En Ningún Lado.

Que bajonera que soy, eh. Increíble. Un momento estoy bien, de repente veo una mínima cosita y ya le entro al llanto como la mejor. Todavía me pregunto qué es lo que necesito para estar bien. Pero vamos, que me dijeron que escribo lindo pero triste y a mi me gustaría no ser una persona tan así, como escribo. Aunque creo que ya una vez dije esto: uno escribe siempre determinado por aquello que alquila un cuartito en su mente. El inquilino, en este caso el desamor, el odio y el cansancio, pide pista. Por otro lado, caer en un determinismo estructural siempre me deja descontenta y más ahora que estoy bajonera y enferma. Pero supongamos que en realidad es de día y no llueve. Supongamos, por un segundo, que amo la vida con todos sus altibajos y que tengo ganas de cantar y bailotear loca sobre pasto verde:
¿De qué me sirve? A mi escritura le resulta inútil. También a Anónima, que en realidad se ve enriquecida y se empapa y liba del dolor.
Puede que mi destino -o, mejor dicho, la ruta más fructífera- sea hundirme en la infelicidad más profunda para crear y ser arte, y ser consuelo, y ser yo misma.

Espejitos sucios.

Hoy me estuve leyendo toda la tarde. Encontré a varios muchachos que quise bastante o un poquito. Quiero hacer un descargo: De todos ellos, sólo tres o cuatro fueron realmente importantes. Uno de ellos, Fiera, a veces se me cruza. Que deberíamos volver a vernos y a charlar aunque yo lo haya detestado tanto tiempo. Nunca nos dijimos que nos amábamos pero no era necesario, y ahora lo digo. Solía amarlo, don, con sus buzos enormes en los que me podía esconder del viento, con las locuras y las poesías dementes que quiero creer que yo soplaba a su oído.
Todavía extraño un poquito el recuerdo que se acostó a dormir en una esquinita de mi alma hace ya muchos meses. Se despelota porque me pide información y yo se la niego. Qué sé yo a dónde está su antiguo dueño, la Fiera, en qué parte del mundo. No voy a preguntar ni eso ni si encontró al amor en otra mujer (¡Pobre mujer!) que le soportara los mambos.
Una vez nos soñamos como conejos blancos. Quién lo iba a decir.
Se duerme. Se despierta. Oscuro, oscuro. Ya no sos la luz clara, fulgurante, a la que le tenía tanto miedo. Ya no sos nada más que un espejito sucio.

Muertos que duelen.

Eso pasa: Estoy viva. Viva de olores, de calores, viva de vapor y bronca y paz y sol. Viva de todo y un poco muerta por el pasado que todavía cosquillea en la boca del estómago o en los tobillos. Pero más que nada, importa la parte que se revuelve loca ahí adentro. A veces acaricia, a veces rompe. Siempre, siempre se mueve y revolea las patitas y los dientes mientras cierra los ojos muy chicos o abre la boca muy grande. Canta, o grita.