Minúsculas gotitas de sangre salada rodaron por el empeine derecho de Verónica. Afuera del agua vio la herida y no le dio mucha importancia, pues sólo se había cortado con la tabla de surf.
Se hacía de noche en la playa y los amigos tenían que irse. Ella los convenció de una última fogata antes de que terminaran las vacaciones de verano. Ellos, melancólicos, aceptaron.
Entonces encendieron algunos papeles que encendieron algunas ramitas que encendieron algunos troncos de tamaño mediano. Y asaron malvaviscos, contaron historia de terror, entonces el monstruo, e hicieron obviedades adolescentes en las costas de Malibú.
Verónica besó a su amigo Charles, cosa que a él pareció no molestarle. Y a eso de las diez tuvo que irse, al día siguiente debía ir a su agonizante trabajo de cajera.
Se vistió la remera violeta y una zapatilla, la izquierda, porque el pie descalzo empezaba a dolerle luego del pisotón que el idiota de James le había propinado, reabriendo su herida.
Caminó por una callecita desierta sin miedo, no tenía porqué tenerlo. Pero no dejó de notar el ruido rápido que se producía cada vez que ella volteaba. No le dio real importancia porque tenía en la cabeza el nuevo beso en menor medida y sus agujetas desatadas en mayor.
Se inclinó para atárselas. Quizá, si no lo hacía, se cayera.
No terminó el primer nudo antes de ver los ojos redondos y enloquecidos, presas del caos, los dientes brillando en la oscuridad que cada vez se alargaban y afilaban un poco más, sedientos. La sombra no tuvo más objetivo que el pie de Verónica.
Estúpido James, un poco de cuidado podría haberle salvado la vida.

1 comentario:

Búho dijo...

Feliz Año Nuevo, Humo. Siempre ha sido un placer seguir tus textos, espero que recibir noticias tuyas en los años venideros.

Abrazo de plumas, y saludo nocturno


Búho