Dulces.

Sí. Yo hablo de otras personas. Bien, mal; poco, mucho.
Diría más, otras personas son el tema de conversación principal.
Ya dejé de contar mis problemas, porque nunca encontraba consuelo.
Ya dejé de contar mis aciertos, porque nunca encontraba respuestas correctas.
Ya dejé de contar sueños o historias, porque la fantasía se mudó de ciudad.
Ya dejé de contar miedos, porque el mundo dejó de respetarlos, curiosearlos y mimarlos.
Ya dejé de contar amores, porque sí.
No puedo hablar de otra cosa. Otros, y no yo, son mis palabras.
Pero a veces me pregunto quiénes hablaran de mí.

1 comentario:

Búho dijo...

Si hay un regalo para la humanidad, es la privacidad de pensamiento. Nos da la ventaja de no saber lo que otros piensan y dicen sobre nosotros, lo cual nos hace libres de creer lo que queramos creer.
No importa cuántas cosas cosas dejes de contar, la mayoría de las cosas siguen adheridas a vos. Obviamente no puedo asegurarlo, pero puedo divagar diciendo que los pensamientos que no contás se quedan debajo de la piel, circulan por tus venas, se quedan en el cuerpo. Y por la sagrada privacidad vos decidís si eso es bueno o malo. También podés no decidir nada, dejar que esa corriente mental haga lo que se le dé la gana, siga su flujo como sea mejor.
Y ahora es el momento en que cualquier persona promedio me diría "Ya te fuiste al carajo divagando". Comentario aceptado.