Si hay algo que me molesta mucho, es que mis gatas se le cuelguen a mi ratón. Me pone furiosa, rabiosa, violenta, loca de ira. Pero todo esto desencadena, casi al instante, un salvajismo que creía extinto. Salvajismo que muta, casi por completo, a la más desesperada pasión.
Y, de pronto, nada es complejo, mis instintos brotan sin barrera que los detenga (o sí, pero vienen tan locos que se llevan por delante lo que sea), y yo puedo gritar que te odio, que no me importa nada más que esta vida nueva, que el gurí me salvó y se merece la recompensa que le quiero dar.
La vida es muy perra, yo soy muy perra. Tanto que quiero hacerle mal a los que me hicieron mal. Pero también quiero hacerle bien a los que me hicieron bien.

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