Me quedé ciega y tuve que tantear con las manos otras manos hasta que me dí cuenta de que era inútil contar garras.
El Lobo me sopló las pestañas y volvió la luz, los crayones y los caramelos. Entonces volvió el amor de nena que pide que le cuenten una historia para antes de dormir, que le bajen las persianas, que la hamaquen y le besen las rodillas llenas de pasto y sangre.
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