No es una cuestión de escribir bien o mal, de que me guste o no cómo tratás los temas. Me molestás vos. Con tus faltas de ortografía que ya dejé de considerar un delito grave, con tus obvias alusiones, con tu felicidad estúpida. Y con tus pensamientos similares a los míos pero menos enroscados.
Ahora me toca a mi:
Me hiciste reír. Contestabas rápido a mis comentarios un poco leves, como si vos anduvieras en caballo y yo en una mulita bebé con el caparazón roto. Yo no podía parar de mirarte a los ojos y tenía miedo de desnudar demasiado mi alma y que no quisieras verme más. Estuve todo el día colgada al abismo que mi celular representaba, y a cada mensaje bobo, a cada sonido pachanguero, yo saltaba loca de contenta y veía, instantes después y cubierta de desilusión ("Te has cubierto de gloria") que no eras vos quien se había acordado de mí.
Después me olvidé yo de todo y me dolió la cabeza por un lapso de una hora y media, porque no le hace bien a mi alma eso de revolver en cachitos azules de saberes rojos. Volví a casa. Había regalos, había cactos (¡Cactos!), había música, comida, papás, agua, había muchos pares de manos más que las mías. Y había, esperándome, una notita que rezaba virtualmente que me querías ver. Vos, el de los ojos lindos, tenía ganas de verme a mi, la de los ojos normales. ¿Quién lo diría?
Ahora llueve, y mañana nos vemos y yo amo la lluvia y creo que voy a terminar amando verte.
Pero amando en el sentido en que yo lo uso, tranquilos.
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