Eso me lo decís ahora. “Chau”, decís. Y no te creo nada. Vas a ver que no podés. No es que no crea en vos, pero no cambias. Ya sabés, paso una, dos veces. Ahora es rutina. Ayer me dijiste que sí, un rato más tarde estabas dudando. Pasó la noche, llego el día y con él, una decisión que no te crees ni vos. ¿Osito? Adorable, gracias, pero tengo garras. Y no me toques el corazón una vez más porque las voy a usar todas contra el tuyo. Entiendo que no sabés qué decisión tomar, pero no te aproveches de que estoy mejor. Bah, recuperarme puedo. En realidad no lo necesito. Pero la próxima vez que me digas que me querés, gritamelo, por ahí no te lo creo.

Te pedí una vuelta más y me la diste. ¿Quién hubiese pensado que no lo hacías por mí?

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