Cuatro plantas en cinco tubos de ensayo.

Las gotas se abrazaban a la ventanilla del auto que vos manejabas, mirando siempre al frente. Yo te ofrecía un mate y vos tanteabas buscando, en la oscuridad de la noche y de la tormenta, mi mano. Sobre tu sien se reflejaban los últimos rayos de luz que no sé si eran naturales o de algún destellos que yo te proyectaba en el alma. Manejaste mucho tiempo con mis ojos clavados ya en la neblina, ya en vos. Hablabas de cosas que no entendía, me sentía un poco tonta y un poco intimidada ante tantísima inteligencia. Te reías con movimientos de muñeco, con risa de hiena avergonzada, y yo no podía dejar de mirarte entre las luces de mentira y las gotas.
Comimos en silencio, todavía me embobabas con tus dedos regordetes acariciando los cubiertos y por qué no a mi. Después me llevaste a tu cama y me rozaste los poros durante un rato. Yo me dormí entre tus brazos mientras vos mirabas arriba, siempre a la noche, siempre a la tormenta.

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