Sobremesa.

Jugando, jugando, con los dedos locos sobre el mantel. Se aburre mientras los grandes charlan seriedades, porque él es un nene y a los nenes no les gustan los adultos.
Los dedos rechonchos dejan la mesa y caminan a pasitos bebés por la jarra de agua hasta que mamá dice que no, que la va a tirar. Pero él no la va a tirar, no hace tanta fuerza. Entonces los deditos corretean ofuscados por arriba de la servilleta y después patean un pedazo de pan que se esconde abajo del plato. Los dedos no abandonan, buscan el pan y lo patean hasta deformarlo, iracundos porque mamá no los deja jugar con las irregularidades que el cristal y el agua le hacen a los dedos. El pan, rogando clemencia, se ve asediado ahora por la boca rosa y blanca y sabe que no va a vivir mucho más tiempo, entonces se hace una bolita de masa y llora un poco, porque ya es tarde. Porque la boca, aliada con los malignos dedos rechonchos del diablo, lo engulle, no hay nada más que hacer, el pan ha muerto y los dedos ríen macabros mientras la boca calla y planea la terrible venganza, porque mamá no me ha dejado jugar con la jarra de agua.

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