Garúa.

"Hace frío", pensó. "Y pronto va a llover". Se fundió en el sobretodo violeta y apretó el paso. Ya sabemos que el invierno en Londres puede ser cruel.
Su pronto no se dejó esperar. Una gota ínfima le mordió la nariz. Otra, la nuca. Una tercera, el ruedo del pantalón. Y estaba muy lejos de casa.
La lluvia puede ser muy hermosa o muy hija de puta. En este caso, se cumplía la segunda condición.
René corrió un poco, pero se dio cuenta de que no había cambios, o se cansó, o tal vez las dos cosas.
Era de noche, muy oscura por cierto, sin estrellas.
Callecita va, callecita viene, encontró a un hombre solo. Se puso a su lado y le habló en perfecto inglés:
-Terrible noche, ¿No es así?- y el desconocido le dijo, en un inglés muy defectuoso, que no hablaba inglés.
-Eso es obvio. ¿Español?- el hombrecito afirmó con la cabeza. Se contaron sus procedencias y sus planes. Y, no muchos portales más allá, estaban besándose enloquecidos, buscando sabor a uruguayo en sus bocas.
Buscaron una habitación; es sabido que en Latinoamérica el amor es bueno y en verdad vale vivirlo.
Ella se sacó la ropa mojada y la estiró en la cama. Él besó su cuello y su cuerpo y se amaron como se aman los desconocidos, con fuego y miedo.
René despertó sola en una cama de hotel. Ya no llovía en la ciudad.
Ya sabemos que un hombre en Londres puede ser muy cruel.

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