Hará un año que

René decidió cortarle las manos a los títeres para que no se enamoren. No es que crea que esa es la forma de evitarlo, sabe que a nadie le gusta que lo mutilen pero de todas maneras lo cree un poco extremo (ya, de por sí, los mantiene cautivos en un cajón oscuro, hacinados y hambrientos, uno creería que no hay peligro de que se enamoren pero la experiencia indica lo contrario); el objetivo es que, una vez evitada una de las más grandes muestras de amor que logra concebir, sea difícil acceder a ese grado de intimidad amatoria: si no pueden darle la mano, si no pueden exteriorizar el amor, se diluirá pronto, prontísimo, antes siquiera de que llegue a aparecer.
Pero éste no es un títere. Es nuevo, reluciente, casi barnizado. Creyó ver con el rabillo del ojo los dedos largos de madera, pero no está segura. También creyó ver cómo latía el corazón bajo la respiración acompasada, rítmica, tranquila, tartamuda. Pero tampoco está segura.
Lo que sabe es que besa lindo, y que se siente cómoda a su lado. Lo que sabe, también, es que nada es peor que enamorarse todavía enamorada.

Le gusta cómo se muerde los labios mientras la mira con los ojos escondidos detrás de las espesas cejas. Le gusta cómo la escucha, y cómo la agarra de la mano aunque ella se escape y piense que ya va a tener que cortárselas, pronto, prontísimo, antes siquiera de que lleguen a aparecer.

Monstruos en la cama.

-Me estás sacando toda la frazada.
Él no dice nada y gruñetea un poco. Tiro, pero es inútil. Toda su enormidad llena de pelos está apoyada en la gran mayoría de la tela. Ni siquiera fue capaz de meterse entre las sábanas. No; llegó a cualquier hora, abrió la puerta despacito y se escabulló entre la pila de zapatillas. Una vez seguro de que yo dormía, de un salto se subió a la cama y me miró largamente. Cuando me desperté lo tenía a escasos centímetros de la cara y pegué un grito. Se rió.
A veces no es tan malo tener un monstruo. Es mejor compañía que los títeres. Ellos son tontos y se enamoran, o son malos y no lo hacen. El monstruo juguetea pero porque yo lo dejo.
El cuento es que se acostó, dejándose caer junto a mí, y yo me tuve que hacer un poco a un lado.
La cama es blanca, rosa, muy clara y caliente. El monstruo huele a luna y es un poco violeta, o negro a veces. Yo soy gris, y tengo gusto a carbón.
Vayan, pregunten, eso es tan cierto como que no escribir los espacios en blanco de los libros es desperdiciar espacio.