¿Vocabulario? No, gracias.

Hacía frío y ella pensaba que los consejos ya no le servían de nada. Ni el "abrigate" ni el "trabajá así" surtían efecto alguno bajo las palabras obscenas que creaba, manipulaba y hacía volar en su mente.
Se subió el cuello del saco liviano. Mala elección.
Uma era una mujer -una muchacha, a decir verdad- muy simple. No tenía qué, ni dónde, ni cómo ni cuándo. A veces cometía errores, pero, en general, era su forma de proceder lo que hacía parecer a un observador poco avispado que estaba confundida. Uma nunca tuvo nada tan claro como su forma de dibujar.
Quizá las sombras no se coordinaran, quizá los colores fuesen un poco surreales, quizá los trazos imitaran a los de alguien más. Era su estilo. Si alguien se le imponía, ella era capaz de defender su trabajo con la vida.
Trabajo que, por cierto, era bastante incompleto en su complejidad, porque le gustaba jugar con las formas y a veces con los sonidos y las palabras y las repeticiones y las colocaciones y su pintor preferido.
Uma no soportaba a los puntillosos críticos de arte, que nunca supieron saborear el placer que trae tener un hijo-obra y educarlo como uno quiere.
Uma pensaba que la vida no es una escuela, que eso son los trenes.
Y Uma disfrutaba haciendo las cosas mal intencionalmente, sin seguir ninguna cadencia ni regla. Porque el arte es así, bohemio como Uma.
Bonitas piernas.
Suaves, largas, claras, con lunares.
Bonitos cabellos.
Suaves, largos, claros, con lunares.
Bonitas sombras.
Suaves, largas, claras, con lunares.
Bonitas curvas.
Suaves, largas, claras, con lunares.
Bonitos ojos.
Suaves, largos, claros, con lunares.

Dulces.

Sí. Yo hablo de otras personas. Bien, mal; poco, mucho.
Diría más, otras personas son el tema de conversación principal.
Ya dejé de contar mis problemas, porque nunca encontraba consuelo.
Ya dejé de contar mis aciertos, porque nunca encontraba respuestas correctas.
Ya dejé de contar sueños o historias, porque la fantasía se mudó de ciudad.
Ya dejé de contar miedos, porque el mundo dejó de respetarlos, curiosearlos y mimarlos.
Ya dejé de contar amores, porque sí.
No puedo hablar de otra cosa. Otros, y no yo, son mis palabras.
Pero a veces me pregunto quiénes hablaran de mí.

Caos.

Todo empezó cuando mi profesor criticó esto que escribo. "Le faltan adjetivos, ¿No?". No.
Desde ahí no hice otra cosa que caer en picada. Profunda, terrible. Y aunque el monstruo no llegó a lanzarme a ese vacío del que hablé tantas veces, se acercó mucho. El muy imbécil envidiaba pisotearme así.
Además, mi espejo me odia.
La obra de teatro, otro fracaso. No podía hablar más bajo, no podía actuar peor ni soñando.
Y el debate fue la frutilla del postre. Me dí asco y un poco de vergüenza. Un poco es un decir.
Parece que ahora la vida se la agarró conmigo. ¿Le gustará ordenar los acontecimientos en rachas de buena y mala suerte? Perra.
Me olvidaba. La frutilla vino hoy a la tarde-noche. Me peleé con Él y dejó de hablarme.
¿Alguien tiene una buena noticia?

Diarios I

Hace no mucho tiempo encontré en archivos viejos y roídos una papel un poco amarillo que decía pertenecer al diario de Claribel. No llegaba a leerse todo, así que transcribo la verdad y algunas mentiras que espero que no se noten. Aquí va:

"Querido Diario: Hoy lloré por él. No me había pasado antes. Se supone que siempre hay una primera vez.
Lloré porque me sentí sola y abandonada, que es lo único que mi cuerpito no soporta.
No estoy triste, pero al escucharlo hablarme como si no importara supe que realmente la gente nunca es como uno espera, que defrauda, lastima y deja. Supe que alguna vez esto va a terminarse y va a doler como nunca dolió. Y eso es decir mucho."

No pude rescatar otros episodios que expliquen este arranque de terror. Supongo que se debe a algún plan que salió mal, que, como biógrafa de Claribel, sé que la envolvían en un halo de tristeza infinita.

Lloró, lloró como nunca lo había hecho, desahogándose y muriendo. Clamó al cielo por una explicación, una respuesta, por el alivio. Y luego escapó del castillo con nada más que unas pocas ropas.

“¿Quién será a esta hora?”, se preguntó Hergaf, al despertar en medio de la oscuridad de la noche cerrada del bosque. Levantose del camastro de paja y acudió presurosa a la puerta, esquivando las ollas en las que todavía intentaba sin éxito hervirse algún liquido. La bruja abrió la puertecita y vio los rizos desordenados de la niña frente a ella.

-Tienes que ayudarme… tienes que… - susurró la princesa, cubierta de lágrimas, barro y frustración.

-Pasa, pequeña. Ya sé qué ha sucedido.

Adiós.

Llevaba uno de sus mejores vestidos, una linda corona de plata e iba descalza por el parque, con un libro enorme entre los brazos. Sonreía y el sol parecía reír con ella. Caminó entre los rosales hasta llegar a la puerta de la caballeriza.

-¡Waw! ¡Cuantas bestias! ¿Qué harán aquí?- Susurró para sí. Se acercó hasta un pequeño regordete que descansaba a la sombra de una higuera- Disculpa, niño, ¿De dónde vienen estos caballos?

-Son de los visitantes, Majestad- respondió.

-No sabía que mis padres esperaban…

-No señorita, ellos se acercaron porque no les parecía oportuna pasar la noche a la intemperie, pues no llegarían al próximo pueblo.

-Mmm… Debo apresurarme, probablemente mis padres ofrezcan alguna función en su honor o una gran cena. Niño, estás invitado a lo que sea que se celebre. Trae a tus amigos si quieres. Ahora, debo irme- la princesa dio media vuelta y comenzó a correr tan rápidamente que ni siquiera llegó a ver la reverencia que le regalaba el niño.

Cuando llegó al palacio, llamó a su dama de compañía preferida y le dijo que la bañara y vistiera para aquello que sus padres organizaran. Le pidió datos acerca de los invitados, a lo que la muchacha contestó encantada:

-Su Majestad, sus hazañas llegan a oídos de cualquier mortal. Se lo conoce por su valentía, su fuerza y su cortesía. Dicen que mató al monstruo de la cabeza de oro que azotaba al pueblo del Rey Alejandro, el protector.

-Sí, sí, pero, ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¡Dime todo lo que sepas!

-Es un príncipe hermoso, Majestad. Viene de una tierra lejana, no sé su nombre. Pero apresúrese y véalo por usted misma. Yo iré a buscar sus vestidos, mientras Griselda la lava- sonrió dulcemente.

Claribel estaba alistándose cuando alguien llamó a su puerta. Era su madre, pidiéndole que bajara con prontitud a la sala roja. Ella salió acompañada por su séquito de damas de compañía y caminó por el pasillo que conducía a la habitación donde se producía la celebración. Al entrar vio como la multitud se volteaba a mirarla. Alcanzó a ver al niño que le había dado la información acerca de los extranjeros y a un grupillo de amigos que correteaban por allí. La cena transcurrió tranquila hasta que los reyes se retiraron a sus habitaciones junto con sus sirvientes. Quedaron en la sala los caballeros del príncipe invitado, él mismo y la joven con sus damas de compañía.

Sus miradas se entrecruzaron. A ella, él le pareció misterioso y lejano. A él, lo cautivó su sonrisa. Y el amor nació.

Una fuerte tormenta de nieve azotó a la población aquel invierno. Los caballos morían al estar bajo la ventisca por algunos minutos. Por ello, la caravana del príncipe decidió quedarse en el castillo.

-Espero que no os moleste, Majestad, si permanecemos algún tiempo más en su morada. No nos es posible transportarnos al próximo pueblo. Se verá recompensado por nuestro Rey por su bondad- dijo Leandro de Louroux.

-Por mi parte, le entrego esta cota y esta espada como regalo, espero que sepa apreciarlas por lo que son, tesoros para nuestro pueblo. Jamás le fallarán, no traspasará flecha ni lanza por las anillas de tan magnifica armadura, y no quedará vivo infiel alguno bajo el golpe del hierro- contestó el Rey. En ese momento entró Claribel a la sala, oyendo así la última frase de su progenitor.

-Que crueldad la tuya, padre, al decir eso. El príncipe Leandro no disfruta de la guerra ni la caza, según me han dicho. ¿O estoy errada, mi señor? Las historias que se cuentan sobre usted son de amor y dulzura. A veces traición, pero yo no creo en habladurías.

-Bella, de las traiciones me arrepiento, puedo asegurarlo. Nubló mi juicio la pasión. Y aún cuando no soy partidario asiduo del hierro, sé manejarlo a la perfección. Si me acompañas, puedo contarte las historias de mi pasado, y así tú me mostrarás las caballerizas y las habitaciones.

-¿Puedo, padre, escoltar al Príncipe Leandro?– el rey asintió con la cabeza. La niña, feliz, sonrió y comenzó a caminar hacia la salida del palacio, seguida por el joven.

El corazón de Claribel latía con más rapidez cuando Leandro la miraba a los ojos intensamente.

Detrás se oían los cuchicheos divertidos de las damas de compañía de Claribel, que la seguían a cierta distancia, aparentando distracción al andar. Ella se volteó y dejó escapar una risita tímida. Afuera helaba. El camino de piedras estaba despejado, pero ambos concordaron en pasearse por el blanco suelo. Sus huellas se marcaban en la nieve con un sutil tono gris.

-Estas son las caballerizas, obviamente. Este es Babieca, mi caballo preferido-dijo ella señalando un espectacular espécimen blanco y negro, aunque un tanto pequeño- no es un pony, solo es muy… bajito.

-Hermoso, niña. Dime, ¿Sabes cabalgar?- Claribel rió un segundo.

-¡Oh, claro que no! Soy muy torpe, caería pronto y rodaría un buen tramo. Me inclino más por otras artes, como la música, ¿Cuáles son tus gustos?

-Averígualo- dijo Leandro, misterioso, mientras deslizaba los dedos sobre el pelaje de Babieca.

La madera daba un aspecto hogareño al sitio, en el centro ardía una pequeña fogata para mantener la temperatura del establo. Claribel se acercó, tomó un palito y comenzó a quemarlo. Dándole la espalda al muchacho, curioseó:

-¿Cuánto vas a quedarte?- él no respondió, y ella no repitió la pregunta. Volteándose, anunció- Debo irme, no puedo estar fuera cuando caiga la noche. ¡Niñas, vámonos!- gritó a las muchachas que se escondían estúpidamente fuera del recinto, y se perdió en la negrura.

***

Ella se paseaba distraída por los corredores. No podía borrarse su imagen de la memoria. Veía su sonrisa, sus ojos, sus gestos. Los veía cada vez más y más nítidos, más y más cerca, curiosamente más nítidos…

-¡Auch! ¡Fíjate por donde vas!

-Niña, no soy yo quién debe fijarse.

-Buenos tardes, Leandro- saludó avergonzada Claribel- Es curioso encontrarte a estas horas por aquí. Veo que no has ido con los otros caballeros a cazar, ¿Acaso no te place hacerlo o no eres lo suficientemente hábil?- preguntó pícara Claribel.

-Disfruto de la práctica, señorita, y me considero diestro en ella. ¿A que viene tanto azuzamiento? ¿Quizá envidia por mi trato en sociedad?

-Lo dudo, príncipe, yo podría recibir la misma atención en tus tierras.

-Lo dudo, princesa…

-Bueno, eso lo veremos si se presenta la oportunidad. Ahora, me gustaría dar un paseo, ¿Querrías acompañarme?- El asintió con un leve movimiento de cabeza. Caminaron unos minutos y se detuvieron junto a la cocina principal. Se oía el trajín diario y algunas voces que pedían condimentos, utensillos o piezas de carne. Claribel se vio tentada a entrar, pero Leandro la detuvo apoyando su mano en el hombro de la muchacha. Al hacerlo, ella volteó repentinamente, quedando enfrentada a la figura del joven. El rostro de Leandro se encontraba delante del suyo. Ella podía diferenciar los rasgos sutiles, la peca hermosamente ubicada por la naturaleza sobre su pómulo derecho, el mentón rudamente afeitado, sus ojos marrón profundo con una fisonomía doliente, la cabellera oscura y ensortijada, cayendo sobre su frente amplia y bella. Podía sentir su respiración uniéndose con la suya. Y le gustaba. Las ansias por abrazarlo fueron más fuertes que ella. Lo acercó unos centímetros a sí misma. Si tuviese el coraje lo hubiese besado.

***

Claribel entrelazaba los dedos, nerviosa. Esperaba, miraba el reloj de arena que tenía frente a ella y jugueteaba con él. Fuera, se oía el cantar de los pequeños pajaritos que el Rey mantenía cautivos. La lluvia había amainado, pero antes de retirarse, borró cualquier resto significante de nieve.

Recordaba con precisión cada segundo, cada movimiento, cada palabra. Temía haberlo alejado por sus estúpidas pretensiones. ¿Cómo el Príncipe querría permanecer alejado, luego de tanto juego? ¡Oh, por Dios! ¡Estaba enamorada, y lo sabía! Tenía que tomar una decisión inmediata, para evitar un sentimiento que estaba cansada de tener. Lo hizo llamar luego de unos minutos, y cuando él estuvo presente, le habló:

-Discúlpame, Leandro. Siento haber actuado como una tonta. Espero que puedas perdonarme. No fue mi intención confundirte con mi actuación. Lo que dije en la galería ayer fueron excusas, no mis verdaderos sentimientos. Debes saber que yo nunca estuve involucrada con ningún otro hombre y soy nueva en esto. Los nervios hablaron por mí.

-No hay qué perdonar, mi señora. En todo caso, yo debería excusarme por la osadía. Confío en que podremos llevarnos mejor que esto, ¿Tu qué crees?- dicho esto, la tomo fuertemente entre sus brazos y ambos se unieron en un beso.

***

Casi un mes había pasado desde ese encuentro y sus padres aún no sabían nada de ello. El tiempo para aclararlo se acababa.

Claribel todavía no sabía nada de aquel extraño que la acompañaba todas las tardes hasta la sala de costura y en las noches a las puertas de su habitación. Nunca había salido del castillo con él. Para el aniversario de su primer beso, él le propuso ir a cabalgar, con la promesa de que le enseñaría cómo. El día se acercaba y ella no lograba terminar las calzas para la ocasión. Alguien tocó la puerta de su habitación. Claribel, presurosa, detuvo su costura para averiguar quién era. Un segundo después aparecía Leandro ante sus ojos. Estaba espléndidamente vestido con calzas y un chaleco negro.

Buenas tardes.

Muchos de ustedes no conocen a Claribel. Es más, de los lectores ocasionales y desafortunados que tengo, creo que sólo uno puede decir que la leyó, pero no que la recuerda. Y no la recuerda porque tuvo tan poca importancia en mi blog y en mi vida que de a poquito se fue sentando, agachando, acurrucando, escondiéndose. Tuvo vergüenza de haberse erguido tan orgullosa. Después se durmió, o se murió, que es lo mismo.
Era una damita triste, resentida, que contaba felicidades porque le gustaba mentir.
Claribel es nueva ahora. Pero no es otra.
Una vez escribí una historia de tristeza y desamor. Mientras desovillaba llantos embebidos en tinta, pensaba cual podría ser el final. Porque esa autobiografía mentida no tenía uno. "Todavía".
Hoy Claribel es una mujer diferente, una mujer sin Leandro. Pero con un nuevo caballero que esta vez sí la hace feliz, o eso cree. Y ese caballero se llama Edwy.