En cada esquina.

Ñah.
Lindos besos, los tuyos. Besos de nene enorme, con toda la timidez de tu lado. Y yo buscándote las manos, soy un pequeño asco, pensando en cómo sería andar con vos en otro trámites.
Estuviste presente en mis dos dolores. El primero, sucio y triste. El segundo, dignísimo, de señora mayor cansada de acariciarse las joyas. Pero ahí estabas vos, agarrándome del hombro, rozándome los labios.
Te usé, y mucho. Perdón.
Dos veces, en mis dos infiernos, me salvaste la vida. No, un clavo no saca a otro clavo, pero por lo menos entretiene un rato. Andaba haragana, no podía levantarme sola.
Pero me diste la mano, me ayudaste a correr, a querer.
Después se gastó, como se gastan todos los amores, pero no me dolió verte esa última vez arriba del bondi, saludándome con una sonrisa incomoda. Debés haber pensado que otra vez te dejaba yo. Ironías de la vida, mi amor.
El otro día te vi desde atrás de un té. Caminabas con frío, como si sufrieras cada paso. No dudo que en realidad lo hicieras. Me acordé de todo lo lindo. Y no te deseé más.

No hay comentarios: