Minúsculas gotitas de sangre salada rodaron por el empeine derecho de Verónica. Afuera del agua vio la herida y no le dio mucha importancia, pues sólo se había cortado con la tabla de surf.
Se hacía de noche en la playa y los amigos tenían que irse. Ella los convenció de una última fogata antes de que terminaran las vacaciones de verano. Ellos, melancólicos, aceptaron.
Entonces encendieron algunos papeles que encendieron algunas ramitas que encendieron algunos troncos de tamaño mediano. Y asaron malvaviscos, contaron historia de terror, entonces el monstruo, e hicieron obviedades adolescentes en las costas de Malibú.
Verónica besó a su amigo Charles, cosa que a él pareció no molestarle. Y a eso de las diez tuvo que irse, al día siguiente debía ir a su agonizante trabajo de cajera.
Se vistió la remera violeta y una zapatilla, la izquierda, porque el pie descalzo empezaba a dolerle luego del pisotón que el idiota de James le había propinado, reabriendo su herida.
Caminó por una callecita desierta sin miedo, no tenía porqué tenerlo. Pero no dejó de notar el ruido rápido que se producía cada vez que ella volteaba. No le dio real importancia porque tenía en la cabeza el nuevo beso en menor medida y sus agujetas desatadas en mayor.
Se inclinó para atárselas. Quizá, si no lo hacía, se cayera.
No terminó el primer nudo antes de ver los ojos redondos y enloquecidos, presas del caos, los dientes brillando en la oscuridad que cada vez se alargaban y afilaban un poco más, sedientos. La sombra no tuvo más objetivo que el pie de Verónica.
Estúpido James, un poco de cuidado podría haberle salvado la vida.

Calor.

Me contó un amigo que le contó un profesor, y yo elegí creer, que un día en pleno centro de Buenos Aires iba una madre con su hijo, que da igual si era común o especial, y el pequeño de pronto vio a un hombre acostado en la calle como esperando a la muerte o a la vida, no lo sé. Entonces el niñito pidió a la mujer que lo dejara acercarse al desconocido, que lo dejara abrazarlo, y ella no aceptó porque era peligrosa tanta humanidad.
El hijo se tornó insoportable. Berreaba en silencio, intentando conmover a la madre que, vencida, lo dejó acercarse. Y él caminó muy despacio hasta el hombre y lo abrazó. Entonces el recién bendecido lloró bajito y le dijo:
-Hoy es mi cumpleaños.

Y cuando quieras soñar, sólo habrán pesadillas.

Se cansó de tanto escenario triste adornado con gatos y humo de tabaco. Ya no quiere caminar en tacones bajo la lluvia ni hamacarse, taciturna y descalza.
Dejó el vicio de esperar en París, de escribir en Barcelona, de militar en Rusia y de bailar en Argentina.
Su pasado está ahora en las callecitas mojadas y nebulosas de Londres, en donde se olvido el paraguas y la inocencia.
Ya es tiempo de volver a nacer, cree.
Le queda una última poesía que habla de flores y balcones.
¡Já! Hacía mucho que no volvía a remover mi cajita de ceniza. Ahora vamos a ver... ¿Qué era lo que pensaba hoy, cuando venía caminando un poco lejos de casa, intentando que alguien se apiadara de mi condición de "hoy no pasa el 51, nena"? Ah, sí:

Yo tengo un cigarrillo para cuando no viene el bondi.
Hay gente que habla de la ley de Murphy pero no saben. Son cómicos sin profesión que se respaldan en el típico "si algo puede salir mal, lo hará" para ocultar su mediocridad. Yo reconozco que mi cigarro es más fuerte que las leyes de la física, de la lógica y que yo.
Lo que pasa es algo así: Todos saben que cuando algún pusilánime que llega tarde, y se corta y se acorta la vida fumando, espera el colectivo, suele prenderse un gauloises, un parisiennes, un virginia slim (para los mas mundanos, un malboro). Inmediatamente después, puede que venga el ansiado transporte. O puede que no, pero esos casos son las mutaciones y no se los tiene en cuenta. Porque el ser humano suele pensar lo que le conviene, entonces en cuestión de segundos se descartan las situaciones que no cuadran con nuestro pensamiento. En fin... el punto es que mi cigarro no tiene esas excepciones tan engorrosas.
A veces, en los malos días, hace falta darle un par de pitadas antes de que se asome en la lejanía el cuadradito rojo que se acerca a unos 60 km/h.
Pero es una delicia, porque en las jornadas color rosa no hace falta más que acercar el fuego, dejarlo lamer el papel y el tabaco, deleitarse con el Humo blanquecino que olea y baila y juega, para que aparezca el esperado como un amante retrasado.
De todas formas, mi cigarro tiene un inconveniente. Hace venir el colectivo, sí, pero quizá no el que uno necesita.
"Quizá es porque me decis que no muy suavemente, al oído. Quizá es porque después de cada "no" murmuras "pero". Quizá es por impulsivo, por querer acelerar las cosas, por querer vivirlas. Quizá es por no conocer otra cosa más que el presente. O quizá no es por ninguna de esas cosas, y solo esté delirando con una realidad que no existe. Será que no puedo entenderte del todo, que sos una de esas pocas personas a las que no puedo comprender, que me intrigan. Pero entre todas figuraciones, entre todas estas preguntas, una sola cosa me queda en claro, probablemente la única cosa a la que puedo agarrarme: el corazón no se jaquea porque sí. Yo sé, los dos sabemos, que podriamos decir que no, que después, que no sabemos. Pero yo estaría mintiendo. Y tal vez sea porque vivimos de dos formas diferentes (aunque sospecho que nuestra lucha es la misma, que queremos los dos escapar de ese maestro autoritario de la conciencia que es la duda, la reflexión, el pensamiento). De cualquier forma yo te puedo esperar, puedo seguir molestándote... por lo menos hasta que me encuentres o en su defecto pueda descifrarte y finalmente comprenderte. También espero, me aferro, a que ésto último no pase, a que solo pueda comprenderte cuando vos quieras que lo haga. Porque quizá es porque sos imposible en mil formas, pero lo cierto es que hay algo en vos que hace que no pueda dejar de pensar, que QUIERA pensar."


Y me acordé de vos pero ya como alguien que vivió antes.
Y gracias, porque quizá me diste algo más en lo que pensar y no morirme en el intento.
Y perdón, porque dejé de quererte en el momento indicado.
Y sí, ya sé, creo que me corté y te dejé ver adentro, ya no soy incomprensible.

Un, dos, tres, cuatro, cinco, diez.

"¿Qué no podés hacer en casa que te tenés que ir a vivir sola?"

Así empezó la charla sobre mi independencia. Podría haberle respondido:
"Fiestas (orgías, mejor dicho). Quiero cultivar marihuana en el parque de atrás, mamá. Y fumar sin esconderme; poner los juguetes eróticos en la mesada, al lado del whisky, el ron, la cerveza, el fernet. Y obviamente, tener el galpón lleno de armas ilegales; la cama, de prostitutas; la cocina, de inmigrantes hacedores de billeteras. Tranquila, en el living juegan los nenes."
Pero no se le ocurrió a ella que quizá lo que me gustaría es desenvolverme por mi misma en un ámbito nuevo. Que me gustaría tener mis horarios; mis recetas; mi forma de limpiar el horno lleno de torta quemada; los sillones ubicados donde quiero; el desorden de los cds, ahí, en la mesa de luz; las tazas para lavar; tengo que comprar shampoo; la pila de ropa, la de cuentas a pagar; los papeles de la facu. Y que sé yo.
Vivir conmigo nomás. Un ratito, nomás.