Temblor.

Ahí se remueve algo. Es el monstruo, otra vez. Susurra como para que lo escuche sólo yo: "Acá estoy. Hola. No te olvides". Y pasa una garra por la zona del pecho, pero del lado de adentro.
El monstruo entrecierra los ojos que difícilmente entran en el cráneo maltrecho y se ríe bajito. Es un verdadero hijo de puta.
Pero yo le tiro cachitos de pan como para que nunca se muera. Entonces la hija de puta vengo a ser yo.
Me siento en un rincón y lloro, lloro hasta quedarme sin sal. Me seco y, sin embargo, sigo siendo una esponjita que chupa la mentira y el dolor. A lo bueno lo dejo afuera. Ya no tengo más lugar para eso. Y creo que nunca lo tuve. El monstruo ocupa gran parte de lo que viene a ser mi cuerpo y se amolda a mis músculos. Es él- y soy yo- el que se queda quieto cuando me tengo que mover. El que trepida violentamente cuando alguien me dice algo lindo. Él escupe veneno y dice: "Es mentira. No servís para nada. Y cuando te quejes de eso, te van a decir que sí servís. Y también va a ser mentira".
A veces pone una garra sobre el obturador y chilla, pícaro, que ni lo intente, total no me va a salir. A veces me agarra del tobillo y tironea. No hace falta que haga mucha fuerza, ya me tiene entrenada. Él me desanima, yo obedezco. Yo me desanimo, él sonríe.
Entonces me entran ganas de quedarme acostada en mi cama hasta que todo pase, pero sé que no va a pasar. Y maldigo a aquello que me hizo así, a aquello que una vez me dijo que era una inútil. Y me maldigo a mí, por creerle. Realmente, una hija de puta.

Día vertical.

La oscuridad se come tus ojos. Yo sé que me estás mirando porque te gusta mirarme, pero me evita la selva castaña que se desprende de tus cuencas, ahora vacías, ahora negras. Te escucho respirar a escasos centímetros de mi pelo en una vorágine de vapores, el día vertical se horizontalizó entre tus sábanas otra vez, y vos rozás cada pedacito de piel con ansias locas y yo sé que me estás mirando. Aunque no te veo.
Te perdés en la noche pero no todo vos sino tus ojos, no puedo creer que me falte justo eso, tu mirada juntándose en fundición perfecta con la mía mientras yo también acarició tu cuello y tu pecho, buscando en un estado de leve desesperación el cachito perfecto de piel que sé que debe esconderse en algún lado, mientras una francesa canta bajito, afuera suena la lluvia y medianoche nos cubre con sombras irregulares. Faltan los truenos para que sea un paisaje soberbio. Y faltan tus ojos.

Todas las cosas son de color azul.

Yo no voy a mentir una habilidad magistral a la hora de escribir que no tengo. ¡Pero cómo me molesta! Me molestás vos, y eso que te quiero. Sos increíblemente vulgar, no tenés poesía y, como si fuera poco (o para peor, no me decidí todavía) estoy algo envidiosa -endiviosa- de tu felicidad. Como si yo no fuera feliz, no sé. Vivís la vida en ignorancia, no sabiendo lo que es escribir por amor o por la falta del mismísimo. No es por desmerecer, pero das todo premasticado.
No es una cuestión de escribir bien o mal, de que me guste o no cómo tratás los temas. Me molestás vos. Con tus faltas de ortografía que ya dejé de considerar un delito grave, con tus obvias alusiones, con tu felicidad estúpida. Y con tus pensamientos similares a los míos pero menos enroscados.
Ahora me toca a mi:
Me hiciste reír. Contestabas rápido a mis comentarios un poco leves, como si vos anduvieras en caballo y yo en una mulita bebé con el caparazón roto. Yo no podía parar de mirarte a los ojos y tenía miedo de desnudar demasiado mi alma y que no quisieras verme más. Estuve todo el día colgada al abismo que mi celular representaba, y a cada mensaje bobo, a cada sonido pachanguero, yo saltaba loca de contenta y veía, instantes después y cubierta de desilusión ("Te has cubierto de gloria") que no eras vos quien se había acordado de mí.
Después me olvidé yo de todo y me dolió la cabeza por un lapso de una hora y media, porque no le hace bien a mi alma eso de revolver en cachitos azules de saberes rojos. Volví a casa. Había regalos, había cactos (¡Cactos!), había música, comida, papás, agua, había muchos pares de manos más que las mías. Y había, esperándome, una notita que rezaba virtualmente que me querías ver. Vos, el de los ojos lindos, tenía ganas de verme a mi, la de los ojos normales. ¿Quién lo diría?
Ahora llueve, y mañana nos vemos y yo amo la lluvia y creo que voy a terminar amando verte.
Pero amando en el sentido en que yo lo uso, tranquilos.

Amares

"(...)cualquiera nos reconoce por las hondas ojeras, que delatan la falta de sueño, o por nuestra insoportable necesidad de decir estupideces."

Cuatro plantas en cinco tubos de ensayo.

Las gotas se abrazaban a la ventanilla del auto que vos manejabas, mirando siempre al frente. Yo te ofrecía un mate y vos tanteabas buscando, en la oscuridad de la noche y de la tormenta, mi mano. Sobre tu sien se reflejaban los últimos rayos de luz que no sé si eran naturales o de algún destellos que yo te proyectaba en el alma. Manejaste mucho tiempo con mis ojos clavados ya en la neblina, ya en vos. Hablabas de cosas que no entendía, me sentía un poco tonta y un poco intimidada ante tantísima inteligencia. Te reías con movimientos de muñeco, con risa de hiena avergonzada, y yo no podía dejar de mirarte entre las luces de mentira y las gotas.
Comimos en silencio, todavía me embobabas con tus dedos regordetes acariciando los cubiertos y por qué no a mi. Después me llevaste a tu cama y me rozaste los poros durante un rato. Yo me dormí entre tus brazos mientras vos mirabas arriba, siempre a la noche, siempre a la tormenta.

Allá lejos y hace tiempo.

¿Me podés explicar qué hacés vos allá o yo acá (que para el caso es lo mismo) y por qué razón no nos casamos aquella vez que te lo propuse? Las volteretas locas de la vida pueden dejarnos muy lejos y hasta en décadas diferentes, pero voy a pelear por darte un beso alguna tarde entre mates y Dientes de León.
No concibo la idea de que vos estés acá y yo esté allá y no nos pongamos a discutir sobre los tantos temas que tenemos en común o sobre la socialización primaria que ahora ya sé bien cómo es (y yo tenía razón, petiso) o de que simplemente nos quedemos callados mirando cada uno a un lado y sabiendo que en el fondo nos queremos más de lo que nos decimos.
"Que Humo venga cuando quiera, decile que la adoro porque te hace feliz".
Un honor, doña. Me voy a seguir pasando a visitarla seguidito.

Lemon pie.

Pero qué cosa. Esto es vida: Estudios varios y felices, lindos proyectos, un viaje a dos pasos, y a uno nomás, un muchacho. Cocinero. Petiso, de anteojos. Me hace acordar a un personaje de película pero no me hace acordar del nombre del personaje de película. Tiene unas manos increíbles.
Del viaje tengo más cosas que decir. Hace unos días, me llamó mi alma de diamante y a mi se me escaparon, locas, las ganas de ordenar un poco lo que se supone que va a ser mi presente en unos cuatro o cinco meses. Uruguay por tierra o por agua. ¿Bolivia? Dale, que tengo ganas. Y desde Viedma hasta bahía, dios proveerá.
Pero yo quiero estar comprándome la mochila. Haciendo lista. Contando la ínfima cantidad de plata que supongo que voy a llevar. Cosiendo ropa y todos esos imponderables que me voy a ir cruzando.

Buenas nuevas.

Se me ocurrió que por ahí puedo mezclar en el mismo espacio las artes de las que me suelo ocupar cuando ando necesitando consuelo o respiro.
Se me ocurrió que, dado que tengo el mismo número de meses fotografiando que de años escribiendo, podría embeber el blog con algunas fotos -algunitas, nomás, que son pocas las que saco- y tenía ganas de empezar con un proyecto un poco cruel que hace un tiempo que me viene trayendo loca. Ya veremos qué consigo.
Por otro lado, debería escribir esto para la posteridad: Tengo la sensación de estar a dos pasos de considerar el hecho de enamorarme otra vez de alguien. No es que sea irremediable, pero conocí a una persona que es inteligente y tiene unos ojos de infarto. Entre otras cosas buenas, por supuesto. Así que me anda dando vueltas en la cabeza el petiso trasnochado que se me cuela en las clases de historia y en clown y en arte y por qué no, en los sueños.
Que petiso meterete.

Buenos Aires, marzo de 1976: las negruras y los soles.

"(...)Esta vez me llamaba para contarme que estaba enamorada. Me dijo que por fin había encontrado lo que había estado buscando sin saber qué buscaba y que necesitaba decírselo a alguien y que disculpara la molestia y que ella había descubierto que se podían compartir las cosas de más adentro y quería contártelo porque es una buena noticia, ¿no?, y no tengo a quién decírsela y pensé...
Me contó que habían ido juntos al hipódromo por primera vez en la vida y los había deslumbrado el brillo de los caballos y las blusas de seda. Tenían unos pocos pesos y se los habían jugado muy seguros de que ganarían porque era la primera vez, y habían apostado a los caballos más simpáticos y a los que tenían los nombres más cómicos. Habían perdido todo y se habían vuelto a pie y absolutamente felices por la hermosura de los animales y la emoción de las carreras y porque ellos también eran jóvenes y hermosos y capaces de todo. Ahora mismo, me dijo, me muero de ganas de salir a la calle, tocar la trompeta, abrazar a la gente, gritar que lo quiero y que nacer es una suerte."