¿Cómo estás, gato con botas? ¿Con la sonrisa dada vuelta?

No hay, en mi conocimiento humano, una metáfora que explique lo que se sufre cuando de pronto nos arrebatan las ilusiones que una ya sabía en juego.
No hay nada, a mi criterio, que magnifique realmente lo que es perder de un día a otro a la persona en la que confiábamos casi plenamente.
No lo sé y por eso no intento explicarlo, por una parte. Por la otra, no lo creo necesario.
¿A quién, si no a mi, le interesa la procesión de pequeñas velas incandescentes que chamuscan por dentro sin siquiera imaginarse el poco dolor que me causan? No dudo que intenten desgarrar. Vamos, inténtenlo otra vez, no sería la primera, hubo mejores y peores pero hoy estoy armada hasta los dientes.
Adentro, bien adentro, está la nena todavía. ¿Que hace ahí? Se esconde para que hoy no la castigue como bien se lo merece y no la destierre de inmediato e indefectiblemente; y que el vacío sea completo de una vez para sentirme triste y viva y quebrada y hueca.
Abro la puertas: Salgan de una vez todos los sentimientos y déjenme sola en la casa grande que es mi alma desnuda de ardores.
Voy a aprender, a fuerza de vivirlo, el ciclo más terrible del dolor: el mío.

¿Ya puedo decir lo indecible? Pues no, porque no se me da la gana.
Admito que la comisura de tus labios aún me tiene sin dormir, pero hoy estoy de vuelta en el desengaño. Bienvenido a los recuerdos.

No hay comentarios: