El día después.

Hoy la Luna predijo un baño de sangre. La misma Luna, bañada en jugo de frambuesa, nos miraba desde el agua, trémula, helada, menguante.
Se sentó a acariciarse la máscara y nos hizo un par de fotos: las caras azoradas asomando desde atrás de la ventanilla (espejo sucio y blanco), tu mano sobre mi mano y la ciudad negra.
La Luna se rió un poco y bailando toda su gordura prontamente desaparecida dio media vuelta y se escondió entre unos árboles altos, también negros, faroles calígines, y tu mano se escondió abajo de mi mano que la arrullaba de a poco.
Después, lo de siempre. Tu cuello, mis yemas, deditos de los pies, uno que otro beso, tu cintura fina abajo de la mía y la ropa regada por toda la cocina.
La Luna, reflejada en mi cazapesadillas y en el tuyo -mucho más hondo- nos miraba mirarnos, ella en plena rojez, nosotras ruborizadas, y mi mano entre tu pelo y tus labios blancos sobre la clavícula derecha.
El baño de sangré será mañana, le dijimos, y ella asintió satisfecha.

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