Hubo una noche, el invierno anterior, en la que me escondí en el último asiento del último bondi. Venía de tu casa cerca del agua y me iba al otro lado del mundo, al bosque. Llovía -lluvia- desde que nos encontramos en la puerta de una librería y todo el trayecto hasta que me abriste la puerta y yo entré.
"Linda casa para un cuento", te dije. Y era verdad: Paredes roídas, casi sin muebles. Un sillón, una mesa y una cama. Nada más.
Yo tenía frío y mucha ropa mojada que no podía sacarme. Pusiste música, me diste un té y me criticaste el azúcar. Ahora le pongo miel.
Creo que te cambiaste, creo que te espié por la cerradura. Una nunca sabe.

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