Monstruos en la cama.

-Me estás sacando toda la frazada.
Él no dice nada y gruñetea un poco. Tiro, pero es inútil. Toda su enormidad llena de pelos está apoyada en la gran mayoría de la tela. Ni siquiera fue capaz de meterse entre las sábanas. No; llegó a cualquier hora, abrió la puerta despacito y se escabulló entre la pila de zapatillas. Una vez seguro de que yo dormía, de un salto se subió a la cama y me miró largamente. Cuando me desperté lo tenía a escasos centímetros de la cara y pegué un grito. Se rió.
A veces no es tan malo tener un monstruo. Es mejor compañía que los títeres. Ellos son tontos y se enamoran, o son malos y no lo hacen. El monstruo juguetea pero porque yo lo dejo.
El cuento es que se acostó, dejándose caer junto a mí, y yo me tuve que hacer un poco a un lado.
La cama es blanca, rosa, muy clara y caliente. El monstruo huele a luna y es un poco violeta, o negro a veces. Yo soy gris, y tengo gusto a carbón.
Vayan, pregunten, eso es tan cierto como que no escribir los espacios en blanco de los libros es desperdiciar espacio.

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