Paz. O no.

Me gusta saber que con el paso de los días mi almita se llena más de felicidad, comprensión, buenos recuerdos y salud. Me gusta verme mejor, con la sonrisa guardada en un frasquito pero no porque no puedo usarla o me la roban, sino porque siempre, pero siempre, tengo una de repuesto.
Me gusta ir dejando atrás al miedo, al miedo malo que me muerde los talones y las ideas, que tiene ojos saltones y cara de maniático. Y lo pinto así sólo porque ya no me sigue tan de cerca, que sino es el monstruo más temible.
Es agradable verme sin los antiguos miedos, sin las persecuciones, sin los agravios, la vergüenza, la violencia, la muerte que llevaba marcada en el pecho y que se me tatuó en el cuello. Nunca voy a olvidarme de lo que hiciste. Arruinaste la relación de dos mujeres que podrían no haberse conocido nunca. Me arruinaste el pasado, porque ya no voy a poder mirar para atrás sin que la cosquilla tenebrosa que me causa que tu presencia se avive y me traiga lágrimas a la vida, aunque sea de noche cuando nadie me escucha ni me ve ni me siente. Porque yo era terriblemente infeliz antes y ahora mi felicidad me da culpa porque es tan perfecto que a veces tengo miedo (y otra vez con el miedo) de que se me rompa el castillito de cristal en el que vivo y yo me caiga a un pozo tan profundo que, como dije una vez, tenga que arrastrar mi cuerpo hasta no tener más sangre, tenga que romper la piel de mis manos y hacerme migajas para subir.
Pero después me acuerdo que ya estuve abajo. Y ahora estoy arriba. Y es demasiado probable que vuelva una vez más a mis orígenes. En todo sentido.
Y ahí vuelvo a ser feliz sin restricciones, al lado del hombre que amo, intentando no en vano alejarme de los que me hacen mal, de cambiar, de vengarme. Y sí, algún defecto tenía que poner.

No hay comentarios: