La piedrita en el zapato se mueve de atrás para adelante, rola rueda y baila en el zapato, baila gorda, riéndose y pensando en que el vaivén la marea.
El zapato siente el surco y algo como sangre le brota desde la carne vieja. No gime, ni llora.
La piedra tromba, y a veces se esconde en algún rincón y el zapato respira aliviado porque supone que la dejó escapar por un agujero, entonces se pone a pensar en el infortunio de los agujeros y el barro que se inmiscuye y saluda gravemente. Pero al rato nomás la piedra salta de su guarida, destruyendo los pocos pedazos de sociego, y retoma su danza boba.
El zapato piensa que la tranquilidad nunca es mucha, y agradece a la piedrita por dejarse ir, a veces, a un rincón en donde no la siente.
Ahora los títeres tienen por costumbre escabullirse del cajón por el espacio abierto que dejó la oscuridad al migrar, y alcanzar la cama con pasitos cortos, mecánicos. Desde abajo tiran de las sábanas y esperan a que René las vuelva a subir, y entonces suben con ellas. Ya arriba, están los que empiezan a mordisquearle los deditos de los pies y a escurrirse entre la piel y la ropa, y los que se sientan, quietos, a mirarle el respirar acompasado. René prefiere a los primeros.
Este duendecito se le metió en la cama hace unos días y se rehúsa a salir, o quizás es que sin querer quedó enredado con el pelo de René, o tal vez ella la atrapó y no quiere dejarlo ir. Nunca se sabe.
El cuento es que le gusta horrores, y le junta las manos, y derrama arroz, rezando por transmutarlo en carne para tener qué morder.

Te vi. Me hundí en el asiento. Yo no sé si es porque no te quiero o porque no quiero quererte.

Asesiné a la Musa. La tomé, la violé, y luego, ya saciada la violenta sed que me aquejaba, le corté las manos, rasguñé su sexo y la dejé ahí, con la garganta rota, para que se desangrara. La tinta que escapó de sus venas se resbaló del papel y no sirvió ni siquiera para escribir una mísera carta de recomendación.

Las lunas no lloran

Quizás, si buscara algún cielo al final de mi rayuela, si otras mieles, otros azares.
Quizás si me conformara, o si me atara las manos.
Quizás lo que falta está detrás de cada cerradura.
Quizás tengo todas las llaves.
Y quizás las fundo, una tras otra.