La piedrita en el zapato se mueve de atrás para adelante, rola rueda y baila en el zapato, baila gorda, riéndose y pensando en que el vaivén la marea.
El zapato siente el surco y algo como sangre le brota desde la carne vieja. No gime, ni llora.
La piedra tromba, y a veces se esconde en algún rincón y el zapato respira aliviado porque supone que la dejó escapar por un agujero, entonces se pone a pensar en el infortunio de los agujeros y el barro que se inmiscuye y saluda gravemente. Pero al rato nomás la piedra salta de su guarida, destruyendo los pocos pedazos de sociego, y retoma su danza boba.
El zapato piensa que la tranquilidad nunca es mucha, y agradece a la piedrita por dejarse ir, a veces, a un rincón en donde no la siente.

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