Dos, tres. Fin.

Cada hora que pasa me convenzo más de que lo que debería hacer es dejarme dominar por la razón sin escuchar al resto del cuerpo.
La razón me indica que voy a estar bien sin él, que es literalmente peligroso, que tiene razón y que no necesito nada de lo que él tiene para darme (salvo Amares, que el Diosdiablo es una de mis pocas razones de vivir). Y logra persuadirme.
El cuerpo me dice que me mintió, me prometió falsedades y me dejó esperando, panza arriba y maniatada. Que dejó mil compromisos envueltos en aire viscoso, chasquidos al viento. Que van a ser todos los días de no encontrarnos en París. Que la lista larga de películas va a chamuscarse de furia si algún día se cumple. Y agrega, como si realmente valiera de algo, que todavía lo quiero. El muy macabro sabe que eso pesa en mi balanza.
Ay... miente, miente, que algo quedará.
Pero no. Ya no. Porque cada hora me convenzo de que no vale la pena sufrir por dos semanas, una semana, dos días perfectos de comienzo de amor.
Que lástima que no llegamos a amarnos en ningún sentido.
"Te quiero. Que te baste, al menos hasta la próxima vez". No hay próxima vez, Lobo, porque sos en serio muy peligroso para mi. Y tengo que cuidarme de una puta vez. A ver, Señorita Ayli: si empezamos así... no te quieras imaginar dentro de un tiempito.
Sólo estaría dispuesta a correr un nuevo riesgo si tuviera verdadera fe en que cambiaría algo. Sólo así lucharía.

Ergo.
Fiera, si pasa por acá, le pido cordialmente que no me hable más.

No hay comentarios: