Siempre pasa por adelante de la puerta del Vecinito. No lo conoce, nunca lo vio, pero escucha sonar su bandoneón desde el quinto C y sueña con un bohemio loco de amores.
A decir verdad, la loca es ella, que se enamora de un bandoneón y unas poquitas ropas que vio tendidas alguna vez.
Pero pasa siempre e intenta encontrarle los ojos atrás de la cortina o las manos y el bandoneón, moviéndose acompasadas.
Y le late el corazón cuando ve salir a alguien del edificio, y piensa: "¿Será ese el músico?" Pero no. Lo descarta porque en su imaginario él es un muchacho raro y con anteojos, más bien extravagante, por ahí, con el pelo largo o no, no le importa tanto.
Y hoy el Vecinito no toca el bandoneón, tiene tumbadoras nuevas, se nota que son nuevas porque le sale un ritmo irregular y bastante malo. Pero el corazón de la gurisa late igual, sabe que a las tumbadoras las tocan las mismas manos y piensa que aunque ahora esté intentando terminar un trabajo para el diario y el ruido sea un poco molesto, el Vecinito va a aprender y quizás un día ella le diga que siempre lo escucha y que le enseñe.
Pero no se va a animar, ya sabe, porque una historia inconclusa de amor es siempre mejor que el desengaño.
Y me gustó que me preguntaras quién era el señorcito ese que ya no importa.
Y me gustó soñarte como al vecino, tocando las tumbadoras que me decías que te habías comprado. Pero vos tocabas bien, porque debés tener manos de alas que van a encastrar muy bien con mis tobillos de alas y por qué no con el resto de mi alma. Seamos una pluma. Volemos alto, volemos.
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