La voz suave del mar.

Tengo los dedos amoratados, las zapatillas llenas de arena, los ojos cansados y el cuerpo no me da más. Me agarró la tarde con frío y tantas ganas de vivir que dan miedo.
Ojala me dure el brío, ojala me sacuda la modorra de una vez y para siempre. Ojala termine siendo como yo quiero que sea.
Hoy me levanté con ganas, salí de casa contenta y contenta me encontré con gente amiga que me hizo reír entre helados y playa como si fuera un día de verano, al más puro estilo patagónico.
Entonces se me ocurrió sacar a pasear a Azuzena que ahora se llama Aurora y pasamos a buscar a Bianchi con su dueña. Pobre Bianchi.
Bajamos a la playa, nos perdimos, tuvimos sed y volvimos a casa.
El último saludo fue hermoso. Ambas volteando para agitar la mano sonriendo. A la vez.
Llegué a casa exhausta y feliz. Como debería ser siempre.

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