Te vi. Me hundí en el asiento. Yo no sé si es porque no te quiero o porque no quiero quererte.

Asesiné a la Musa. La tomé, la violé, y luego, ya saciada la violenta sed que me aquejaba, le corté las manos, rasguñé su sexo y la dejé ahí, con la garganta rota, para que se desangrara. La tinta que escapó de sus venas se resbaló del papel y no sirvió ni siquiera para escribir una mísera carta de recomendación.

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