Purasangre.

Me acuerdo que andaba caminando sola, y eso que nunca camino sola de noche. Me da miedo (y con razón, veo ahora) de que algo me ataque.
Hasta hace poco, siempre pensé que eran ideas irracionales mías. ¿Qué podía esconderse con el simple objetivo de esperar a que pasara para abalanzarse sobre mi cuerpecito tibio, palpitante? No, no podía ser. Y menos por el bosquecito por el que andaba.
Por eso me manejaba tranquila, con los ojos casi cerrados por la fría ventisca que se empeñaba en tirarme pinocha a la cara. Estaba muy oscuro, recuerdo. Yo paseaba pensando en cosas un poco tristes, como casi siempre; con frío, como casi siempre.
"Plic". "Pájaros". Alcé la cámara. Me volteé muy lentamente, con la intención de poder capturar alguna imagen, por simple que fuese. Digamos que nunca hago fotos demasiado trabajadas.
Pero no, ni pájaro ni araña ni nada. Podría haber sido yo misma, incluso. No me preocupé.
Dí unos pasos más y, de vuelta, ruiditos a mis espaldas. Pero todos saben que yo no me volteo más de una vez y menos si es algo poco interesante. Maldita la hora en que me planteé ser así.
Sentí un golpe fuerte en la cabeza y el cuello. Y un poco en el pecho, si no me equivoco. Pero todo es tan borroso, no podría diferenciar muy bien lo ocurrido con lo que fantaseé, por varias razones. Cuando me desperté (porque en algún momento entre los manotazos desesperados y los gritos, caí al suelo inconsciente) estaba amaneciendo. Tenía la ropa rasgada en pequeños pedazos. Hubiera sido sexy si no hubiese estado completamente cubierta de sangre seca. Abrí los ojos con una sensación más parecida a resaca que a dolor físico. En plena confusión, tanteé a mi alrededor. No tenía ni el celular ni la billetera encima.
Me incorporé despacio, no fuese cosa de tener terribles heridas internas y no haberme dado cuenta. ¿Estaría en estado de shock? No dolía.
A unos cuantos metros me pareció ver el morral marrón que suelo llevar. Caminé con cuidado hasta él y revolví en su interior. Ahí estaba la cámara, los hilos del macramé, mis guantes verdes, el enorme buzo que me cubre casi hasta las rodillas. Gracias a dios por ese enorme buzo que me cubre casi hasta las rodillas. Me lo puse de inmediato, ya empezaba a darle más importancia a mis defectos a nivel corporal que a mis heridas. Me colgué, también, el morral.
Fue en ese instante en el que me pregunté que me había pasado unas horas antes. Llevé las manos a mi cara y la acaricié, intentado sentir con las yemas de los dedos alguna marca nueva. Nada. Seguí con el cuello y obtuve el mismo resultado. Me levanté la ropa y observé. Quitando la sangre seca, no había escamas preocupantes. Extrañadísima, empecé a caminar por el sendero que había tomado varias horas antes. Todo seguía en el mismo estado que la noche anterior. Un enorme desconcierto empezó a ocupar toda mi mente, toda mi alma. ¿Qué cosa podía haberme cubierto de sangre sin dejarme ni una sola herida? Tonta de mi, en ese instante no podría haber solucionado el acertijo.
Volví a mi casa. Mamá y papá corrieron preocupados hasta la puerta cuando me vieron llegar. Me preguntaron a dónde había estado, qué hacía cubierta de sangre, si me dolía, si me acordaba de algo. No supe qué responder. Les dije que necesitaba dormir, no me sentía nada bien. Les dije eso y mentí.
No tengo perdón ni excusa.
Sé que no hubiera cambiado nada si en vez de esa noche, el asesinato hubiera sido a las dos semanas o al mes. Pero no puedo sacarme de la cabeza la última imagen que tengo de mis viejos vivos. Preguntándome entre sollozos qué carajo me había pasado. No puedo...
Me desperté a la noche, de nuevo. Desnuda. Supuse que mamá me habría sacado la ropa para que descansara más cómoda. O que me la habría sacado yo entre sueños. Lo que menos me pregunté en ese momento fue eso.
-¡Ma! - no obtuve respuestas- ¡Pa!
Miré la hora en mi celular: 6.37.
Dios, la sangre. Quería bañarme. Me pareció que estaba todavía más cubierta, más sucia. ¿Por qué no me la había limpiado antes? Pero bueno, estaba atónita, pasmada.
Bajé las escaleras con la idea de ir hasta el baño. Que estúpida.
Debe haber sido todo un espectáculo mi cara. Con luces y animadores. Ahí, frente a la cocina, estaba mi papá, acostado como un muñeco, articulado y roto. Bueno, es una forma de decir. No estaba completo. Todo el cuarto era un cuadro de Pollock pero color rojo. Igual de pésimo. Mamá estaba unos metros más allá. No pude ver mucho más porque me atacaron, primero, unas terribles ganas de vomitar, llorar, gritar, morirme. Me senté en el suelo con los ojos cerrados. Otra vez la sensación de resaca, pero mil veces peor, como si estuviera, a la vez, enferma y muy cansada. Me levanté, busqué mi morral y corrí afuera de la casa.
No sé qué parte de mi cerebro me lo gritó en ese momento, y supongo que debe haberlo gritado muchas veces antes de eso, pero pude escucharlo. Algo resonó en mi memoria. Debe de haber sido un cúmulo extraordinario de películas de terror.

Siempre fui habilidosa para encontrar grupos a los que pertenecer. Nunca antes había buscado uno tan particular. Los Purasangre, se decían, y vivían cerca del cause de un río seco cerca de Córdoba. Los miembros se sumaban a menudo. Disfrutaban, como yo aprendí a disfrutar, de convertir a personas normales teniendo sexo con ellas. Es, sin duda, la forma más divertida de crear hombres lobo.

2 comentarios:

Ereth dijo...

Un irraka ironmaster se inclina en modo de aprobacion.

Búho dijo...

Delicioso. No puedo dejar de relamerme los ojos. Es muy llevador y entretenido, y hasta me hiciste reir con el final. No sé de dónde te vino la inspiración, pero seguí buscando por ahí que hay muy buen material para explotar.