Si me le olvido me tironea hasta la evidencia.

De Humo, para Azahar, para Humo:

"Hoy quiero contar algo que me pasó hace unos días. Una persona de todos los colores me mandó un sobre, o no, eso no es lo que importa, lo que importa es lo que había dentro de este apretujado dobles de papel, o no, pero tampoco es lo que importa, lo que importa es lo que me produjo.
Abrí la espontánea carta doblada varias veces sobre si misma con el fin de no dejar caer el objeto, demasiado significante, que contenía y lo ví. Apenas ví ese pequeño rulo castaño amenazando caerse de su emboltorio una profunda sensacion me invadió, una exasperación que me subió por la garganta y allí se quedó, o quizá fue la que también después se colocó en mis ojos y los inundó emanando llanto. Angustia pura. Y desesperación.
Unos instantes después recobré la compostura y todo volvió a ser como antes. Entonces llegue a una conclucion, tengo un rulo embrujado."

Embrujado, sin duda. Yo con ese rulo hice un pacto con el diablo. Le cambié mi alma por la felicidad terrenal.
Me lo encontré un día cuando lloraba en la calle. Me dijo, tratando de entrar en confianza, que así encontraba a casi todos sus contratantes.
Me propuso algunos cambios mágicos en mi vida mundana si yo le entregaba la espiritual. Coincidencias fantásticas, sorpresas afortunadas, suerte oportuna y muchas, pero muchas, risas. El canje era obvio. ¿Tormento eterno por algunos felices días? ¿Morir una muerte desdichada llena de dolor, venganza, desconsuelos, horror? No lo dudé un segundo. "Sí", le dije. Esa muerte iba a ser mala de todas formas.
El diablo se tornó rojizo, extrajo una pezuña de cordero (que a pesar de no ser un animal feroz es la mascota de Belcebú, que aunque es la maldad personificada a veces lo quiere) y de ella una daga con la que cortó su mano. En la sangre manada embebió una pluma y firmó. Yo cometí el error de no leer el contrato, confié en su palabra de embaucador infinito. Cortésmente, el diablo se ofreció a herirme a mi. Sabía de memoria que las mujeres solían desmayarse. Me negué rotundamente.
Una vez firmado por ambos, el hombre alto y grotesco que tenía frente a mi se desvaneció, no sin antes explicarme que me quitaría un día y una noche, y el objeto que causaba mi dolor, mi maldad.

El día creo que fue un veintiocho de no se qué mes. Lo supongo porque no tengo casi recuerdos, y los que todavía flotan en mi memoria tienen tintes de pecado. Una torta de chocolate, gula. Un auto que no me llevaba, ira. Una carta que no sé que dice, soberbia. Y lujuria, no importa por qué.
Lo que él no sabe es que gané yo. Mi alma ya se la había vendido a Eros muchos años antes.

4 comentarios:

Eudeba dijo...

ME EN-CAN-TA... sonrisa (me parece tan inculto escribir caritas en un blog)...

Búho dijo...

No es imposible engañar a Mephistofeles. Preguntale a Fausto. Al fin y al cabo, este estafador, este demonio, pide tu alma a cambio. ¿Desde cuándo nuestra vida depende de ello? Mucha gente vive su vida ignorando lo que su espíritu le indica, por lo que no está tan mal dárselo a alguien que lo quiere. Al fin y al cabo, mientras sigamos vivendo, o tal vez existitendo, no importa el alma, ni la mente, ni siquiera el cuerpo. Todo sea por una existencia feliz, corta o larga. El resto es prescindible, se lo puede llevar el Diablo tranquilamente

Nicolás dijo...

Me encanta (:

Anónimo dijo...

A mi parecer el alma le pertenece a uno. El alma es uno, de hecho. A lo que voy, es que hablamos del alma como si fuésemos cuerpo, y el alma sólo un complemento. Lo veo al revés, creo que nosotros somos alma, y el cuerpo nuestro complemento.
No se puede perder el alma, sólo degradarla.
El escrito me gustó mucho