Las gotas resbalaban por el poco cabello que había decidido dejarse, y se inmiscuían entre sus ropas, como buscando rozar su piel para enfriarla aún más. Y ella las dejaba.
El sonido de la lluvia tiene un no se qué cautivante, algo que la obliga a escuchar y a mantenerse debajo, algo que hipnotiza y embriaga.
Ella había decidido dejarse llevar por las calles más lejanas, como si eso evitara de algún modo a las masas ruidosas que tenían la molesta costumbre de poblar cada esquina, cada vidriera, un sábado por la noche.
No lloraba, tampoco tenía razones. Simplemente iba como si le fuera la vida en ello, sin pausa, a cada paso más agitada.
Y en la ciudad llovía.
1 comentario:
muy lindo la verdad
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