¿Qué hago ahora contigo?

Me ganó el alma de nuevo. Me ganaron tus besos de almíbar, Locura. Me ganó la mezcla más bien amalgamada de tu cuerpo con el mío en perfecta combinación de humores y sabores.
Te abrí la puerta muy rápido y no me arrepiento: Dejaste entrar buena música y mucha risa. Mi Flor Blanca me dijo que me topé con un buen tipo y sólo me aqueja no haber llegado a tiempo a dejar todos los platos acomodados, el sillón sin ropa encima.
Me dijiste que me quede. Tenía ganas de hacerte caso de acá a la mismísima eternidad, de amoldarme a tu pecho en esa perfecta posición que encontramos esta tarde en tu cama mientras yo leía algo que vos me estabas regalando.
Y no sabía como demostrarte todo eso que me creció de pronto adentro cuando acariciaste tu guitarra para que me cantara y vos la acompañaste en el cántico con una voz que no sé de dónde sacaste, pero que me atontó un poco más, tal vez, de lo que hubiera sido conveniente y recatado. Aunque, vamos, no tengo nada de recato en mi precario haber.
Escaso tiempo el que me prestaste esta tarde. O no, pero me supo a derrota no haber dormido con vos. Y no sabés, no creo que quepa en la imaginación de nadie (no es por desmerecer a mis lectores, si es que estos existen y pueden sentirse desmerecidos), cuánto me costó dejarte ir cuando me despediste en la puerta de mi casa.
Ahora tengo que irme. Escribiría de vos hasta quedarme sumida en la vacuidad absoluta que nace después del amor. Pero un amigo me dijo que necesita una voz femenina susurrándole del otro lado del tubo del teléfono, y creo que me estaba pidiendo a mí.
Voy a enamorarme bien rápido de vos, Locura. Con todos los stops, ni una semana.
A veces todo se conjuga y resulta que te extraño.
Ayer a la noche me pareció encontrarte en otro cuerpo con la misma camisa roída e infinita. Te pensé durante varios días, esperando encontrarte en cualquier esquina y así tener una oportunidad de, al menos, invitarte a tomar mate a donde sea. Pero sería tonto -es tonto- extrañarte y desear que de nuevo vivamos aquello. Aún así, difícilmente te me pases, mi amor. Difícilmente logre olvidarme de que me prometiste que me amabas, difícilmente pueda dejar escapar el recuerdo aquel de tantas coincidencias, de tantas caricias con las que me hacías amanecer, de tanto cariño encerrado en un frasco, allá lejos.
Eso no importa, y tampoco importa que yo tenga a otro alguien que me abraza, a otro alguien con quien dormir, a otro alguien platónico. Porque vos fuiste la última persona que amé, tristemente, y la última persona que me permití querer. No me arrepiento de nada, pero que boba que fui al creer.
A veces me dan ganas de extrañarte. Veo una camisa larga o un andar encorvado y, bum, de pronto, vos.