Enigmas

-La felicidad está a dos vidas.
-En la anterior me dijeron lo mismo.
-Exacto.

Lo más alto de la locura

Llevaba un vestido rojo ceñido a su cuerpo de niña. Se sentía extraña, sentada sola en ese salón. Minutos antes, un hombre alto y sombrío se le había acercado. Ella lo alejó con un gesto vago.
"¿Trabajar?", había dicho. "Ni loca". Y ahora se encontraba en ese salón, tan sola y, sin embargo, a gusto con su soledad.
Pasó varias horas allí sentada, acomodándose nerviosamente los pliegues de la falda. De pronto un chasquido la alertó. Y supo que ese era el hombre. Se levantó de un golpe de talón y caminó hasta él moviendo las caderas. Tenía que comprarlo con los primeros pasos.
Se sentía una ovejita bajo el bastón conductor del pastor. Se adelantó unos metros, con las manos detrás de la espalda porque, a pesar de tener que mostrar una imagen segura, el miedo la invadía terriblemente.
Saludó con un vaivén de cabeza y pasó a la habitación contigua.
-Tráteme con cuidado. Es mi primera vez.
-¿Tu primera noche?
-No, literalmente- Y cerró la puerta tras de sí.

Recuerdos.

Un chirrido más agudo de lo normal podría haberla alertado. Un bamboleo un poco a la derecha. Algún crujido de la madera bajo su cintura. Pero la caída fue tan de repente que no la vio venir.
Quedó sentada en el suelo, riendo, entre la hamaca partida en dos pedazos. En la pequeña plaza rodeada de autos y edificios, de humo negro y niños en trajes rigurosamente colocados.
Ella llevaba una pollera larga que le rozaba los pequeños pies descalzos cuando se hamacaba. También vestía una camisa clara con topitos púrpuras, y el cuello de esta golpeteaba sus clavículas casi con primor cuando el viento insistía en separarlo del pecho.
La estructura de madera que colgaba desde ambos extremos de unas cadenas mucho más oxidadas de lo que era recomendable que se alzaban hasta enredarse en un tubo despintado por la lluvia que hasta ese momento no había caído aunque hacía horas que amenazaba con hacerlo. Y fue así que se decidió. De a pequeñas gotas comenzó a mojar la ciudad, como despertándola de un sopor en el que hacía tiempo que estaba sumergida. De a pequeñas gotas salpicó los techos, las cabezas, los zapatos, los bastones, las mesas de las confiterías, los gatos y la plaza. Y en la plaza todos corrieron a esconderse a sus casas, porque la lluvia era demasiado libre para sus cuerpos llenos de reglas y horarios y ellos sentían a las pequeñas gotas de agua como subversivas ante la moral que llevaban. Y corrieron con los diarios llenos de malas noticias sobre sus cabellos cuidadosamente peinados, pensando que se guardaban del clima pero no, se guardaban de otra cosa mucho más profunda. Saltaron los recién formados charcos con las manos enfundadas en los sobretodos grises que miles de dolares antes se encontraban serios en perchas sobre la avenida más transitada de Nueva York.
Y allí estaba ella, ya no riendo sino con los ojos y la boca cerrados, la nariz apuntando al cielo que la bendecía con miles de pequeñas gotas de agua.
Y se sintió libre, subversiva, grácil, bárbara. Se sintió lluvia.

Mirá alrededor.

-¿Le ponés azúcar al té?
-Sí, es una mala costumbre, pero desde piba lo hago. Hay cosas que me cuesta dejar.
-Me contabas...
-¡Ah, sí! Bueno, entonces ese día no, el siguiente estábamos todos en mi casa, y salió con otro comentario agudo que lo único que buscaba era eclipsarme. Vos sabés que aunque me cueste yo tengo la manía de escribir todo. No puedo controlarme casi. Entonces se la dejé pasar, como siempre, pero por adentro me estaba quemando viva. Entonces me levanté y me fui a la cocina, agarré una hoja que tenía por ahí y le escribí esto- se levantó del sillón y se acercó a su cartera. Revolvió unos segundos su interior y extrajo un papel mal doblado con inscripciones en naranja del lado exterior. Lo desplegó y comentó- todavía no se lo dí, leelo - y extendió el brazo con la carta. La ojeé en silencio.
-Tengo algo para decirte, no te asustes.
-No me asusta nada, salvo la oscuridad. Y el silencio, que es casi lo mismo.
-Es demasiado fuerte esto, te convendría calibrarlo un poco... Mirá que te está vibrando el celular.
-Ah, sí, es mi novio.
-¿Tu novio? ¿No le habías cortado después de lo de este tema?
-Bueno, ¿Qué querés? Hay cosas que me cuesta dejar.

Sí, trato de creerte.

Nieva. Con lo que odia la nieve. Incluso su único fin útil no la justifica. Asesina animales y sus ganas de vivir. Ella acaricia el vidrio y su mano se inunda de pequeñas gotas de condensación helada. Es rubia por convicción y preciosa por creencia. Lleva anteojos de armazón violeta con mucho porte. Ella tiene mucho porte.
A veces cree que no es el centro del universo, y a veces cree que está confundida.
Usa sobretodos en invierno y enteritos jardineros en verano. Siempre lleva los labios pintados.
Una vez se enamoró. Grave error. Él no sólo no la correspondió sino que se burló de ella y la mató. Desde ese momento vaga sin brillo en los ojos de hombre en hombre, pensando que algún día encontrará en otro a ese que le quitó la ropa y el corazón. Y pensar que podría haber sido feliz.

¡Plaf!

Una puñalada en la columna. Una bofetada helada. Un golpe seco en la boca del estómago. La lluvia congelando los gestos. Una mano arrancando ropas. Las uñas de esa mano clavándose en las encías. Cientos de vidrios cayendo sobre la espalda desnuda. Latigazos y sal sobre las heridas. Y lo último que escuchó fue "Ya no te amo".

No es no.

No, si yo soy despreciable. Perdón.