Sorprendentemente IV (o Títeres III)

Los muñecos, antes, estaban colgados en una soguita roída que amenazaba constantemente con caerse y llenar el lugar de diversas porciones corporales que René iba a tener que juntar con las tripas revueltas. De ahí que los haya guardado en la más horrenda oscuridad, desde donde no se escuchan sus murmullos.
El sábado, ella se encontraba muy divertida jugando con agüita cuando un ligero traqueteo le llamó la atención. De un salto llegó al cajón, lo abrió y metió la mano. Una manito, más chica y muerta, se prendió de la manga, que es la forma en que los títeres dicen que quieren salir, y ella le hizo caso más por costumbre que por interés. El títere habló, pero como hablan los títeres, ese idioma lleno de retazos de tela de tan difícil comprensión, y a René no le importó entender. En cambio, imaginó algo así como que él la extrañaba, o quizás que se había quedado prendado del olor de su pelo o de su vestido verde, o de los dos besos robados entre risas. O quizás, sólo quizás, lo dejó ahí, hablando una y otra vez el monólogo enfermo que todos repiten al unísono y sin pausa, mientras seguía muy divertida jugando en el agüita.

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