio real importancia porque tenía en la cabeza el nuevo beso en menor medida y sus agujetas desatadas en mayor.
Se inclinó para atárselas. Quizá, si no lo hacía, se cayera.
No terminó el primer nudo antes de ver los ojos redondos y enloquecidos, presas del caos, los dientes brillando en la oscuridad que cada vez se alargaban y afilaban un poco más, sedientos. La sombra no tuvo más objetivo que el pie de Verónica.
Estúpido James, un poco de cuidado podría haberle salvado la vida.

Calor.

Me contó un amigo que le contó un profesor, y yo elegí creer, que un día en pleno centro de Buenos Aires iba una madre con su hijo, que da igual si era común o especial, y el pequeño de pronto vio a un hombre acostado en la calle como esperando a la muerte o a la vida, no lo sé. Entonces el niñito pidió a la mujer que lo dejara acercarse al desconocido, que lo dejara abrazarlo, y ella no aceptó porque era peligrosa tanta humanidad.
El hijo se tornó insoportable. Berreaba en silencio, intentando conmover a la madre que, vencida, lo dejó acercarse. Y él caminó muy despacio hasta el hombre y lo abrazó. Entonces el recién bendecido lloró bajito y le dijo:
-Hoy es mi cumpleaños.

Y cuando quieras soñar, sólo habrán pesadillas.

Se cansó de tanto escenario triste adornado con gatos y humo de tabaco. Ya no quiere caminar en tacones bajo la lluvia ni hamacarse, taciturna y descalza.
Dejó el vicio de esperar en París, de escribir en Barcelona, de militar en Rusia y de bailar en Argentina.
Su pasado está ahora en las callecitas mojadas y nebulosas de Londres, en donde se olvido el paraguas y la inocencia.
Ya es tiempo de volver a nacer, cree.
Le queda una última poesía que habla de flores y balcones.
¡Já! Hacía mucho que no volvía a remover mi cajita de ceniza. Ahora vamos a ver... ¿Qué era lo que pensaba hoy, cuando venía caminando un poco lejos de casa, intentando que alguien se apiadara de mi condición de "hoy no pasa el 51, nena"? Ah, sí:

Yo tengo un cigarrillo para cuando no viene el bondi.
Hay gente que habla de la ley de Murphy pero no saben. Son cómicos sin profesión que se respaldan en el típico "si algo puede salir mal, lo hará" para ocultar su mediocridad. Yo reconozco que mi cigarro es más fuerte que las leyes de la física, de la lógica y que yo.
Lo que pasa es algo así: Todos saben que cuando algún pusilánime que llega tarde, y se corta y se acorta la vida fumando, espera el colectivo, suele prenderse un gauloises, un parisiennes, un virginia slim (para los mas mundanos, un malboro). Inmediatamente después, puede que venga el ansiado transporte. O puede que no, pero esos casos son las mutaciones y no se los tiene en cuenta. Porque el ser humano suele pensar lo que le conviene, entonces en cuestión de segundos se descartan las situaciones que no cuadran con nuestro pensamiento. En fin... el punto es que mi cigarro no tiene esas excepciones tan engorrosas.
A veces, en los malos días, hace falta darle un par de pitadas antes de que se asome en la lejanía el cuadradito rojo que se acerca a unos 60 km/h.
Pero es una delicia, porque en las jornadas color rosa no hace falta más que acercar el fuego, dejarlo lamer el papel y el tabaco, deleitarse con el Humo blanquecino que olea y baila y juega, para que aparezca el esperado como un amante retrasado.
De todas formas, mi cigarro tiene un inconveniente. Hace venir el colectivo, sí, pero quizá no el que uno necesita.
"Quizá es porque me decis que no muy suavemente, al oído. Quizá es porque después de cada "no" murmuras "pero". Quizá es por impulsivo, por querer acelerar las cosas, por querer vivirlas. Quizá es por no conocer otra cosa más que el presente. O quizá no es por ninguna de esas cosas, y solo esté delirando con una realidad que no existe. Será que no puedo entenderte del todo, que sos una de esas pocas personas a las que no puedo comprender, que me intrigan. Pero entre todas figuraciones, entre todas estas preguntas, una sola cosa me queda en claro, probablemente la única cosa a la que puedo agarrarme: el corazón no se jaquea porque sí. Yo sé, los dos sabemos, que podriamos decir que no, que después, que no sabemos. Pero yo estaría mintiendo. Y tal vez sea porque vivimos de dos formas diferentes (aunque sospecho que nuestra lucha es la misma, que queremos los dos escapar de ese maestro autoritario de la conciencia que es la duda, la reflexión, el pensamiento). De cualquier forma yo te puedo esperar, puedo seguir molestándote... por lo menos hasta que me encuentres o en su defecto pueda descifrarte y finalmente comprenderte. También espero, me aferro, a que ésto último no pase, a que solo pueda comprenderte cuando vos quieras que lo haga. Porque quizá es porque sos imposible en mil formas, pero lo cierto es que hay algo en vos que hace que no pueda dejar de pensar, que QUIERA pensar."


Y me acordé de vos pero ya como alguien que vivió antes.
Y gracias, porque quizá me diste algo más en lo que pensar y no morirme en el intento.
Y perdón, porque dejé de quererte en el momento indicado.
Y sí, ya sé, creo que me corté y te dejé ver adentro, ya no soy incomprensible.

Un, dos, tres, cuatro, cinco, diez.

"¿Qué no podés hacer en casa que te tenés que ir a vivir sola?"

Así empezó la charla sobre mi independencia. Podría haberle respondido:
"Fiestas (orgías, mejor dicho). Quiero cultivar marihuana en el parque de atrás, mamá. Y fumar sin esconderme; poner los juguetes eróticos en la mesada, al lado del whisky, el ron, la cerveza, el fernet. Y obviamente, tener el galpón lleno de armas ilegales; la cama, de prostitutas; la cocina, de inmigrantes hacedores de billeteras. Tranquila, en el living juegan los nenes."
Pero no se le ocurrió a ella que quizá lo que me gustaría es desenvolverme por mi misma en un ámbito nuevo. Que me gustaría tener mis horarios; mis recetas; mi forma de limpiar el horno lleno de torta quemada; los sillones ubicados donde quiero; el desorden de los cds, ahí, en la mesa de luz; las tazas para lavar; tengo que comprar shampoo; la pila de ropa, la de cuentas a pagar; los papeles de la facu. Y que sé yo.
Vivir conmigo nomás. Un ratito, nomás.

¿Vocabulario? No, gracias.

Hacía frío y ella pensaba que los consejos ya no le servían de nada. Ni el "abrigate" ni el "trabajá así" surtían efecto alguno bajo las palabras obscenas que creaba, manipulaba y hacía volar en su mente.
Se subió el cuello del saco liviano. Mala elección.
Uma era una mujer -una muchacha, a decir verdad- muy simple. No tenía qué, ni dónde, ni cómo ni cuándo. A veces cometía errores, pero, en general, era su forma de proceder lo que hacía parecer a un observador poco avispado que estaba confundida. Uma nunca tuvo nada tan claro como su forma de dibujar.
Quizá las sombras no se coordinaran, quizá los colores fuesen un poco surreales, quizá los trazos imitaran a los de alguien más. Era su estilo. Si alguien se le imponía, ella era capaz de defender su trabajo con la vida.
Trabajo que, por cierto, era bastante incompleto en su complejidad, porque le gustaba jugar con las formas y a veces con los sonidos y las palabras y las repeticiones y las colocaciones y su pintor preferido.
Uma no soportaba a los puntillosos críticos de arte, que nunca supieron saborear el placer que trae tener un hijo-obra y educarlo como uno quiere.
Uma pensaba que la vida no es una escuela, que eso son los trenes.
Y Uma disfrutaba haciendo las cosas mal intencionalmente, sin seguir ninguna cadencia ni regla. Porque el arte es así, bohemio como Uma.
Bonitas piernas.
Suaves, largas, claras, con lunares.
Bonitos cabellos.
Suaves, largos, claros, con lunares.
Bonitas sombras.
Suaves, largas, claras, con lunares.
Bonitas curvas.
Suaves, largas, claras, con lunares.
Bonitos ojos.
Suaves, largos, claros, con lunares.

Dulces.

Sí. Yo hablo de otras personas. Bien, mal; poco, mucho.
Diría más, otras personas son el tema de conversación principal.
Ya dejé de contar mis problemas, porque nunca encontraba consuelo.
Ya dejé de contar mis aciertos, porque nunca encontraba respuestas correctas.
Ya dejé de contar sueños o historias, porque la fantasía se mudó de ciudad.
Ya dejé de contar miedos, porque el mundo dejó de respetarlos, curiosearlos y mimarlos.
Ya dejé de contar amores, porque sí.
No puedo hablar de otra cosa. Otros, y no yo, son mis palabras.
Pero a veces me pregunto quiénes hablaran de mí.

Caos.

Todo empezó cuando mi profesor criticó esto que escribo. "Le faltan adjetivos, ¿No?". No.
Desde ahí no hice otra cosa que caer en picada. Profunda, terrible. Y aunque el monstruo no llegó a lanzarme a ese vacío del que hablé tantas veces, se acercó mucho. El muy imbécil envidiaba pisotearme así.
Además, mi espejo me odia.
La obra de teatro, otro fracaso. No podía hablar más bajo, no podía actuar peor ni soñando.
Y el debate fue la frutilla del postre. Me dí asco y un poco de vergüenza. Un poco es un decir.
Parece que ahora la vida se la agarró conmigo. ¿Le gustará ordenar los acontecimientos en rachas de buena y mala suerte? Perra.
Me olvidaba. La frutilla vino hoy a la tarde-noche. Me peleé con Él y dejó de hablarme.
¿Alguien tiene una buena noticia?

Diarios I

Hace no mucho tiempo encontré en archivos viejos y roídos una papel un poco amarillo que decía pertenecer al diario de Claribel. No llegaba a leerse todo, así que transcribo la verdad y algunas mentiras que espero que no se noten. Aquí va:

"Querido Diario: Hoy lloré por él. No me había pasado antes. Se supone que siempre hay una primera vez.
Lloré porque me sentí sola y abandonada, que es lo único que mi cuerpito no soporta.
No estoy triste, pero al escucharlo hablarme como si no importara supe que realmente la gente nunca es como uno espera, que defrauda, lastima y deja. Supe que alguna vez esto va a terminarse y va a doler como nunca dolió. Y eso es decir mucho."

No pude rescatar otros episodios que expliquen este arranque de terror. Supongo que se debe a algún plan que salió mal, que, como biógrafa de Claribel, sé que la envolvían en un halo de tristeza infinita.

Lloró, lloró como nunca lo había hecho, desahogándose y muriendo. Clamó al cielo por una explicación, una respuesta, por el alivio. Y luego escapó del castillo con nada más que unas pocas ropas.

“¿Quién será a esta hora?”, se preguntó Hergaf, al despertar en medio de la oscuridad de la noche cerrada del bosque. Levantose del camastro de paja y acudió presurosa a la puerta, esquivando las ollas en las que todavía intentaba sin éxito hervirse algún liquido. La bruja abrió la puertecita y vio los rizos desordenados de la niña frente a ella.

-Tienes que ayudarme… tienes que… - susurró la princesa, cubierta de lágrimas, barro y frustración.

-Pasa, pequeña. Ya sé qué ha sucedido.

Adiós.

Llevaba uno de sus mejores vestidos, una linda corona de plata e iba descalza por el parque, con un libro enorme entre los brazos. Sonreía y el sol parecía reír con ella. Caminó entre los rosales hasta llegar a la puerta de la caballeriza.

-¡Waw! ¡Cuantas bestias! ¿Qué harán aquí?- Susurró para sí. Se acercó hasta un pequeño regordete que descansaba a la sombra de una higuera- Disculpa, niño, ¿De dónde vienen estos caballos?

-Son de los visitantes, Majestad- respondió.

-No sabía que mis padres esperaban…

-No señorita, ellos se acercaron porque no les parecía oportuna pasar la noche a la intemperie, pues no llegarían al próximo pueblo.

-Mmm… Debo apresurarme, probablemente mis padres ofrezcan alguna función en su honor o una gran cena. Niño, estás invitado a lo que sea que se celebre. Trae a tus amigos si quieres. Ahora, debo irme- la princesa dio media vuelta y comenzó a correr tan rápidamente que ni siquiera llegó a ver la reverencia que le regalaba el niño.

Cuando llegó al palacio, llamó a su dama de compañía preferida y le dijo que la bañara y vistiera para aquello que sus padres organizaran. Le pidió datos acerca de los invitados, a lo que la muchacha contestó encantada:

-Su Majestad, sus hazañas llegan a oídos de cualquier mortal. Se lo conoce por su valentía, su fuerza y su cortesía. Dicen que mató al monstruo de la cabeza de oro que azotaba al pueblo del Rey Alejandro, el protector.

-Sí, sí, pero, ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¡Dime todo lo que sepas!

-Es un príncipe hermoso, Majestad. Viene de una tierra lejana, no sé su nombre. Pero apresúrese y véalo por usted misma. Yo iré a buscar sus vestidos, mientras Griselda la lava- sonrió dulcemente.

Claribel estaba alistándose cuando alguien llamó a su puerta. Era su madre, pidiéndole que bajara con prontitud a la sala roja. Ella salió acompañada por su séquito de damas de compañía y caminó por el pasillo que conducía a la habitación donde se producía la celebración. Al entrar vio como la multitud se volteaba a mirarla. Alcanzó a ver al niño que le había dado la información acerca de los extranjeros y a un grupillo de amigos que correteaban por allí. La cena transcurrió tranquila hasta que los reyes se retiraron a sus habitaciones junto con sus sirvientes. Quedaron en la sala los caballeros del príncipe invitado, él mismo y la joven con sus damas de compañía.

Sus miradas se entrecruzaron. A ella, él le pareció misterioso y lejano. A él, lo cautivó su sonrisa. Y el amor nació.

Una fuerte tormenta de nieve azotó a la población aquel invierno. Los caballos morían al estar bajo la ventisca por algunos minutos. Por ello, la caravana del príncipe decidió quedarse en el castillo.

-Espero que no os moleste, Majestad, si permanecemos algún tiempo más en su morada. No nos es posible transportarnos al próximo pueblo. Se verá recompensado por nuestro Rey por su bondad- dijo Leandro de Louroux.

-Por mi parte, le entrego esta cota y esta espada como regalo, espero que sepa apreciarlas por lo que son, tesoros para nuestro pueblo. Jamás le fallarán, no traspasará flecha ni lanza por las anillas de tan magnifica armadura, y no quedará vivo infiel alguno bajo el golpe del hierro- contestó el Rey. En ese momento entró Claribel a la sala, oyendo así la última frase de su progenitor.

-Que crueldad la tuya, padre, al decir eso. El príncipe Leandro no disfruta de la guerra ni la caza, según me han dicho. ¿O estoy errada, mi señor? Las historias que se cuentan sobre usted son de amor y dulzura. A veces traición, pero yo no creo en habladurías.

-Bella, de las traiciones me arrepiento, puedo asegurarlo. Nubló mi juicio la pasión. Y aún cuando no soy partidario asiduo del hierro, sé manejarlo a la perfección. Si me acompañas, puedo contarte las historias de mi pasado, y así tú me mostrarás las caballerizas y las habitaciones.

-¿Puedo, padre, escoltar al Príncipe Leandro?– el rey asintió con la cabeza. La niña, feliz, sonrió y comenzó a caminar hacia la salida del palacio, seguida por el joven.

El corazón de Claribel latía con más rapidez cuando Leandro la miraba a los ojos intensamente.

Detrás se oían los cuchicheos divertidos de las damas de compañía de Claribel, que la seguían a cierta distancia, aparentando distracción al andar. Ella se volteó y dejó escapar una risita tímida. Afuera helaba. El camino de piedras estaba despejado, pero ambos concordaron en pasearse por el blanco suelo. Sus huellas se marcaban en la nieve con un sutil tono gris.

-Estas son las caballerizas, obviamente. Este es Babieca, mi caballo preferido-dijo ella señalando un espectacular espécimen blanco y negro, aunque un tanto pequeño- no es un pony, solo es muy… bajito.

-Hermoso, niña. Dime, ¿Sabes cabalgar?- Claribel rió un segundo.

-¡Oh, claro que no! Soy muy torpe, caería pronto y rodaría un buen tramo. Me inclino más por otras artes, como la música, ¿Cuáles son tus gustos?

-Averígualo- dijo Leandro, misterioso, mientras deslizaba los dedos sobre el pelaje de Babieca.

La madera daba un aspecto hogareño al sitio, en el centro ardía una pequeña fogata para mantener la temperatura del establo. Claribel se acercó, tomó un palito y comenzó a quemarlo. Dándole la espalda al muchacho, curioseó:

-¿Cuánto vas a quedarte?- él no respondió, y ella no repitió la pregunta. Volteándose, anunció- Debo irme, no puedo estar fuera cuando caiga la noche. ¡Niñas, vámonos!- gritó a las muchachas que se escondían estúpidamente fuera del recinto, y se perdió en la negrura.

***

Ella se paseaba distraída por los corredores. No podía borrarse su imagen de la memoria. Veía su sonrisa, sus ojos, sus gestos. Los veía cada vez más y más nítidos, más y más cerca, curiosamente más nítidos…

-¡Auch! ¡Fíjate por donde vas!

-Niña, no soy yo quién debe fijarse.

-Buenos tardes, Leandro- saludó avergonzada Claribel- Es curioso encontrarte a estas horas por aquí. Veo que no has ido con los otros caballeros a cazar, ¿Acaso no te place hacerlo o no eres lo suficientemente hábil?- preguntó pícara Claribel.

-Disfruto de la práctica, señorita, y me considero diestro en ella. ¿A que viene tanto azuzamiento? ¿Quizá envidia por mi trato en sociedad?

-Lo dudo, príncipe, yo podría recibir la misma atención en tus tierras.

-Lo dudo, princesa…

-Bueno, eso lo veremos si se presenta la oportunidad. Ahora, me gustaría dar un paseo, ¿Querrías acompañarme?- El asintió con un leve movimiento de cabeza. Caminaron unos minutos y se detuvieron junto a la cocina principal. Se oía el trajín diario y algunas voces que pedían condimentos, utensillos o piezas de carne. Claribel se vio tentada a entrar, pero Leandro la detuvo apoyando su mano en el hombro de la muchacha. Al hacerlo, ella volteó repentinamente, quedando enfrentada a la figura del joven. El rostro de Leandro se encontraba delante del suyo. Ella podía diferenciar los rasgos sutiles, la peca hermosamente ubicada por la naturaleza sobre su pómulo derecho, el mentón rudamente afeitado, sus ojos marrón profundo con una fisonomía doliente, la cabellera oscura y ensortijada, cayendo sobre su frente amplia y bella. Podía sentir su respiración uniéndose con la suya. Y le gustaba. Las ansias por abrazarlo fueron más fuertes que ella. Lo acercó unos centímetros a sí misma. Si tuviese el coraje lo hubiese besado.

***

Claribel entrelazaba los dedos, nerviosa. Esperaba, miraba el reloj de arena que tenía frente a ella y jugueteaba con él. Fuera, se oía el cantar de los pequeños pajaritos que el Rey mantenía cautivos. La lluvia había amainado, pero antes de retirarse, borró cualquier resto significante de nieve.

Recordaba con precisión cada segundo, cada movimiento, cada palabra. Temía haberlo alejado por sus estúpidas pretensiones. ¿Cómo el Príncipe querría permanecer alejado, luego de tanto juego? ¡Oh, por Dios! ¡Estaba enamorada, y lo sabía! Tenía que tomar una decisión inmediata, para evitar un sentimiento que estaba cansada de tener. Lo hizo llamar luego de unos minutos, y cuando él estuvo presente, le habló:

-Discúlpame, Leandro. Siento haber actuado como una tonta. Espero que puedas perdonarme. No fue mi intención confundirte con mi actuación. Lo que dije en la galería ayer fueron excusas, no mis verdaderos sentimientos. Debes saber que yo nunca estuve involucrada con ningún otro hombre y soy nueva en esto. Los nervios hablaron por mí.

-No hay qué perdonar, mi señora. En todo caso, yo debería excusarme por la osadía. Confío en que podremos llevarnos mejor que esto, ¿Tu qué crees?- dicho esto, la tomo fuertemente entre sus brazos y ambos se unieron en un beso.

***

Casi un mes había pasado desde ese encuentro y sus padres aún no sabían nada de ello. El tiempo para aclararlo se acababa.

Claribel todavía no sabía nada de aquel extraño que la acompañaba todas las tardes hasta la sala de costura y en las noches a las puertas de su habitación. Nunca había salido del castillo con él. Para el aniversario de su primer beso, él le propuso ir a cabalgar, con la promesa de que le enseñaría cómo. El día se acercaba y ella no lograba terminar las calzas para la ocasión. Alguien tocó la puerta de su habitación. Claribel, presurosa, detuvo su costura para averiguar quién era. Un segundo después aparecía Leandro ante sus ojos. Estaba espléndidamente vestido con calzas y un chaleco negro.

Buenas tardes.

Muchos de ustedes no conocen a Claribel. Es más, de los lectores ocasionales y desafortunados que tengo, creo que sólo uno puede decir que la leyó, pero no que la recuerda. Y no la recuerda porque tuvo tan poca importancia en mi blog y en mi vida que de a poquito se fue sentando, agachando, acurrucando, escondiéndose. Tuvo vergüenza de haberse erguido tan orgullosa. Después se durmió, o se murió, que es lo mismo.
Era una damita triste, resentida, que contaba felicidades porque le gustaba mentir.
Claribel es nueva ahora. Pero no es otra.
Una vez escribí una historia de tristeza y desamor. Mientras desovillaba llantos embebidos en tinta, pensaba cual podría ser el final. Porque esa autobiografía mentida no tenía uno. "Todavía".
Hoy Claribel es una mujer diferente, una mujer sin Leandro. Pero con un nuevo caballero que esta vez sí la hace feliz, o eso cree. Y ese caballero se llama Edwy.

Ama y ensancha el alma.

Mascaba un chicle sin ganas, como queriendo contenerse. ¿De qué? Pues de fumar, claro.
En las plácidas placitas de Merlo era común verlo pidiendo monedas por nada o por todo. Canallesca era la actitud, a veces hacía malabares o vendía flores. A veces las regalaba.
Un par de días faltó de la casa y como si fuera un bicho manoseado por la humanidad, que no era más que eso, no lo dejaron volver. Y agarró las cositas que había dejado desperdigadas por el jardín delantero de la casilla y se fue.
No volvió hasta unos años más tarde, cuando la vida lo golpeó mucho pero le sonrió más. Y la casilla ya no estaba. Había, en cambio, una cadena nacional de supermercados. Su cadena nacional de supermercados.
A veces no son coincidencias. A veces son sorpresas del destino puestas allí bajo el mando divino de no sé que cosa. Y a veces simplemente las cosas que le pasan son a causa del desorden en el que vive.
Hoy encontró, como hace un tiempo, restos, cenizas, de un amor antiguo que no llegó a nada. Cenizas, nunca mejor dicho. Porque él era tabaco y ella Humo.

Hoy no me derrumbo.

Que poesía ni que poesía. Las cosas felices no hace falta subjetivizarlas, que por eso son felices.

En diez días aproximadamente voy a hacerme el tatuaje que por tanto tiempo deseé besándome la piel.
Hoy resultó electa la imagen que hicimos, con una amiga, para una fiesta. Es simple y linda.
Ayer me invitaron amablemente a trabajar en un cortometraje.
Hace un tiempo escribí algo que publicaron en un diario de mi ciudad. Me pidieron que lo haga de nuevo. Seguro que me olvido de algo, de todas formas.
Y por último, encontré a mi señor esposo.

Si me le olvido me tironea hasta la evidencia.

De Humo, para Azahar, para Humo:

"Hoy quiero contar algo que me pasó hace unos días. Una persona de todos los colores me mandó un sobre, o no, eso no es lo que importa, lo que importa es lo que había dentro de este apretujado dobles de papel, o no, pero tampoco es lo que importa, lo que importa es lo que me produjo.
Abrí la espontánea carta doblada varias veces sobre si misma con el fin de no dejar caer el objeto, demasiado significante, que contenía y lo ví. Apenas ví ese pequeño rulo castaño amenazando caerse de su emboltorio una profunda sensacion me invadió, una exasperación que me subió por la garganta y allí se quedó, o quizá fue la que también después se colocó en mis ojos y los inundó emanando llanto. Angustia pura. Y desesperación.
Unos instantes después recobré la compostura y todo volvió a ser como antes. Entonces llegue a una conclucion, tengo un rulo embrujado."

Embrujado, sin duda. Yo con ese rulo hice un pacto con el diablo. Le cambié mi alma por la felicidad terrenal.
Me lo encontré un día cuando lloraba en la calle. Me dijo, tratando de entrar en confianza, que así encontraba a casi todos sus contratantes.
Me propuso algunos cambios mágicos en mi vida mundana si yo le entregaba la espiritual. Coincidencias fantásticas, sorpresas afortunadas, suerte oportuna y muchas, pero muchas, risas. El canje era obvio. ¿Tormento eterno por algunos felices días? ¿Morir una muerte desdichada llena de dolor, venganza, desconsuelos, horror? No lo dudé un segundo. "Sí", le dije. Esa muerte iba a ser mala de todas formas.
El diablo se tornó rojizo, extrajo una pezuña de cordero (que a pesar de no ser un animal feroz es la mascota de Belcebú, que aunque es la maldad personificada a veces lo quiere) y de ella una daga con la que cortó su mano. En la sangre manada embebió una pluma y firmó. Yo cometí el error de no leer el contrato, confié en su palabra de embaucador infinito. Cortésmente, el diablo se ofreció a herirme a mi. Sabía de memoria que las mujeres solían desmayarse. Me negué rotundamente.
Una vez firmado por ambos, el hombre alto y grotesco que tenía frente a mi se desvaneció, no sin antes explicarme que me quitaría un día y una noche, y el objeto que causaba mi dolor, mi maldad.

El día creo que fue un veintiocho de no se qué mes. Lo supongo porque no tengo casi recuerdos, y los que todavía flotan en mi memoria tienen tintes de pecado. Una torta de chocolate, gula. Un auto que no me llevaba, ira. Una carta que no sé que dice, soberbia. Y lujuria, no importa por qué.
Lo que él no sabe es que gané yo. Mi alma ya se la había vendido a Eros muchos años antes.
-Lindas piernas.
-Son todas tuyas.
-Vos sos toda mía.
-Soy un noventa por ciento tuya.
-¿Y el otro diez?
-Te lo cambio.
-¿Por qué?
-Por un "te amo".

Lo prometido es deuda.


Estoy contento. Estamos contentos. Somos dos caballeros blandiendo nuestras filosas sonrisas frente al descontento diario, frente a la rutina, espalda con espalda, el uno para el otro. Con nuestra risa a modo de grito de guerra no dejamos enemigo en pie. Mientras unamos nuestras fuerzas, ninguno será un rival digno. Porque somos únicos, somos superiores a la raza humana entera. Somos mejores amigos.
Te quiero.

De Gran Capitano.
Para Humo.
Que lo acepta agradecida y corre la tinta con una lagrimita.

¡Viva!

Una vez más, la vida me sonrie. Una vez más, en esta pequeña ciudad y en esta pequeña vida que es la mía, existen las coincidencias. Hoy, después de un examen más facil de lo que pensaba, y ya libre de mis obligaciones hasta las nueve y cuarto, fui a la sala de computación a buscar una noticia y una foto de la mujer más linda según Eudeba. Buscó a Audrey Hepburn y a Anne Hathaway; y yo a Penelope Cruz y ella a Aylén Soriani. Y aparecí yo, en google. Apareció mi nombre y mi escrito en un diario. De un amigo, para que mentir. Pero fue una linda noticia saberme ahí, pequeñamente reconocida por eso que un día salio de mi mente y de mi boca y de mi sangre. Y por primera vez, me gustó saberme fácil de ubicar en mis textos.

Por favor, contemplen. Me siento como el Mufasa cuando el babuino hechicero levanta a Simba y lo muestra ante toda la comarca. Este es mi hijito.

"Un Cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el Cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta."

Sheree y Humo, clásica, típica.

"-Sus besos son suaves tentaciones.
-Yo quiero suaves tentaciones.
-Conseguí besos. Nunca es muy difícil.
-Pero yo no quiero besos que no significan nada.
-Esos son la figurita difícil. Porque antes tenés que conseguir a alguien que valga algo, y eso casi no existe."

Cortazar.

"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto."

Enigmas

-La felicidad está a dos vidas.
-En la anterior me dijeron lo mismo.
-Exacto.

Lo más alto de la locura

Llevaba un vestido rojo ceñido a su cuerpo de niña. Se sentía extraña, sentada sola en ese salón. Minutos antes, un hombre alto y sombrío se le había acercado. Ella lo alejó con un gesto vago.
"¿Trabajar?", había dicho. "Ni loca". Y ahora se encontraba en ese salón, tan sola y, sin embargo, a gusto con su soledad.
Pasó varias horas allí sentada, acomodándose nerviosamente los pliegues de la falda. De pronto un chasquido la alertó. Y supo que ese era el hombre. Se levantó de un golpe de talón y caminó hasta él moviendo las caderas. Tenía que comprarlo con los primeros pasos.
Se sentía una ovejita bajo el bastón conductor del pastor. Se adelantó unos metros, con las manos detrás de la espalda porque, a pesar de tener que mostrar una imagen segura, el miedo la invadía terriblemente.
Saludó con un vaivén de cabeza y pasó a la habitación contigua.
-Tráteme con cuidado. Es mi primera vez.
-¿Tu primera noche?
-No, literalmente- Y cerró la puerta tras de sí.

Recuerdos.

Un chirrido más agudo de lo normal podría haberla alertado. Un bamboleo un poco a la derecha. Algún crujido de la madera bajo su cintura. Pero la caída fue tan de repente que no la vio venir.
Quedó sentada en el suelo, riendo, entre la hamaca partida en dos pedazos. En la pequeña plaza rodeada de autos y edificios, de humo negro y niños en trajes rigurosamente colocados.
Ella llevaba una pollera larga que le rozaba los pequeños pies descalzos cuando se hamacaba. También vestía una camisa clara con topitos púrpuras, y el cuello de esta golpeteaba sus clavículas casi con primor cuando el viento insistía en separarlo del pecho.
La estructura de madera que colgaba desde ambos extremos de unas cadenas mucho más oxidadas de lo que era recomendable que se alzaban hasta enredarse en un tubo despintado por la lluvia que hasta ese momento no había caído aunque hacía horas que amenazaba con hacerlo. Y fue así que se decidió. De a pequeñas gotas comenzó a mojar la ciudad, como despertándola de un sopor en el que hacía tiempo que estaba sumergida. De a pequeñas gotas salpicó los techos, las cabezas, los zapatos, los bastones, las mesas de las confiterías, los gatos y la plaza. Y en la plaza todos corrieron a esconderse a sus casas, porque la lluvia era demasiado libre para sus cuerpos llenos de reglas y horarios y ellos sentían a las pequeñas gotas de agua como subversivas ante la moral que llevaban. Y corrieron con los diarios llenos de malas noticias sobre sus cabellos cuidadosamente peinados, pensando que se guardaban del clima pero no, se guardaban de otra cosa mucho más profunda. Saltaron los recién formados charcos con las manos enfundadas en los sobretodos grises que miles de dolares antes se encontraban serios en perchas sobre la avenida más transitada de Nueva York.
Y allí estaba ella, ya no riendo sino con los ojos y la boca cerrados, la nariz apuntando al cielo que la bendecía con miles de pequeñas gotas de agua.
Y se sintió libre, subversiva, grácil, bárbara. Se sintió lluvia.

Mirá alrededor.

-¿Le ponés azúcar al té?
-Sí, es una mala costumbre, pero desde piba lo hago. Hay cosas que me cuesta dejar.
-Me contabas...
-¡Ah, sí! Bueno, entonces ese día no, el siguiente estábamos todos en mi casa, y salió con otro comentario agudo que lo único que buscaba era eclipsarme. Vos sabés que aunque me cueste yo tengo la manía de escribir todo. No puedo controlarme casi. Entonces se la dejé pasar, como siempre, pero por adentro me estaba quemando viva. Entonces me levanté y me fui a la cocina, agarré una hoja que tenía por ahí y le escribí esto- se levantó del sillón y se acercó a su cartera. Revolvió unos segundos su interior y extrajo un papel mal doblado con inscripciones en naranja del lado exterior. Lo desplegó y comentó- todavía no se lo dí, leelo - y extendió el brazo con la carta. La ojeé en silencio.
-Tengo algo para decirte, no te asustes.
-No me asusta nada, salvo la oscuridad. Y el silencio, que es casi lo mismo.
-Es demasiado fuerte esto, te convendría calibrarlo un poco... Mirá que te está vibrando el celular.
-Ah, sí, es mi novio.
-¿Tu novio? ¿No le habías cortado después de lo de este tema?
-Bueno, ¿Qué querés? Hay cosas que me cuesta dejar.

Sí, trato de creerte.

Nieva. Con lo que odia la nieve. Incluso su único fin útil no la justifica. Asesina animales y sus ganas de vivir. Ella acaricia el vidrio y su mano se inunda de pequeñas gotas de condensación helada. Es rubia por convicción y preciosa por creencia. Lleva anteojos de armazón violeta con mucho porte. Ella tiene mucho porte.
A veces cree que no es el centro del universo, y a veces cree que está confundida.
Usa sobretodos en invierno y enteritos jardineros en verano. Siempre lleva los labios pintados.
Una vez se enamoró. Grave error. Él no sólo no la correspondió sino que se burló de ella y la mató. Desde ese momento vaga sin brillo en los ojos de hombre en hombre, pensando que algún día encontrará en otro a ese que le quitó la ropa y el corazón. Y pensar que podría haber sido feliz.

¡Plaf!

Una puñalada en la columna. Una bofetada helada. Un golpe seco en la boca del estómago. La lluvia congelando los gestos. Una mano arrancando ropas. Las uñas de esa mano clavándose en las encías. Cientos de vidrios cayendo sobre la espalda desnuda. Latigazos y sal sobre las heridas. Y lo último que escuchó fue "Ya no te amo".

No es no.

No, si yo soy despreciable. Perdón.

En mi mundo de fantasías manda Sheere.

Zumbaba una melodía triste y dulce en los oídos de la Pelirroja. Acomodó los anteojos de lectura que tenía en la punta de la nariz y, aprovechando el movimiento, hizo correr una lágrima con el dedo índice por la superficie caliente del pómulo. Leyó:
"-¿Quién es "canalla"?-preguntó solemne la mujer, dándole la espalda, como si el hecho de curiosear la llevara a un nivel más profundo del que quería llegar y, sin embargo, no pudiera evitarlo.
-La Vida. Pero yo lo tomo más como El Vida- respondió él.
-¿La vida en masculino?
-Me cae mejor así, es hombre.
-Pero si te cae mejor, ¿Porqué le decís canalla a La Vida?
-Que me caiga mejor no quiere decir que me caiga bien. Ya te dije que sufrí mucho por las mujeres. No quiero sufrir más por La Vida, prefiero hacerlo por El Vida. Él, al menos, me entiende.
-No me parece que seas tan metafórico- comentó en un tono velado. El hombre se levantó del sillón de cuero oscuro y caminó hacia las sombras. Con las manos tomadas por la espalda, calló.

Mandame una carta.

Lobizón. No sos el único.
Quiero quererte sin miedo, sin guardarme nada, sabiendo que vos vas a interpretarme lo mejor posible todo lo que te dé.
Quiero quererte con ganas, esperando que vos hagas lo mismo y no juegues con mi confianza en nosotros.
Quiero quererte con todo el corazón, y así no volver a llorar lágrimas de sangre y gemir angustia.
Quiero dejar de tenerte miedo, de tenerle miedo a mi futuro.
Quiero poder entregarme sin trabas, quiero ofrecerte mi porvenir como un sacrificio y que eso te contente.
Te quiero.

¿Y si me cuidás?

Rasgué la última soguita que me quedaba. Ahora tengo que subir con las manos.

Me conocen poco, mi problema es que, por mucho que me guste estar arriba, lo de la soguita es emocionante.

La peur et de l'ambre.

Se le hacía tarde. Era previsible, era previsora. Se desvistió en un segundo, dejando dormir en el suelo las prendas todavía tibias. Giró las perillas y el agua comenzó a manar tranquila y sin ruido. Estaba demasiado caliente. Ella no podía soportar el frío del cuerpo y menos del alma. En un movimiento rápido se introdujo en la tina y dejó que las gotas recorrieran su piel tersa y joven, su cabello, sus manos, las curvas de su silueta. Se sabía una mujer normal, casi fea, con pocos pero importantes complejos. Y, sin embargo, se sentía hermosa. Se duchó en cinco minutos. Lo justo como para tener otros cinco que pensaba destinar a vestirse y maquillarse. Escogió con cuidado un conjunto de encaje negro y cintas color crema que se ajustaba perfectamente a su figura y lo deslizó por la superficie dulce de los muslos con suavidad y amor. Dio una vuelta para contemplarse en el espejo.
Tomó con poco cuidado el vestido negro que descansaba sobre la cama recién tendida, se fundió en él con gracia y lo ajustó.
"Y ahora-pensó- viene la parte más complicada". Los zapatos. Negros, sin duda. Pero esa era su única certeza. Se dirigió decidida hasta el armario y abrió las puertas de par en par. Allí estaba su pequeño pedazo de cielo, una gama de colores obsesivamente ordenada en un estante y otra acromática en el inmediatamente superior. Los vio y fue feliz. Ya no importaba si combinaba con su ropa o su bolso, siquiera con sus accesorios. Nunca le había gustado demasiado los accesorios. Los encontraba inútiles, como de más.
Cerró los ojos y apuntó. Con la uña roja del dedo índice rozó el suave cuero, oyó el chillido agradable del cierre al ser bajado y olisqueó un aroma conocido, aroma a zapato nuevo. Eran sus preciosas botinetas Jimmy Choo con talón abierto y taco incrustado en piedras. Con ellas se sentía más mujer y, sin duda alguna, más alta.
Se pintó los labios, intentando inútilmente hacerlos resaltar en ese mar de pecas. Fue el turno de los pómulos y luego el de los ojos, que maquilló finamente con sombra negra y un haz de blanco, para hacerse notar.
Desde el piso inmediatamente inferior se oyeron tres golpes en la puerta. Típico. Ella se acomodó frente al espejo los morenos mechones sueltos que todavía no había podido controlar y corrió graciosamente hasta la puerta, haciendo resonar contra el suelo el rítmico "Toc, Toc" del que solía gustar. Respiró hondo, tomó el picaporte y giró. Allí, del otro lado, se encontraba la presa de aquella noche:
-Estás como muy arreglada- ella cerró la puerta de un golpe. Nunca volvería a verlo. Sí, ella también se ofendía fácil.

El amor nos pone idiotas.

Llovía. Llovía fuerte, como nunca hubiese llovido antes en esa ciudad perdida del sur. La joven caminaba con el paso cansino, las manos descansaban en los bolsillos de su sobretodo oscuro. Caminaba con la cabeza gacha, con los ojos angustiados. Caminaba para escapar de todo eso que quedaba unas cuadras detrás. Caminaba porque correr no tenía poesía.
Las gotas resbalaban por el poco cabello que había decidido dejarse, y se inmiscuían entre sus ropas, como buscando rozar su piel para enfriarla aún más. Y ella las dejaba.
El sonido de la lluvia tiene un no se qué cautivante, algo que la obliga a escuchar y a mantenerse debajo, algo que hipnotiza y embriaga.
Ella había decidido dejarse llevar por las calles más lejanas, como si eso evitara de algún modo a las masas ruidosas que tenían la molesta costumbre de poblar cada esquina, cada vidriera, un sábado por la noche.
No lloraba, tampoco tenía razones. Simplemente iba como si le fuera la vida en ello, sin pausa, a cada paso más agitada.
Y en la ciudad llovía.

Hay músicos que creen.

Movió un brazo con demasiado esfuerzo. Se notó transpirada, exhausta, con una sensación de resequedad en la boca. Estaba confundida y mareada. Abrió los ojos.
Era desesperante. No se veía absolutamente nada. No podía escucharse otra cosa que el golpeteo de unas gotas contra el suelo. Su mano, la que todavía conservaba, lograba tocar piedras y algunas esquinas, como si se encontrase sobre un pedestal. De pronto, un fuerte olor a sangre inundó su nariz. E inmediatamente después, llegó el grito. Un grito profundo, agudo, intenso, desbordante de desesperación. Duró poco. Unos dos segundos, quizás. Pero eso bastó para poner su corazón en vilo, más vivo que nunca, palpitando enloquecido contra su pecho. Quedose esperando impacientemente, casi llorando. Todas las partículas de su cuerpo se movían de manera frenética. Las gotas de sudor lo perlaban toda la cara. Notó que estaba desnuda.
Un segundo después, la portezuela que se abría hacia la celda se entornó lentamente. Un haz de luz le hirió la retina. Y un cuerpo fue lanzado como si no valiese nada y pesara demasiado.
Con el paso de las horas, la habitación se fue aclarando. Y ella se vio acostada sobre un escalón de piedra gris, con todo el cuerpo despedazado, la sangre seca arrastrándose por las costras. Y notó que ni eso ni el brazo que le faltaba le dolían en lo más mínimo. También notó que con el correr de la noche el frío, el cansancio, el sudor, el mareo, habían desaparecido. Y cayó en la cuenta de que estaba muerta.
Buenas expectativas. Buen horizonte. En dos semanas puedo llegar a tener una muy linda vida. Voy a ir preparando el terreno para lo bueno que espero que me toque.
En general no la paso mal. Algunos detalles de mi pasado, algunos internos, algunos ocultos que todavía no llegué a vislumbrar por entre medio de la enmarañada selva que es mi cerebro. Pero salvando esas cosas, me las arreglo. Quizá la vida es buena y no sabemos verla, quizá soy demasiado optimista. O quizá me estoy mintiendo y por dentro siento una profunda decepción y una tristeza igual de profunda. Pero me mantengo a flote.
Pasé una semana terrible, estaba sumida en una oscuridad espesa y honda que me absorbía cada minuto un poquito más. Pero me voy levantando con las perspectivas de unas dos semanas interesantes que llevan a tres buenisimas. Ojala.
Cero vuelo.

Callate Mamá

Levantó la taza de té con ambas manos y se la llevó a los labios. Un regusto amargo inundó su boca.
-Un día, Beth, verás que el mundo es básicamente malo y dejarás atrás todos los sueños de niña. Escúchame, yo he vivido todo eso y más. Puedo decirte con seguridad que cuando se rompan todas esas ilusiones que llevas dentro, verás la realidad.
-Muérete- comentó bastante más al aire de lo que debería haber sido. De un puntapié lanzó el cenicero que se hallaba sobre la mesita frente a ella, inundando el aire de pequeñas partículas de polvo gris. El hombre vociferó algunas injurias que ella decidió ignorar.
-Eres una estúpida, mujer. Tu esposo debería darte una lección; así aprenderías a dejar estas cosas en manos de los hombres. En el reino de los ciegos, el tuerto es el rey. Y tú sabes que mis ojos están sanos. Puedo controlarlos, Beth, puedo hacerlos mis marionetas. Puedo incluso obligarlos a darte todas sus joyas y así serías feliz.
Una sensación de odio comenzó a crecer en el interior de Beth. Siempre había sido una muchacha independiente y violenta. Esa era su naturaleza. Se levantó de su asiento y comenzó a caminar por toda la habitación con aire felino. Dándole la espalda, y dejándose llevar por su poderoso instinto, comentó:
-Padre, lo siento. Es realmente conmovedor que veles por mi felicidad. Pero allí reside el problema, yo sólo viviría con alegría siendo la emperatriz- y acertó un dardo que había extraído de la diana que se encontraba dormida en la pared en el iris del hombre. Luego, echó a reír.

Como si tuvieras frío.

Ya no creo en el miedo. Eso sólo una sensación. Terrible, pero una sensación al fin. Es algo con lo que los demás, los que no tienen fuerza, intentan robarnos la nuestra.
Hoy otra muerte pesa sobre el pueblo, una muerte que deja más de un alma rota y varios cerebros retumbando.
Hoy decido decir basta, todos deberíamos decir basta.
Dije bien: Solo tengo que arreglar los asuntos pendientes antes de seguir. Pero que ganas de escaparme de los problemas que nunca llegué a resolver. Necesito un bastón, algo donde apoyarme. No puedo solita conmigo y mi pesar. Mañana va a ser un gran día. No lo duden. Es el día que marca si mi vida sigue o si se estanca. Que asco.
Pienso es un cuchillo corriendo suave por mi piel y me calmo. Eso me basta. Llevarlo a la realidad ni lo pienso.

Ironías de la vida.

Plin! "Nuevo mail de Facebook", leí. Abrí confiadamente una nueva ventana para entrar a la página y ver que comentario me esperaba en mi perfil. Esperé unos segundos a que se cargara y allí los vi. Nunca más obvio, soez, irónico. Parecía reirse de mi:
"A ella (decía en azul chillón) y a él les gusta..."
El resto no importaba. Mis ojos no podían despegarse del Ella y Él que tenía delante de mi. ¡Fue tan real! Demasiado.

El sueño.

Ahora te pregunto algo, ¿Alguna vez me dijiste tu verdad? ¿Alguna vez fuiste sincera al decirme "te quiero"? Cuando me susurrabas dulzuras y nostalgias al oído, me dabas amor en forma de abrazos y té, ¿Mentías? La vida sigue, y yo con ella. Pero te amo, Ángela.

Construcción.

Ya sé que soy rara. Especial, digamos. Hace mucho tiempo que me busco, sería hora de ir encontrándome. Y como no tengo una mejor manera de empezar que explicando un poco de lo que tengo en el alma, voy a hacer eso. Sin trabas, quizá. Sería lo mejor.
Me gusta la buena música. Las canciones con metáforas. De amor, para qué mentir. A veces, cuando estoy muy triste, un tema bien elegido puede tirar sal a las heridas o ponerle una curita.
Alejate
de lo






Real.

AContramano.

"¿Por qué una pica?", suelen preguntarme. "¿Te gusta el poker?", oí más de una vez. No puedo creer que reduzcan a tal vulgaridad mi elección. No, no me gusta el poker, lo repudio. Me gusta la poesía, y aprecio especialmente las metáforas. Mi pica significa el revés del corazón, la daga, la desventura. Sí, la desventura grabada en la piel. Y no es pesimismo en estado puro, es simplemente el reconocimiento de algo más, de algo peor. De las atrocidades que pueden llegar a tocarnos, del desamor, incluso de la lujuria feroz. Y en esas cosas soy experta.

No tenés swing

Demasiada estabilidad. Ni siquiera tengo ganas de escribir, ni siquiera tengo algo que contar. Es aburrido, incluso prefiero la tristeza a la nada misma.
La vida del poeta debe tener obligatoriamente altibajos constantes, ron, gatos y algunas palabras en francés.

Ya no sé.

Leí tu libro. Es el guión de varias vidas. Enfermaste a mi amiga con lo que escribiste. Mi amiga es débil, ¿Y qué? Nadie la manipuló como vos.
Leí tu libro, me enteré de tu visión de la vida e inmediatamente fui notando como con el correr de las páginas tu historia se asimilaba cada vez más a la que seguía fervientemente, día a día y sin un solo respiro. El amor obsesivo, la angustia existencial. Pero hubo detalles más terribles. La supuesta pérdida de un bebé, los cortes, la bulimia y la anorexia. Incluso el blog.
Me niego a creer que está perdida, pero mis fuerzas flaquean cada vez un poco más cuando veo en la pantalla de mi celular un nuevo mensaje que pide socorro. Y agarro mi bolso y salgo para encontrarme con ella, mi amiga enferma, como si fuese su psicóloga o su nutricionista, no sé. A veces necesitamos ayuda nosotros también.

Revisión:
Me retiro de la lucha. Ya no ayudo a quien no me deja. Tengo todo el tiempo para el que sí.

Páginas.

En definitiva, nunca fue real. Soy una perra. Te mentí lo suficiente como para enamorarte, para usar lo que consideraba útil y dejarte. Otra vez. Nene, yo ya seguí mi camino. Eso sí, herirte te voy a herir todo lo que esté a mi alcance. Además de una perra, soy vengativa.

La vida es Buena

1) Si quiere hacer feliz a una persona, ámela. Si quiere convertirla en el ser más desdichado del mundo, ame a otro.

2) Sos una asquerosa droga que me ata, me excita, me obliga, me enferma, me esclaviza.
Sos vos, con los recuerdos suicidándose en un colchón; con las caricias como reflejadas en un té frío. Sos un clavo ardiendo hundiéndose en mi estómago.
Me tentás con tu aroma, tu gusto... Y me harto de vos y te vomito. Y, una vez más, vuelvo a probarte.
Hace meses que me causas nauseas. Yo también.

Dream on

La vida me sonríe. Bah, me esboza una sonrisa. Depende de mi aprovechar esa repentina felicidad. Si no me equivoco lo estoy haciendo. Pero no prometo nada, quizá mi enfermedad se suelte en el momento justo y comience otra vez a arruinar lo que voy construyendo.
¿Conocés el cuento del perro que entra a una casa llena de espejos? Yo entro moviendo la cola. Literalmente.
Gracias, cariño. Me agarraste cínica. Mal día para declaraciones. Voy a llamarte y tratarte como si fueras mío desde que nos conocimos. Y en cierta forma lo sos. Vos y todos. Yo no soy nectar ni oasis. Soy veneno en estado puro, letal. No podes saberlo hasta probarme. Y una vez que ya lo hiciste, no hay cura. Contentate con verme al pasar y oler mi perfume, ver como mis caderas se mueven bajo la palma de otra víctima. Ni sueñes con advertirselo. Es de mal cazador ahuyentar las presas de los demás.

Mariposas en el estomago

Teneme miedo porque soy avispa. Teneme miedo porque soy machete, soy karma y divinidad. Temé, yo soy más mujer y menos víbora, pero tengo veneno suficiente como para matarte. Podés sufrir, cuidate, no pises descalza a un escorpión.