Su pronto no se dejó esperar. Una gota ínfima le mordió la nariz. Otra, la nuca. Una tercera, el ruedo del pantalón. Y estaba muy lejos de casa.
La lluvia puede ser muy hermosa o muy hija de puta. En este caso, se cumplía la segunda condición.
René corrió un poco, pero se dio cuenta de que no había cambios, o se cansó, o tal vez las dos cosas.
Era de noche, muy oscura por cierto, sin estrellas.
Callecita va, callecita viene, encontró a un hombre solo. Se puso a su lado y le habló en perfecto inglés:
-Terrible noche, ¿No es así?- y el desconocido le dijo, en un inglés muy defectuoso, que no hablaba inglés.
-Eso es obvio. ¿Español?- el hombrecito afirmó con la cabeza. Se contaron sus procedencias y sus planes. Y, no muchos portales más allá, estaban besándose enloquecidos, buscando sabor a uruguayo en sus bocas.
Buscaron una habitación; es sabido que en Latinoamérica el amor es bueno y en verdad vale vivirlo.
Ella se sacó la ropa mojada y la estiró en la cama. Él besó su cuello y su cuerpo y se amaron como se aman los desconocidos, con fuego y miedo.
René despertó sola en una cama de hotel. Ya no llovía en la ciudad.
Ya sabemos que un hombre en Londres puede ser muy cruel.
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